Opinión: Austria y el efecto dominó
21 de enero de 2016Austria activó el freno de emergencia y puso un límite máximo al ingreso de refugiados y solicitantes de asilo. Eso, en primera instancia, solo una medida de cosmética política. Mucho más importante es que, además de limitar la entrada, se llevarán a cabo controles en las fronteras hacia Eslovenia. A diferencia de lo que sucedía hasta ahora, se verificará la identidad de los solicitantes de asilo y serán registrados antes de que puedan continuar su viaje hacia Austria. Solo se permitirá el paso a los que quieran dirigirse a Alemania o a Austria. A todos los demás, por ejemplo, los que quieran viajar a Suecia o Dinamarca, no se les permitirá la entrada. Pero nadie sabe a ciencia cierta si con esas medidas se logrará que el número de solicitantes de asilo no supere el límite fijado. Tampoco el canciller austríaco, Werner Faymann, lo sabe.
Los refuerzos en las fronteras austríacas tienen un doble efecto: por un lado, alivian la interna política de la coalición de gobierno de Faymann, formada por socialdemócratas y conservadores, ya que la mayoría de los austríacos quiere poner fin a la “cultura de la bienvenida”. Por el otro, el aumento de las expulsiones en las fronteras pone al resto de los países de la ruta de los Balcanes, sobre todo a países de llegada de refugiados como Grecia e Italia, bajo una inmensa presión. De ese modo se verán obligados –al menos eso es lo que piensa el ministro austríaco de Exteriores, Sebastian Kurz- a proteger mejor las fronteras exteriores de la Unión Europea. Eso es hacer política para refugiados por la fuerza en vista de que los esfuerzos por controlar la crisis a través de las vías usuales en la UE está a punto de fracasar por completo.
También Alemania pondrá un límite
Austria puede argumentar, y con razón, que Suecia ya no recibe más refugiados y que Alemania también expulsa a una cantidad cada vez mayor en la frontera austro-bávara. El canciller Faymann acordó su decisión sobre incrementar los controles fronterizos y limitar la cantidad de ingresos, legalmente cuestionable, en estrecha colaboración con la canciller alemana, Angela Merkel. La jefa de Gobierno alemana -que es objeto de severas críticas desde las filas de su propio partido en lo que atañe a su política para los refugiados- no está en absoluto en contra del límite impuesto por Austria.
No pasará mucho tiempo hasta que también ella de un giro decisivo al respecto. Al final puede decir que Alemania no puede enfrentar sola este desafío. Suecia ya lo asumió, y Austria lo hace ahora. Es decir que solo queda un único país que acoge refugiados en la insolidaria Unión Europea: Alemania. Y eso es algo que, a la larga, ni la misma Merkel podrá seguir soportando.
Si dentro de dos meses no fructifica la distribución de refugiados a nivel europeo ni se logra poner freno a su llegada a través de la cooperación con Turquía, entonces Alemania seguirá seguramente el ejemplo de Austria. En este país, la coalición de Gobierno no quiere hablar de un techo para la acogida de refugiados porque ese término fue utilizado ya a viva voz por el partido hermano de la CDU, la CSU bávara. Se usan eufemismos como “objetivo”. El presidente en funciones de la UE, el primer ministro holandés Mark Rutte, ya habla de un plan “B” en caso de que el sistema actual de focos de llegada o hotspots, distribución y control de fronteras exteriores no empiece a funcionar visiblemente. Cumplir con esa meta en un plazo de ocho semanas parece, en vista del desacuerdo entre los jefes de Estado y de Gobierno europeos, más bien improbable.
¿Un caos planificado entre Austria y Grecia?
Si luego de Austria también Alemania redujera la cantidad de ingresos de refugiados, ¿qué sucedería en la ruta de los Balcanes y dentro de las fronteras del espacio de Schengen? En los países de los Balcanes Occidentales y en Grecia podría producirse un enorme reflujo de los refugiados, solicitantes de asilo e inmigrantes, y eso sería una catástrofe planificada en el corazón de Europa para miles de personas. Serbia ya anunció que no dejará pasar a más refugiados. La estrategia de muchos de los responsables políticos desde Suecia hasta Italia es, evidentemente, que la Unión Europea deje de ser un punto de atracción para los refugiados, de modo tal que ni siquiera se atrevan a llegar a su meta. Europa capitularía ante la avalancha, perdiendo así sus valores humanos y su misericordia. Volvería a establecerse a largo plazo el sistema de controles de fronteras dentro de la UE, y los costos de esta renacionalización serían inmensos.
El límite máximo no soluciona el problema sino que lo desplaza del centro de Europa hacia sus márgenes, allí adonde llegan los refugiados. A la pregunta sobre qué pasará si se sobrepasa el límite máximo, la ministra austríaca del Interior respondió: “Campo de internación”. ¿Es esa sea la respuesta a que miles de hombres, mujeres y niños sean retenidos en contra de su voluntad en las fronteras europeas? Eso no puede y no debe ser la última respuesta a la crisis de los refugiados. ¿No podemos encontrar otra mejor?