Pareciera que Argentina no puede vivir sin Cristina Kirchner. La expresidenta reapareció en el escenario político como candidata a senadora en las elecciones primarias de agosto con varias causas pendientes en su contra por presunta corrupción y lavado de dinero público por cerca de 60 millones de dólares.
Esas acusaciones no le impidieron reunir el 20 de junio a cerca de 25.000 personas en un acto masivo en el conurbano de la provincia de Buenos Aires, la zona más pobre en la cual el peronismo, y luego el kirchnerismo, siempre cosecharon la mayor cantidad de votos. "Ella”, que con su acto y su candidatura causó un revuelo mediático, sin duda sigue personificando la única esperanza de más de un 25 por ciento de los argentinos.
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La dura realidad económica de muchos es terreno fértil para su vuelta. Pero un 50 por ciento considera a su gobierno como el más corrupto de la historia. Sin embargo, Cristina se reinventa y, como Alicia en el país de las Maravillas, cambia de forma y sortea obstáculos. Su nuevo estilo, junto con el nombre de su nuevo partido, Unidad Ciudadana, incluso parecería querer ponerse a tono con las propuestas de Mauricio Macri. La otra cara de esta Cristina de palabras conciliadoras que se pone, como se puso Perón en 1973, nuevamente a disposición de su pueblo, es la de la Reina de Corazones, que apela al autoritarismo, que vuelve a la carga sin hacer ninguna autocrítica. Pero sí atacando las reformas que trata de implementar el presidente para revertir políticas económicas que son también producto de los desfasajes de 12 años de kirchnerismo.
Así, la expresidenta argentina vuelve al ruedo político, a pesar de pender sobre ella y sus exfuncionarios varias causas judiciales y la sombra de crímenes no esclarecidos, como el del fiscal Nisman. Sin duda, también la inmunidad política la beneficiaría. Un cálculo al que seguramente no es ajena.
A todo esto, la sociedad argentina sigue sangrando por la brecha abierta entre los "K” y los "anti-K”, y en el imaginario político argentino no aparece hasta ahora ningún personaje que reúna las características necesarias para llegar a cerrarla. Es probable que si los que la apoyan no hacen uso de su memoria para recordar que ella es corresponsable, por sus medidas populistas, de la pobreza que los golpea, obtenga un buen resultado en las primarias y hasta logre construirse una base sólida para aspirar a la candidatura presidencial en las elecciones de 2019. O tal vez la división existente en el peronismo, ahora con 33 frentes distintos a nivel nacional, vaya en provecho del partido Cambiemos, de Mauricio Macri. En el país de las maravillas, todo es posible.
En su vuelta a la primera línea de la política argentina, Cristina Kirchner, de 64 años, intenta alejarse del peronismo tradicional y perfilarse una vez más como única figura salvadora e instaura la llegada del poskirchnerismo. El reajuste económico del gobierno de Macri alegra a los organismos internacionales de crédito pero enfurece a muchos ciudadanos.
Si la historia se repite, si ella ganase con miras a 2019 y reincidiese en el modelo de país que dejó, y si los argentinos olvidaran que la desigualdad social no empezó con el gobierno actual, Argentina podría caer no solamente otra vez en descrédito, sino, y eso sería lo peor, en una crisis más grave.
Aún si un triunfo de la expresidenta dejara empalidecer a Macri, el regreso de Cristina Kirchner no se dio con la fuerza acostumbrada. El desafío para Macri es probar, en agosto y en octubre de 2017, que puede con ella.