"Sin reformas en países en crisis el BCE no podrá hacer mucho"
17 de octubre de 2014En la eurozona se multiplican los síntomas de la crisis. El crecimiento se debilita, aumenta la tasa de desempleo, y las reformas aún no se aplican efectivamente. Los dos pilares más importantes del euro, Francia e Italia, siguen perdiendo competitividad. Algunos expertos ya hablan de la Eurocrisis 2.0, y otros, por el contrario, ven un peligro total y existencial para toda la eurozona.
Está claro que, una vez más, se busquen culpables para la debacle. Estadounidenses, franceses e italianos apuntan al ministro alemán de Finanzas, Wolfgang Schäuble, que no está dispuesto en lo más mínimo a poner en marcha un programa de inversiones financiado a base de crédito. Un columnista de la revista Der Spiegel dijo haberse enterado de que los banqueros estadounidenses describen el anhelo de Schäuble de llegar a la “deuda cero” como un “acto de terrorismo económico”, y que su negativa a cambiar el rumbo es comparada por ellos con la obstinación ideológica del partido republicano ultraconservador Tea Party, que bloquea una y otra vez cualquier tipo de iniciativa sensata en el Congreso de EE. UU.
Si bien dichas afirmaciones son prácticas para el caso, no reflejan fielmente la realidad. En el fondo, son extremadamente ingenuas, ya que también los economistas y banqueros estadounidenses no pueden esperar seriamente que un par de miles de millones de euros –que fueron invertidos en Alemania para sanear baches en las calles y baños escolares y para el fomento a la educación sean verdaderamente capaces de impulsar la coyuntura económica de Europa.
Entretanto, el tema central ya no es la coyuntura, ni un par de puntos más o menos en el rendimiento de los países de la zona euro. Actualmente, incluso el más ferviente defensor del euro ha comprendido que este sistema monetario está sumido en una profunda crisis estructural, en realidad, desde la introducción de la moneda comunitaria europea.
Cuando Estados soberanos acuerdan una moneda común e insisten en llevar a cabo una política financiera, económica, laboral y social propia, entonces el simple mecanismo de la economía hace que esos sistemas tiendan a colapsar, dado que sostener una política financiera y de política económica hace que la competitividad se desarrolle de manera desigual en los distintos países. Y esa desigualdad se vuelve cada vez mayor porque en un espacio monetario común falta un mecanismo de equilibrio de los diferentes tipos de cambio. Los países en crisis ya no pueden devaluar como lo hacían antes. Esas son las fuerzas centrífugas que amenazan con desgarrar al euro.
La trágica figura en este juego se llama Mario Draghi. El italiano a la cabeza del Banco Central Europeo tiene que lograr la cuadratura del círculo con su política económica y bloquear el paso a las fuerzas centrífugas a las que está expuesto el euro. Tiene que abrir las esclusas para evitar la sequía de los bancos europeos. Debe reducir los intereses hasta llegar a cero porque hay políticos que todavía piensan que con una política monetaria y bajos intereses se puede impulsar la economía de un país.
Hace dos años, Mario Draghi logró poner coto a los factores que afectan al euro cuando anunció una compra ilimitada de bonos estatales a países en quiebra. Eso tranquilizó los mercados, bajó los intereses de los bonos de países del sur de Europa, pero no resolvió la crisis. Por el contrario: una política monetaria ultralaxa alberga el peligro de que se formen nuevas burbujas, la tasa de interés perdió su carácter de prima de riesgo, y la caza de réditos hace subir la disposición al riesgo de los mercados.
Ahora, Mario Draghi quiere agarrarse de la última rama que le queda y poner en marcha su programa de compra de bonos. Si lo hace, los países tambaleantes de la eurozona podrían volver a tomar crédito a buenas condiciones, y eso es mucho más cómodo que combatir los verdaderos motivos de la crisis. Las fuerzas que amenazan con destruir al euro solo podrán ser dominadas si cada país intenta recuperar su capacidad competitiva y su atractivo como emplazamiento económico para inversores extranjeros a través de aumentos moderados de salario, una reducción de la burocracia, reformas en el mercado laboral e inversiones en infraestructura, resumiendo: con reformas estructurales.
Colocar a Mario Draghi como al gran seductor que con su política de abundancia paraliza el esfuerzo por imponer reformas de muchos países es solo la mitad de la realidad. Draghi también actúa presionado por los mercados y por la política. Su política es una estrategia de defensa para dilatar las consecuencias de la crisis del euro. Solo cuando se demuestre que su programa de compra de bonos estatales no tiene ningún efecto, la clase política entenderá que no habrá solución posible sin una depreciación real de la moneda de su país por medio de una rebaja de los salarios y si no se lleva a cabo una reforma estructural. A largo plazo, la política financiera no remplaza ni a la política coyuntural ni a las reformas, y ni siquiera Mario Draghi podrá salvar sin ellas al euro.