Sin proponérselo, la Casa Blanca elevó el valor político de Rusia. Ese fue uno de los muchos efectos secundarios de la rescisión del acuerdo nuclear con Irán por parte del presidente estadounidense, Donald Trump. Para el Kremlin es importante que el pacto en cuestión siga en pie y ahora, de pronto, cuenta con el apoyo de Europa Occidental. En París, Berlín y Londres tienen claro cuán estrecha es la conexión Moscú-Teherán: los rusos y los iraníes son aliados; ellos luchan en Siria por alcanzar el mismo objetivo. Pero lo que antes era mal visto por Francia, Alemania y Gran Bretaña se ha convertido para Msocú en una ventaja. La política autista de Trump sólo puede ser enfrentada si los mulás no imponen su voluntad en Irán. Y es ante todo Rusia la que tiene capacidad para influir sobre los persas de línea dura. En otras palabras: el diplomático moscovita de mayor rango, Serguéi Lavrov, ha ganado más poder de negociación.
¿Es Rusia un poder hostil?
El ministro alemán de Exteriores, Heiko Maas, estaba consciente de estos movimientos tectónicos internacionales cuando voló a Moscú este jueves (10.5.2018). Pero ese no era el único lastre eb su equipaje. Maas había asumido, de cara al Kremlin, una postura distinta de la exhibida por sus dos predecesores; ambos socialdemócratas –como Maas– y percibidos por Vladimir Putin como "amigos de Rusia”. En una entrevista, Maas dijo sin ambages que Moscú actuaba "con cada vez más hostilidad”. Eso llevó a que lo reprendieran en Alemania, sobre todo en el seno de su partido, el SPD. Muchos socialdemócratas alemanes parecen creer que la única manera de rescatar el legado de la política oriental de Willy Brandt es mostrando comprensión por las ambiciones neoimperialistas de Putin y tolerancia hacia el curso autoritario del Kremlin. Esta posición del SPD está dando pie a sucesos muy extraños.
Cercanía ostentosa
En este instante, el otrora canciller Gerhard Schröder está al servicio del gigante energético estatal ruso Gazprom y muestra sin inhibiciones su amistad con Putin. A principios de esta semana, cuando Putin volvió a juramentarse como presidente de Rusia, Schröder estaba en primera fila, flanqueado por Cirilo, patriarca de la iglesia ortodoxa rusa, y el primer ministro, Dmitri Medvédev. Más cercanía al poder, imposible. El ministro Maas, en cambio, toma distancia. El segmento de la opinión pública alemana que simpatiza con el Kremlin –que no sólo está conformado por socialdemócratas, por cierto– le exigió a Maas que restableciera el diálogo con Rusia a toda costa. Pero Maas respondió que él deseaba sostener un "diálogo verdadero y no conversar por conversar”.
La lista de pecados
La anexión de la península ucraniana de Crimea por parte de Rusia, el respaldo militar ofrecido a los separatistas pro-rusos en Ucrania Oriental, los ciberataques contra instituciones alemanas, la falta de voluntad política para aclarar el envenenamiento de Skripal, el apoyo militar al dictador de Damasco en la guerra civil siria y el bloqueo de resoluciones para Siria en el Consejo de Seguridad de la ONU… El ministro alemán de Exteriores enumeró los pecados rusos públicamente y en Moscú. Y aun así, aun después de dejar a la vista cuán distanciados están Berlín y Moscú políticamente, Maas consiguió poner movimiento en las relaciones bilaterales. Durante su visita se habló de proyectos binacionales como la cooperación académica y la asistencia de los veteranos de guerra, entre otros temas relacionados con la seguridad nacional de ambos países.
Esto no es un nuevo inicio que le robe el aliento al mundo, sino un tanteo sobrio de los ánimos. Esta aproximación cuidadosa también habría sido posible si Trump no hubiera rescindido el acuerdo nuclear con Irán. Pero es precisamente la movida unilateral de Washington la que convierte estos pequeños pasos de Alemania y Rusia en acontecimientos significativos.
Christian F. Trippe (ERC/ERS)