Opinión: Egoísmo en la UE
17 de septiembre de 2015
Lo que hoy conocemos como Unión Europea tuvo antes varios nombres. Uno de ellos era CEE, acrónimo que no significaba precisamente Comunidad Espiritual Europea, como podrían creer algunos filántropos. La E del medio significaba entonces lo mismo que hoy: Económica. Economía. Intereses económicos.
El punto de partida de la unidad europea fue el deseo de los vecinos de Alemania de mantener el control sobre la reconstrucción de la República Federal. Entendible, no habían pasado ni 10 años tras la caída del nacionalsocialismo. De esa época es la organización supranacional de la Unión Europea. Lo que entonces era responsabilidad de los Estados nacionales sería trabajo para una entidad supraestatal, la actual Comisión Europea.
Esperanzas incumplidas
Los optimistas esperaban que un éxito de ese modelo supusiera de forma automática que los Estados nacionales estarían dispuestos a ceder cada vez más competencias políticas a las instituciones de Bruselas. Craso error.
Esto, debido a que el centro del poder de la Unión Europea no es la Comisión, sino el Consejo, donde se reúnen los ministros o, para temas importantes, los jefes de Estado y Gobierno. En estas rondas a veces se tratan temas complicados y, otras veces, asuntos banales. Lo que ahí sucede no tiene que ver con los “valores compartidos” de Europa, sino con las ventajas que cada país puede sacar para sí. Así, y no de otra forma, ha funcionado la Unión Europea desde hace décadas. Con éxito, es cierto: Europa Occidental no sabe de guerras desde hace 70 años y se ha convertido en una región de incomparable bienestar.
Fracaso de las políticas comunes
Naturalmente Alemania ha asumido más compromisos que los otros países, a menudo pagando. Sin embargo, eso también tiene que ver con el egoísmo nacional, pues la fuerza exportadora germana depende de una Europa funcional, por lo que un continente débil sería al final del día más caro para Berlín.
Hasta ahora, cada Estado miembro se preocupa de no transferir muchas competencias a Bruselas. ¿Una política Exterior y de Seguridad común? No hay nada digno de ese nombre. Y por ello la actual crisis de refugiados no es casual, sino el resultado de una política común fallida.
Crisis anunciada
La Unión Europea podría haber evitado la oleada de refugiados. ¿Cómo? Escuchando los llamados de ACNUR para asistir a los refugiados en los campos de refugiados en Jordania, El Líbano y Turquía, por ejemplo. Allí no hay escuelas para los niños ni tampoco suficiente comida. ¿Quién podría sorprenderse, entonces, de que desde hace semanas miles de personas hagan el trayecto hacia Europa? Claro, eso habría costado dinero. ¡Pero lo que pasa ahora costará varias veces más!
Por si no queda claro: cada uno juega su juego. Grecia e Italia hacen su parte, Hungría construye vallas, Europa del Este mira hacia otro lado y la canciller Merkel invita sin preguntar a nadie a todos los sirios a Alemania, aunque esperaba que las consecuencias de su decisión fueran compartidas por el resto de la UE. Eso, mientras los ministros en Bruselas son incapaces de ponerse de acuerdo siquiera en la distribución de 160.00 refugiados, al tiempo que otros miles siguen en camino, sin que nadie tenga control sobre ellos ni esté claro quiénes son, de dónde vienen y hacia dónde van.
La muerte de Schengen
¿Dónde terminará esto? Nadie lo sabe, pues nadie tiene un plan. Dublín está muerto hace largo rato. Schengen es la próxima víctima, pues quién quiere mantener las fronteras abiertas a refugiados que nadie quiere recibir. ¿Se pierde con ello un valor fundamental de Europa? Los viajes sin controles fronterizos son cómodos, pero igual con ellos es posible tener una vida agradable, después de todo. Pero con nuevos controles, el transporte de mercaderías se tornará ostensiblemente más oneroso. Si un indicador económico como ese está en riesgo, quizás alguien se decida a hacer algo.