En Washington circula la broma de que el ganador de las elecciones estadounidenses no fue Trump ni tampoco Clinton, sino Vladimir Putin. Pero muchos se espantan con solo pensarlo. Desde las recientes primeras publicaciones del Washington Post, hay cada vez más figuras de renombre y conocedores creíbles que están convencidos de que Rusia no solo se infiltró en las computadoras del Partido Demócrata, sino también en los bancos de datos de los republicanos.
Los servicios secretos de Estados Unidos están convencidos de que Rusia no solo quería hacerle daño a Hillary Clinton y la democracia estadounidense, sino que su injerencia cibernética se ejecutó para ayudar a ganar a Trump.
La guerra en la red
Expertos advierten desde hace tiempo que las guerras del futuro ya no se librarán en tierra, ni en el agua o el aire, sino en la red. Mientras el cine ha escenificado, hasta ahora, ataques de hackers a centrales nucleares, la realidad muestra hoy que sus objetivos van más allá de querer paralizar el suministro de energía o violar las leyes de privacidad.
Si las sospechas se comprobasen, los ataques cibernéticos apuntan al fundamento de toda democracia: el voto libre y secreto. No en vano, la preocupación en Estados Unidos es inmensa. Igual de perturbadoras son las reacciones del futuro presidente Donald Trump, quien en lugar de pedir inmediato esclarecimiento a través de una comisión de investigación independiente, busca desdeñar las acusaciones con toscos trinos.
Su argumento: "¿Por qué los servicios de inteligencia creen que Rusia influyó en su elección, si estaban equivocados cuando dijeron que Saddam Hussein poseía armas de destrucción masiva?".
Los negocios de Trump con Rusia
Este ataque público de Trump contra los servicios de inteligencia es particularmente grave porque el futuro presidente se niega sistemáticamente a participar en las sesiones diarias de información de los servicios secretos. Su argumento: dice estar mejor informado y no necesita escuchar diariamente lo mismo.
Esta postura, o es ingenua, o es calculadoramente destructiva. Sea como sea, es peligrosa. Puede ser posible que Trump haga negocios con Rusia desde hace años y que por esta razón no quiere poner las cartas sobre la mesa. También parece plausible que Trump nombre como su ministro de Exteriores al gerente de ExxonMobil, Rex Tillerson, debido a que éste mantiene estrechos vínculos con Putin, gracias a sus negocios.
Todo esto es indigno del cargo político más importante del mundo. Y, sobre todo, es extremadamente peligroso.
La responsabilidad de los republicanos
Si la injerencia cibernética se cristaliza como influencia política, se trata de un ataque contra los Estados Unidos de América. Y como no parece que el futuro presidente pueda entender las dimensiones del caso, serán ahora los parlamentarios republicanos los que tendrán que demostrar que se toman en serio su mandato democrático.
Los senadores republicanos tendrán que responder a la pregunta de a quién son leales: a Donald Trump o a la defensa del sistema electoral estadounidense y, por tanto, de su democracia. Puede que Trump crea que él es capaz de tener a los servicios secretos rusos bajo control. Algo que muy pocos comparten.