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Irak y su culto a la muerte política

16 de octubre de 2016

La lucha contra el EI podría decidirse en Mosul. Sin embargo, lo que Irak necesita es una nueva cultura política, opina Kersten Knipp.

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Irak Mossul Kampf gegen IS
Imagen: Reuters/A. Rasheed

A Sadam Husein nunca le gustaron los chiitas. Ni siquiera cuando era niño, en Tikrit, donde hablar mal de ellos era normal. Los chiitas fueron etiquetados como potenciales traidores, mucho más leales a Irán, la nación chiita más fuerte en la región, que a su propio país. Más tarde, en 1980, cuando Sadam Husein libró una guerra que terminaría durando ocho años contra Irán, tuvo que experimentar cómo muchos chiitas se rebelaron en contra de su régimen: un preludio a la abierta insurrección que estallaría a principios de 1991, después de su fallida invasión a Kuwait. Indirectamente, Estados Unidos alentó esta rebelión.

Cuando Sadam envió sus tropas a las ciudades chiitas del sur de Irak para vengarse, el presidente estadounidense, George Bush, se negó a intervenir. Como resultado, miles de chiitas fueron desplazados, privados de medios de subsistencia o asesinados. Las cosas siguieron así durante toda la década de 1990 hasta la invasión estadounidense de Irak en 2003, lo que chiitas percibieron como una liberación.

En 2006, los chiitas se vieron reivindicados cuando uno de los suyos, Nuri al-Maliki, se convirtió en primer ministro. Una vez en el poder, comenzó rápidamente a intimidar a los sunitas. Y la única manera en que sunitas vieron cómo defenderse fue buscando la protección de extremistas como Al Qaeda o, más tarde, el llamado "Estado Islámico" (EI). En 2014, yihadistas del EI se hicieron tan poderosos que capturaron la ciudad de Mosul, y al parecer, en un abrir y cerrar de ojos; lo que fue un shock para todo el país.

Un futuro oscuro

Los chiitas reaccionaron mediante la creación de las llamadas "Fuerzas Populares de Movilización". Ahora, estas unidades están al lado del ejército iraquí a las afueras de Mosul con la intención de recapturar la ciudad. Los chiitas no están allí tan solo para ayudar al Gobierno iraquí, sino más bien –y tal vez más que todo– para ampliar su propia influencia en las zonas alguna vez dominadas por ellos.

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Kersten Knipp

Esta larga historia de violencia es un claro indicio de cómo va a ser el futuro de Irak: muy malo. Las numerosas brigadas chiitas en la batalla de Mosul no son necesariamente menos amenazantes que los secuaces del EI. Y las atrocidades de guerra que han cometido contra civiles sunitas en comparación con los llevados a cabo por el EI no se quedan atrás.

La peligrosa dualidad amigo-enemigo

Ambos grupos, tanto los yihadistas sunitas como las milicias chiitas, están actualmente haciendo todo lo posible para establecer la lógica de un políticamente abusado fervor religioso como visión para el futuro. Irak es un ejemplo perfecto de cómo la violencia a largo plazo puede aplastar el comportamiento civilizado. Las consecuencias del régimen de terror de Sadam Husein, con sus cientos de miles de víctimas, así como la invasión estadounidense de 2003, ha dado lugar a un embrutecimiento de los dos grandes segmentos de la sociedad iraquí, enfrascándola en una mentalidad amigo-enemigo, todo bajo la línea de preceptos religiosos.

En gran medida se olvida que hace medio siglo en Irak, donde ahora marchan escuadrones fundamentalistas de la muerte, floreció un espectro político incluyente, en el que estaban representados todos los colores políticos y sus religiones. Incluso el comunismo, respetado por muchos chiitas, jugaba un papel importante. Ahora esos días han quedado atrás.

Religión fundamentalista

Una sociedad embrutecida depende de una ideología correspondiente. En el caso de Irak significa un monoteísmo fundamentalista empapado en fantasías de aniquilación. Tales ideologías permiten a los respectivos grupos a salir por el todo, y rechazar, así, cualquier tipo de concesión; todo en el nombre de la única fe verdadera.

"Ellos o nosotros": ésta es la lógica adoptada por aquellos que se han basado en el pasado y presente violento del país. La política es la lucha por el todo, y las concesiones no son más que un signo de debilidad dentro de este juego político.

Los combatientes siguen desplegándose en Mosul. Y no encontrarán la paz hasta que finalmente estén dispuestos a enfrentarse a un desafío mucho más grande que la batalla en sí: el reordenamiento de su cultura política. Este sería el mayor triunfo que los iraquíes podrían alcanzar; tal logro tendría consecuencias que irían mucho más allá de las fronteras de su propio país.

Para aprender: aquí puede usted leer la versión original de este artículo en alemán.