Opinión: Ley de la selva en Alemania
23 de julio de 2017La pureza de la provincia a veces permite echarle una mirada más profunda a las cosas. Eso la diferencia de las grandes urbes. Algo de ello se puede ver al comparar, por ejemplo, la pequeña localidad de Schorndorf con Hamburgo. En la cumbre del G20, que se celebró hace dos semanas en la ciudad hanseática, ocurrió algo que, con buena voluntad, podemos calificar de desconcertante. ¿Tenía un fondo ético la violencia que cientos de vándalos desataron en Hamburgo? ¿Se puede describir a quienes destruyeron el barrio de Schanzenviertel como héroes de la resistencia o luchadores de la libertad que con el dolor de sus corazones decidieron responder a la presión del capitalismo y a la miseria del mundo con los últimos medios disponibles, es decir, la violencia física?
No, no es así. La prueba está en los desmanes ocurridos en Schorndorf en el marco de una festividad local. Entre quienes lanzaron botellas a los policías en ese lugar había un número importante de estudiantes de secundaria, jóvenes emborrachados por un ánimo etílico y, puede uno suponer también, provenientes de las capas medias de la sociedad, aquellas que no son precisamente las más perjudicadas por el sistema. La violencia viene, también, de aquellos a los que les está yendo bien en la vida.
Pérdida de respeto
Esta observación contradice ese extendido intento de explicar la violencia y, quizás, hasta legitimarla: que el Estado debe preocuparse más por el bienestar de los ciudadanos, pues solo entonces será posible esperar que los niveles de violencia disminuyan. Esta tesis ha quedado superada por lo acontecido en Schorndorf.
En vez de ello, es posible hacer otra apreciación: la violencia se practica porque no hay riesgo alguno en hacerlo. El vandalismo que se ve cada fin de semana en los partidos de la Bundesliga ocurre precisamente porque no hay castigo, pues el Estado decidió dejar de aplicar las normas y hacer respetar los estándares mínimos de una civilización.
Cosa de cada día
Las consecuencias de esto son preocupantes también al nivel de las pequeñas escenas de la vida cotidiana, pues allí donde las normas –subjetivas– son percibidas como algo poco válido, las relaciones se ven dañadas. Permítame una disquisición personal: yo vivo en uno de los distritos de entretenimiento más populares de Colonia. Allí a la gente le gusta estar en la calle; frente a los bares, en la vereda, y no dentro. Esto ocurre de forma tal que las personas ocupan toda la acera. El que quiera pasar se ve forzado a caminar por la calle. Lo mismo cuando grupos de tres o cuatro personas deciden ocupar todo lo ancho del espacio, impidiendo que otros circulen. El que no quiera chocar con ellos debe ser o muy delgado o muy afortunado.
El que haya otras personas más allá de nuestros propios horizontes es una reflexión que no puede ser considerada, como antes, como algo evidente. El pensamiento complejo y prudente ahora viene a la baja. El resto de la humanidad es hoy vista como un paisaje irrelevante que acompaña la vida del verdadero protagonista: uno mismo.
¿Vuelve la ley de la selva?
Tanto en Hamburgo como en Schorndorf la violencia se centró en los agentes de la Policía, que fueron atacados por vándalos que conocen la violencia de los videojuegos. Los policías son, desde su perspectiva, figuras para jugar, necesarias como blancos de los ataques. Para muchos, es una oportunidad para agredir y dar rienda suelta a la violencia sin esperar consecuencias, precisamente como en los videojuegos. La pérdida de control es precedida por la pérdida del respeto a las normas. La idea de que el Estado debe aplicar mano dura en favor del respeto no es algo que suene absurdo. De lo contrario, la amenaza del retorno de la ley de la selva se cierne sobre todos nosotros.
Autor: Kersten Knipp (DZC/ERC)