A juzgar por el clamor de esta semana, uno podría haber pensado que el fin del mundo, al menos para los alemanes, estaba cerca. Dos jardines infantiles en la ciudad de Leipzig, en el estado de Sajonia, habían anunciado que ya no servirían cerdo y ositos de goma –los cuales contienen gelatina que se deriva del colágeno de los cerdos– por respeto a los estudiantes musulmanes.
El periódico alemán de circulación masiva Bild hizo de ésta su historia de primera plana y, pocas horas después de que se conociera la noticia, hubo que enviar fuerzas policiales para proteger a los centros educativos. Y pronto la indignación y el odio empezó a desbordar la red: Occidente, la democracia, la libertad, todo estaba bajo peligro. Y el islam, el culpable de todo. La palabra "cerdo" rápidamente se convirtió en tendencia en las redes sociales.
El presidente del Consejo Central de Judíos en Alemania, Josef Schuster, también se involucró en el debate. "Lo último que necesitamos es odio contra una minoría simplemente porque una guardería está reconsiderando su plan de comidas", dijo. "Una prohibición de carne de cerdo es quizás demasiado", agregó empero Schuster, sin ahondar más en el tema y simplemente pidiendo calma en lugar de un "debate acalorado".
Indignación en vez de empatía
Aparentemente fue menos importante lo que sucedió a principios de esta semana cuando un hombre blanco alemán disparó e hirió gravemente a un eritreo en la pequeña ciudad de Wächtersbach, en el estado de Hesse. El agresor, que conducía un automóvil en el momento del ataque, no conocía a su víctima de 26 años, un padre que sobrevivió gracias a la rápida ayuda de los trabajadores de emergencia. Fue un ataque despreciable, profundamente racista y completamente inquietante.
¿Cómo reaccionaron los políticos? Tomó mucho tiempo antes de que políticos despertaran ante el horror de este intento de asesinato. Muchos otros que se indignaron por el cambio de menú jamás se pronunciaron ante este hecho. Y no, no fueron solo representantes del partido populista de derecha AfD.
¿Y cómo reaccionaron los cibernautas? Pasivamente en comparación con el huracán que despertó la noticia de las guarderías en Leipzig. El odio y la indignación están vigentes en Alemania, y no la empatía y el compromiso con los derechos fundamentales.
Esto no es un buen augurio para Alemania y su gente. Después del asesinato a principios de junio del político Walter Lübcke –un funcionario electo en Kassel y miembro de la Unión Cristianodemócrata (CDU)– a manos de un extremista de derecha, tanto legisladores como el presidente alemán Frank-Walter Steinmeier prometieron mayor vigilancia y determinación. Nada nuevo en Alemania: políticos expresan cada vez más preocupación por nuestra democracia y nuestra cohesión social. Sin embargo, en internet es donde el discurso de odio y xenofobia están omnipresentes. Afortunadamente, en las últimas semanas, el sistema judicial alemán ha comenzado a intensificar sus esfuerzos para perseguir a personas que publican contenido que pueda llegar a ser considerado como criminal. Y es que, por desgracia, Facebook y Twitter no están haciendo lo suficiente en este sentido, por lo que los legisladores alemanes y europeos tendrán que mantener su presión sobre ambas plataformas.
Mantenerse vigilantes
Wächtersbach ha demostrado que el odio que se plasma en las redes sociales puede llegar a convertirse en realidad. El agresor que intentó matar al eritreo a menudo había anunciado su voluntad de realizar tal acto en su bar local. Pero nadie se detuvo a escuchar ni nadie se alertó por sus declaraciones. Esto también es una tragedia.
Cada ataque inspira a imitadores. Es por eso que Josef Schuster tiene tanta razón. Alemania no necesita "odiar a las minorías". La cohesión social del país está en juego. Así, para salvaguardarla, todos podemos hacer más: denunciar a quienes propagan discursos de odio en internet, participar en manifestaciones que promuevan la dignidad humana y la democracia, así como contrarrestar a los enemigos de la democracia y la igualdad. (few/dzc)
Autor: Christoph Strack
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