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Opinión: Alemanes desconcertados

Alexander Kudascheff31 de enero de 2016

El de los refugiados es el tema dominante en Alemania. La sociedad está expuesta a una prueba de resistencia sin precedentes, opina Alexander Kudascheff.

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Alexander Kudascheff
Alexander Kudascheff, redactor jefe de Deutsche Welle.

Los alemanes son, probablemente, románticos. En todo caso, está claro que están perplejos. Se sienten desconcertados, inseguros frente al desafío que representa para ellos recibir en su país a un millón de refugiados. Primero cedieron al impulso abrumador de ayudarlos y ahora expresan rabia y repulsión. De cuando en cuando, el debate político, el ciudadano, está cargado de odio; en pocas ocasiones, casi nunca, se discute objetivamente sobre el asunto. La pregunta de rigor es cómo acoger, atender e integrar a largo plazo a ese millón de personas que llegó a Alemania; pero casi nadie se dedica a intentar despejar esa incógnita. Quienes están a favor de recibir a los refugiados son tachados de ingenuos y tontos. Y a los que están en contra se les tilda de ultraderechistas y nazis. El discurso político se ha descarrilado. Peor aún: casi todos los días tienen lugar atentados contra albergues de refugiados; el número de ataques ya supera el millar. Una cifra aterradora.

Todo cambió en Nochevieja

Desde Nochevieja, cuando una mujer fue violada y muchas otras fueron asaltadas y acosadas sexualmente en Colonia por una horda de hombres, provenientes en su mayoría del Magreb, son pocos los que hablan de los refugiados. La policía fracasó estrepitosamente al no poder proteger ni la dignidad de las mujeres ni la de la Catedral de Colonia, que fue blanco de fuegos artificiales durante horas pese a que adentro tenía lugar una misa. Los agentes policiales no pudieron hacer respetar uno de los templos más bellos de Europa. Respeto y reverencia que, por cierto, bien cabe esperar de cada refugiado. Desde entonces, la fe de los alemanes en sí mismos y en los refugiados se ha visto quebrantada.

Y desde entonces se han intensificado las críticas hacia la canciller Angela Merkel. Cuando los refugiados estaban varados en Hungría, ella abrió las fronteras del país con argumentos humanitarios compartidos y apoyados por la mayoría de sus compatriotas. Pero Merkel no ha articulado concepto alguno para todo lo que queda por hacer. El flujo migratorio no amaina y Merkel se limita a repetir su mantra: asegurar y proteger las fronteras externas de la Unión Europea, repartir a los refugiados entre los países comunitarios, defender el Tratado de Schengen –que anula los controles fronterizos entre los países europeos–, luchar contra los factores que obligan a la gente a huir de sus países, cooperar con Turquía… En pocas palabras: encontrar una solución europea racional y moral. El problema radica en que esa solución no se ha aplicado hasta ahora. Mientras tanto, el respaldo a la gestión de Merkel y su partido se debilita. Merkel está sola en la tarima política; la han dejado sola. Cabe decir que una jefa de Gobierno puede adquirir grandeza histórica y aún así desplomarse.

Nadie sabe cómo seguirán las cosas

Eso tiene dos desagradables efectos políticos secundarios: por un lado, Europa está más desunida que nunca y, por otro, Europa está más unida que nunca contra la Alemania de Merkel. En el propio territorio alemán se percibe cómo una fuerza marginal de ultraderecha se erige en un factor político. Puede que eso cambie, cuando se supere el desafío de los refugiados. Pero la resistencia de la Unión Europea, su cohesión interna ha sido llevada a sus límites; las secuelas son difíciles de prever. De ahí que algunos se pregunten si la Unión Europea era una idea que sólo podía prosperar mientras hubo buen tiempo. Y es que hasta ahora han triunfado los egoísmos nacionales y la disposición para las jugadas individuales de los países comunitarios.

Ese es un precio muy alto por un gesto humanitario de Merkel. Y ese costo va a subir si se constata que la idea de una veloz integración era una ilusión, si surgen sociedades paralelas en el seno de la alemana, si la colisión de culturas –en este caso, un choque con el Islam y las tradiciones del mundo musulmán– termina siendo más dura de lo esperado. Eso intuyen muchos alemanes. Eso los inquieta. Eso hace que la discusión política sea tan descarnada y agresiva. Y eso hace que los alemanes se sientan inseguros porque con frecuencia se les acaba la energía para hacer análisis racionales y actuar lúcidamente. Como dije antes: con frecuencia, los alemanes son románticos.