Nigeria: nuevas vías para el tráfico de personas
30 de octubre de 2017A la joven Judith Akuha, de 18 años de edad, la persiguen los recuerdos de los últimos tres años en la tierra de Yoruba, en el suroeste nigeriano. Su apatía es típica de las personas que regresan del sureste nigeriano. Su tío, entretanto fallecido, le prometió "enviarla a la escuela en la tierra Yoruba. Incluso le pagó el billete de viaje”, recuerda.
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Su tío definitivamente colaboró con los traficantes de personas. Su sobrina, que ahora vive otra vez en el Estado de Benue, en el centro del país, no sabe si este obtuvo alguna recompensa. En vez de una formación profesional tuvo que trabajar duramente en el campo: "Tenía que levantarme a las seis de la mañana y regresábamos por la noche”, cuenta con monotonía, mientras sigue hablando del hambre y la carencia de todo. Solo recibía dinero para comprar unas galletas. Lo más denigrante, en su opinión, fue la ropa sucia y desgarrada.
Tráfico de personas y esclavitud
Desde hace décadas, la tierra de Yoruba es el objetivo de la migración laboral. En los años 80 del siglo XX, los granjeros llegaron a Benue y negociaron salarios con los jefes de las poblaciones. Dicha oferta era voluntaria. Los granjeros buscaban entonces trabajadores en esta zona, porque la agricultura se desarrollaba de forma similar en ambas regiones.
Entretanto, la situación se ha vuelto muy preocupante, opina Valentine Kwaghchimin, quien vive en la capital de la provincia de Benue y trabaja para el Comité de Caritas para la Justicia, el Desarrollo y la Paz. En la actualidad no se puede hablar más de voluntarios: "El transporte en el suereste es claramente tráfico de personas. Las condiciones de vida allí presentan las características de la exclavitud moderna”, dice Makurdi.
Mujeres obligadas a prostituirse
Los trabajadores carecen de derechos fundamentales, explica Makurdi. Encierran a los hombres y mujeres. Incluso no pueden usar sus celulares. Tienen que dormir por la noche amontonados y en el suelo. Con frecuencia no tienen instalaciones sanitarias. Judith Akuha también lo vivió así. Otras mujeres se quejan de haber sido violadas y obligadas a ejercer la prostitución. Quien se queja no recibe comida. Según Kwaghchimin, se trata anualmente de al menos 11.000 personas de Benue, quienes trabajan en dichas condiciones. La cifra oscura es probablemente mucho más alta. El hecho de que este tema no haya sido mencionado es por la falta de información.
En Naka, una pequeña ciudad también en el Estado de Benue, con alrededor de 30.000 habitantes, el jubilado Sylvester Ugbede ha observado el mismo fenómeno en el suroeste nigeriano: "Las cifras dependen de la cantidad de trabajadores que necesiten. Los más que suelen trabajar en esas condiciones son los hombres jóvenes, que no tienen a nadie que les pague la escuela”. Mientras que a las chicas las engatusan con una formación profesional, a los chicos les prometen sueldos elevados, entre 30.000 y 40.000 naira (70 y 90 euros). En Nigeria el salario mínimo asciende a 18.000 naira.
Sin posibilidad de justicia
Sin embargo, nunca ven las promesas cumplidas. "Suelen justificarlo, diciendo que la cosecha fue mala, que tenía que venderse primero. Les dan siempre largas”, explica Ugbede. Las víctimas no acuden a la policía. Primero tienen que pagar para que dicha autoridad inicie una investigación.
Las autoridades nigerianas, llamadas brevemente Naptip, entretanto conocen bien las pautas de dicho sistema, que funciona de forma similar como el tráfico de personas internacional con la prostitución forzada. Daniel Atokolo, quien coordina la oficina regional de Naptip, apuesta que la gente forma coooperativa y gestione la tierra existente.
Solos con el trauma
Judith Akuha vive en Naka y no ha oído nada sobre Naptip. No conoce tampoco ninguna organización que ofrezca terapias a las víctimas del tráfico de personas. Solo una mujer, cuyo nombre no conoce, la ayudó: "Me dijo: Judith, si te doy el dinero para el transporte, ¿te irás de aquí? Le dije que sí”, recuerda. Ella sola no hubiese reunido el dinero para pagarse el billete. Muchos, como ella, regresan sin dinero y traumatizados. Solo les queda la vergüenza de no haber conseguido nada fuera de su región y la libertad recuperada.
Katrin Gänsler (RMR/JOV)