Opinión: Los autogoles de Netanyahu
3 de abril de 2018Un "teatro absurdo" como no se había visto en Israel en mucho tiempo. Fue así como la oposición describió el intento fallido del primer ministro, Benjamin Netanyahu, de librarse a como diera lugar de miles de refugiados africanos, cuya presencia en el país mediterráneo se ha convertido en objeto de debate nacional.
En el curso de los últimos doce años, el número de inmigrantes provenientes de países africanos –en su mayoría de Eritrea y Sudán– llegó a más de 40.000. Hace tiempo ya que la derecha israelí se moviliza para protestar contra su concentración en los vecindarios pobres del sur de Tel Aviv, tachándolos de "invasores"; escucharlos referirse a los africanos como "migrantes" o "refugiados" se ha vuelto cada vez más raro.
La partida de los africanos como regalo de Pésaj
El jefe de Gobierno parece haber imaginado que todo sería muy fácil: en el mismo momento en que Israel celebra la festividad de Pésaj para conmemorar la salida de los judíos de Egipto, la liberación del pueblo hebrero de la esclavitud, Netanyahu quería regalarles a sus críticos la partida de los africanos de Israel. La intención del primer ministro era también, seguramente, distraer la atención de las acusaciones de corrupción en su contra, que siguen siendo investigadas, y del reciente recrudecimiento de la violencia de cara a la Franja de Gaza.
Netanyahu no da la impresión de haber tenido un concepto claro para la deportación de los inmigrantes africanos. Primero se dijo que Israel iba a expulsar de su territorio a cerca de 42.000 de ellos; es decir, a todos, prácticamente. Pero la idea no era repatriarlos a sus respectivos países de origen, sino llevarlos todos a Ruanda, un Estado al que muy pocos de ellos pertenecen. Los ruandeses fruncieron el ceño y de inmediato se vieron presionados por varios países para que no cooperaran con Israel en la deportación de los refugiados.
La agencia de las Naciones Unidas especializada en materia migratoria intervino justo a tiempo. Muy pronto se llegó a un acuerdo; Israel se mostró dispuesto a asumir responsabilidad por su parte del trato: "sólo" 16.000 africanos abandonarían Israel y al resto se le otorgaría el derecho oficial a quedarse. En realidad, una "idea práctica"… si Netanyahu no se hubiera apresurado a llenarse la boca anunciando que los 16.000 africanos deportados serían recibidos por Canadá, Italia y Alemania. Al menos los dos últimos se han visto sacudidos desde hace años por una amarga discusión en torno a la acogida de refugiados. El Gobierno de transición italiano desmintió de inmediato que Roma hubiera sellado un pacto con Israel; también Berlín aclaró que no sabía nada al respecto.
Una siniestra cadena de autogoles
La de Netanyahu es, a todas luces, una siniestra cadena de autogoles: en lugar de salir airoso de la polémica interna de Israel ahora se multiplican las voces que claman por elecciones adelantadas. Y, si éstas tienen lugar, Netanyahu podría perderlas. No contra contendores liberales, sino contra rivales más radicales, algunos de los cuales ya forman parte del Gobierno. Ese escenario intensificaría aún más el aislamiento de Israel en la comunidad internacional, de por sí acentuado durante el mandato de Netanyahu.
Con su "teatro absurdo" de los últimos días, el primer ministro también perjudicó considerablemente la reputación internacional de su país frente a Ruanda, Italia, Canadá, Alemania y, desde luego, frente a todos los miembros de la ONU. Israel, que ya venía siendo blanco de críticas cada vez más duras por su comportamiento de cara a los palestinos, seguramente atraerá mayor rechazo tras las maniobras recientes de Netanyahu.
Peter Philipp (ERC/VT)