"No hay amistad, sino solo intereses"
9 de julio de 2015Todo lo que la tecnología permite llevar a cabo, se hace. Sin tener consideraciones con “amistades” o alianzas. A más tardar tras las últimas revelaciones de Wikileaks, cada alemán debe recordar las palabras de Charles de Gaulle: “Entre Estados no hay amistades, sino solo intereses”. A todas luces, Estados Unidos parece creer que sirve a sus intereses observar por décadas el trabajo del centro del poder en Alemania, en tiempo real. A fin de cuentas, la lista de “selectores” ahora revelada, con 56 números de teléfono, atañe exclusivamente a la Cancillería, tanto en Bonn como en Berlín, en tiempos de Merkel, Schröder y Kohl. Los estadounidenses incluso se interesaron por la central telefónica.
Sumando las revelaciones de la semana pasada, ahora sabemos de 125 números que fueron espiados durante décadas. Pero esa es solo una fracción de total de números que fueron objeto de espionaje con la ayuda del servicio de inteligencia alemán. ¡La cifra es más de 300 veces mayor y se acerca a los 40.000! En atención a Estados Unidos, dicha información se encuentra bajo llave, nada menos que en la espiada sede de la Cancillería. Solo podrá verla el juez jubilado Kurt Graulich, para informar en otoño al Parlamento.
Hace apenas un mes, el fiscal general alemán, Harald Range, suspendió las investigaciones en torno al “pinchazo” del teléfono celular de la canciller Angela Merkel. Consideró que las pruebas eran insuficientes para presentar cargos. Pero hay que saber una cosa: el fiscal federal no es independiente. Está supeditado a las instrucciones del Ministerio de Justicia.
El gobierno transmite cualquier cosa menos la impresión de querer actuar con firmeza contra las actividades de espionaje estadounidenses. Desde la cúpula se traba y retrasa el esclarecimiento, por consideración con el poderoso aliado. No luce así la actuación de un Estado soberano. Y tanto la opinión pública alemana como la esfera política se debaten así entre vagos temores, certezas, consternación, indignación y resignación.
Pero el que una potencia extranjera extienda una densa red de vigilancia tecnológica sobre un país no es una minucia. De nada sirven declaraciones como la de Ned Price, portavoz del Consejo de Seguridad Nacional estadounidense: “Básicamente no se lleva a cabo vigilancia en el extranjero si no existen los correspondientes intereses de seguridad nacional”. La interpretación de esos intereses es muy amplia, y no solo se refieren a la tan socorrida “lucha contra el terrorismo”. Eso queda en evidencia al ver cuánto se remontan las escuchas en el tiempo. En junio de 2001, tres meses antes de los atentados del 11 de septiembre, el Parlamento Europeo publicó un informe sobre el sistema estadounidense de escucha Echelon. Conclusión: Estados Unidos utiliza sus capacidades de espionaje también para obtener ventajas económicas. El informe contiene ejemplos concretos de espionaje industrial. E indica que, desde 1990, el gobierno estadounidense “equipara en forma creciente la seguridad económica con la seguridad nacional”.
Es cierto que siempre se ha espiado. Pero Alemania no tiene por qué quedarse cruzada de brazos. Ni permitir que se rían de ella, como los hicieron los británicos: tras una consulta alemana, éstos explicaron, en 2001, que la antena de radar ubicada sobre el techo de su embajada en Berlín había sido “instalada allí por consideraciones artísticas”. En el código penal alemán existe el párrafo 99, que castiga el espionaje. No debería aplicarse solo a agentes rusos, chinos o iraníes, sino también a los estadounidenses, británicos o franceses. Alemania puede enviar a Washington señales más fuertes que la sola convocatoria del embajador estadounidense a la Cancillería. Una señal realmente potente sería, por ejemplo, conceder asilo a Edward Snowden.