Opinión: Cayeron Cohen y Manafort, pero no Trump
22 de agosto de 2018Washington ha quedado conmocionado. Dos personas de confianza de Donald Trump están por pasar mucho tiempo en prisión. Paul Manafort, quien estuvo a cargo de su campaña electoral en 2016, acaba de ser hallado culpable de fraude fiscal y estafa bancaria. Casi simultáneamente, Michael Cohen, exabogado de Trump, admitió haber violado las leyes de financiamiento de campañas electorales ese mismo año a petición de un aspirante a la presidencia de Estados Unidos, cuyo nombre no reveló explícitamente… Estas son buenas noticias para todos los opositores de Trump.
El foco del "caso Manafort” no giraba en torno a si el equipo de campaña de los republicanos había adquirido compromisos ilegales con representantes del Ejecutivo ruso con miras a perjudicar a la rival de Trump en la carrera por la jefatura del Gobierno estadounidens. Pero ese asunto juega un papel muy importante también en otro proceso judicial que empieza a mediados de septiembre.
Cohen se declaró culpable de haber obedecido la orden de "un candidato presidencial” de comprar el silencio de dos mujeres con las que Trump evidentemente tuvo relaciones sexuales para "injerir sobre los resultados de una elección”. Trump había insistido varias veces en que nunca se había llegado a contactos sexuales ni tampoco a la oferta de dinero. Si Cohen es culpable, en el sentido jurídico, Trump no lo es menos.
"Watergate” y el "caso Lewinsky” vienen a la memoria
Prácticas ilegales durante la campaña electoral y adulterio negado vehementemente. Ambas cosas ocupan un lugar prominente en los libros de historia de Estados Unidos: en 1974, Richard Nixon renunció a la presidencia antes de que su mandato fuera revocado por las implicaciones del "caso Watergate” y, en 1998, Bill Clinton estuvo a punto de ser destituido por mentir bajo juramento sobre su relación sexual con Monica Lewinsky mientras ésta hacía una pasantía en la Casa Blanca. Aunque Clinton logró aferrarse a su cargo, su reputación sufrió daños severos.
Aun cuando es cada vez más evidente que Trump hizo trampa, sobornó y mintió durante la campaña electoral de 2016, es decir, aun cuando hay buenas razones para que se le destituya, el proceso necesario para alcanzar ese objetivo no está en el horizonte. Para ponerlo en marcha, una mayoría simple de la Cámara Baja del Congreso estadounidense y dos tercios del Senado deben estar a favor de la medida. Y de momento es impensable que los republicanos, fuerza mayoritaria en ambas Cámaras, se rebelen contra su presidente. También es improbable que los demócratas le arrebaten la mayoría de los escaños a los republicanos en los comicios de mitad de gestión que se celebrarán en noviembre.
Un país profundamente dividido
Independientemente de lo que se ha argumentado contra el presidente, buena parte de la población ha seguido respaldándolo. Reportajes sobre los desaguisados del mandatario son descritos por sus simpatizantes como propaganda y campañas de desinformación de una prensa mentirosa; y esas difamaciones absurdas son alentadas casi diariamente por el propio Trump con sus tuits incendiarios. Estados Unidos es un país profundamente dividido: los seguidores y adversarios de Trump no pueden ponerse de acuerdo ni siquiera para fijar un punto de referencia común que les sirva a ambos bandos para evaluar las actuaciones de este hombre. Esa situación hace que todos miremos con preocupación la deriva de la cultura política de esa antigua democracia.
Lo que queda son los tribunales: de cara a las largas sentencias que penden sobre ellos, es probable que tanto Cohen como Manafort terminen cooperando con los invetsigadores. No sería una sorpresa que otros hechos indecorosos se hicieran públicos en el futuro cercano. No obstante, cabe dudar que el presidente llegue a ser objeto de una demanda porque, debido al cargo que ocupa, él goza de inmunidad política; al menos frente a acusaciones relacionadas con sus tareas oficiales. Queda en manos de los juristas determinar si las escapadas sexuales previas a su elección como presidente calzan en esa categoría. El propio Trump está convencido de que él puede indultarse a sí mismo. Todo apunta a que el jefe de la Casa Blanca podrá seguir aplicado sus políticas escandalosas sin que su debilidad de carácter lo estorbe y sin temer por su reputación. Esa es la mala noticia de este día en Washington.
Martin Muno (ERC)
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