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Opinión: Cómo escoger a un presidente

26 de octubre de 2016

El protocolo para escoger candidatos para la presidencia federal de Alemania varía demasiado, comenta Volker Wagener. A veces, los nombres de posibles aspirantes se discuten a puerta cerrada. Otras, a los cuatro vientos.

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Schloss Bellevue Berlin
Imagen: Fotolia/RCphoto

El gran juego de estrategia para encontrar a la sucesora o al sucesor de Joachim Gauck, presidente federal de Alemania, comenzó antes de lo esperado. El jefe de los socialdemócratas germanos, Sigmar Gabriel, no pudo aguantarse y nominó a su camarada, el ministro de Exteriores, Frank-Walter Steinmeier. ¿Cometió Gabriel una indiscreción, un faux pas político? Ni lo uno, ni lo otro. La suya fue una movida de ajedrez. Y es que, aunque los miembros de la "gran coalición” gobernante habían acordado buscar juntos a un candidato para la jefatura del Estado, Gabriel rompió el pacto y se le adelantó a la Unión Demócrata Cristiana (CDU) y a la Unión Social Cristiana de Baviera (CSU).

No es la primera vez que lo hace. Hace ya dos semanas, Gabriel sondeó opiniones entre los miembros de Los Verdes y La Izquierda para saber si estaban dispuestos a respaldar al Partido Socialdemócrata de Alemania (SPD) y nominar a la teóloga luterana Margot Käßmann. Lo que la exjefa de la Iglesia evangélica germana y el ministro Steinmeier tienen en común es el hecho de ser ampliamente conocidos por la población y gozar de niveles de popularidad similares. Si la presidencia federal fuera objeto de elecciones directas, ambos tendrían amplias posibilidades de ganar. Según la encuestadora EMNID, 41 por ciento de los alemanes quiere ver a Steinmeier convertido en presidente.

Volker Wagener
Volker Wagener

El pueblo votaría distinto

Ese respaldo popular no lo tiene ningún otro político en este momento. Pero el presidente federal de Alemania no es designado por el pueblo en las urnas, sino por la Asamblea Federal (Bundesversammlung). Y allí rigen normas distintas. Para empezar, no se hace campaña electoral a favor de ningún candidato; simplemente se nombra a los contendores y se les somete a votación. Un detalle importante: las mayorías no se organizan abiertamente, sino en secreto. Eso lo sabe el "hombre fuerte” de los socialdemócratas. Sobre todo considerando que la elección del presidente federal tiene lugar medio año antes de los comicios parlamentarios.

La búsqueda de una mayoría en la Asamblea Federal es el preludio de una apuesta mayor, la manera de poner a prueba potenciales coaliciones. De ahí que no quepa tachar a Gabriel de ingenuo. Él quiere sobresalir y ejerce presión –ante todo sobre la canciller, Angela Merkel– para lograrlo. Merkel solía imponer orden y disciplina en la coalición de Gobierno cuando era más fuerte. La situación ha cambiado y Gabriel busca ganar puntos con los electores que simpatizan con Steinmeier. No obstante, la CDU y la CSU, que cuentan con el apoyo del 40 por ciento de los electores en la Asamblea Federal, no quieren que sea un socialdemócrata el que asuma la jefatura del Estado. Y eso es comprensible.

¿Quién quiere ser segundón en la Asamblea Federal?

Steinmeier sería un candidato aceptable para los conservadores si no fuera por sus políticas de cara a Rusia y por el hecho de que Gabriel lo nominó sin consulta previa. La CDU y la CSU quieren ser consultadas en calidad de aliadas. Cualquier otro gesto sólo logra destruir la confianza. A eso se suma que la sociedad alemana raras veces se ha mostrado tan políticamente sensible como ahora, con los desafíos de la política de asilo implementada, el auge del partido de ultraderecha Alternativa para Alemania (AfD) y la desestabilización de la Unión Europea. La próxima o el próximo ocupante del palacio de Bellevue deberá encarnar muchas virtudes: debe equilibrar e integrar, entender los tiempos y dominar la oratoria.

Steinmeier reúne esas cualidades. El político conservador Norbert Lammert, actual presidente del Parlamento, también. Lo mismo se puede decir de Andreas Voßkuhle, presidente del Tribunal Constitucional de Alemania. Pero Lammert, Voßkuhle y otras personalidades honorables se han negado a aspirar a la presidencia federal. Eso no sólo es lamentable, sino también molesto. La mención pública y anticipada de los posibles candidatos al cargo disgusta sobre todo a "los buenos”, a las figuras que más calificadas estarían para ocupar la jefatura del Estado. ¿Quién querría mostrarse dispuesto a participar en una elección que no es segura? Evitar ese resquemor es lo que se busca con el ritual de las consultas secretas.

La democracia saldría ganando si compitieran dos aspirantes calificados, respaldados por los grandes bandos políticos. No se puede decir que Joachim Gauck haya sufrido serias desventajas cuando perdió la elección frente a Christian Wulff en 2010. Gauck terminó recibiendo las llaves del palacio de Bellevue un poco más tarde, al aceptar su nominación por segunda vez. Richard von Weizsäcker perdió frente a Walter Scheel en 1974 y diez años después se convirto en un respetado presidente federal. Entonces, lo que hace falta es que entre los presidenciables haya mayor disposición para la derrota o, por lo menos, para el riesgo. Después de todo, en una elección competida, la tercera ronda de votaciones se gana con una mayoría simple.

Usted puede leer la versión original de este comentario en alemán.

Volker Wagener