México: los últimos centavos son para recoger víveres
27 de mayo de 2020Cada viernes a la madrugada, Arsenia Cortés mete dos enormes bolsas de nylon en su gastada mochila y emprende su viaje. Esta mexicana de 47 años de edad tarda una hora en viajar desde su pueblo, Amozoc, hasta Puebla, la capital del estado del mismo nombre. Arsenia tiene que cambiar dos veces de autobús. Un viaje que le cuesta 35 pesos (alrededor de 1,56 dólares, ó 1,43 euros). Aunque tiene que pensarlo dos veces antes de gastar cada centavo, ella no ahorra en esos viajes. Su destino: la Fundación de Bancos de Alimentos Mexicanos (BAMX), una organización caritativa que entrega "despensas”, paquetes de víveres y alimentos frescos a los más necesitados. La organización humanitaria tiene filiales en todo el país. Está ubicada en la zona industrial de Puebla, directamente al lado de la autopista.
"Sin la despensa, no sabría cómo mi familia llegaría a fin de mes en esta crisis", dice la madre de tres adolescentes, mientras espera su turno en la fila, delante del edificio. Vende productos cosméticos de puerta en puerta, pero el negocio va mal. Su marido trabaja en una herrería, que apenas ha tenido pedidos desde mediados de marzo. Antes, ella solo tenía que pedir ayuda al Banco de Alimentos una vez al mes; ahora viene una vez a la semana.
Máximo histórico de personas que necesitan donación de alimentos
Mientras tanto, en la oficina de la planta baja, Pedro Mayoral explica su situación a un trabajador social, mientras se inscribe en el programa por primera vez. "Me gano la vida vendiendo ropa usada", cuenta el hombre de 72 años. "Pero ahora mis ingresos han desaparecido y no sé qué hacer", añade avergonzado, antes de emprender la caminata de media hora de regreso.
Según el gobierno, 750 mil mexicanos ya han recibido préstamos temporales. Lo que no es más que una gota en el océano. Millones de mexicanos, como Mayoral y Cortés, no tienen acceso a ninguna de esas ofertas. El número de beneficiarios de la ayuda en BAMX ha alcanzado un máximo histórico debido a la pandemia, dice el director Miguel Rojas. 130.000 personas se inscribieron en Puebla en enero, ahora son 160.000, y Rojas espera hasta 200.000 más en los próximos meses. "Esto será un desafío, porque necesitamos obtener más donaciones", es la preocupación de Rojas. El año pasado, la red del Banco de Alimentos Mexicanos abasteció a 1,3 millones de personas en todo el país, y en mayo, esa cifra saltó a 1,6 millones.
Puebla, donde la mitad de sus seis millones de habitantes vive en la pobreza, es una de las sedes más grandes y modernas de la red. El almacén mayor está repleto de gente. Eric Limón, jefe de logística, lleva un registro estricto de lo que entra y lo que sale. "En febrero entregamos 1.500 paquetes de comida al día, ahora son casi 3.000", dice aceleradamente. En un tiempo récord, en vista de la pandemia, la organización caritativa tuvo que establecer nuevas normas de higiene.
Ahora hay un lavabo móvil con jabón delante de la entrada. Cada visitante debe caminar además, sobre al menos dos tapetes de desinfección y a través de un túnel con desinfectante vaporizado. La fiebre se mide en la entrada, el tapabocas es obligatorio para todos, y cruces amarillas y negras en el suelo marcan los lugares de espera, con la debida distancia social. Los voluntarios también usan guantes, y sus overoles y delantales rojos se lavan con agua caliente todas las noches.
Se teme pérdida de donaciones
Allí se alienta a los beneficiarios a organizarse y a recibir ayuda colectivamente, de ser posible. Cuando esto no es posible, se les entrega o se ayuda a las parroquias locales. "La organización de los beneficiarios siempre ha sido una parte importante de nuestro trabajo para fortalecer la cohesión social", dice Rojas.
Una iniciativa que ha ayudado a Angelina Álvarez y Janeth Melchor, por ejemplo. Estas dos mujeres vienen de Patria Nueva, a 26 kilómetros al sureste de Puebla. 233 familias de su pueblo agrícola están registradas en el Banco de Alimentos. "Todos contribuimos y alquilamos una furgoneta cada viernes para recoger la comida", cuenta Álvarez, mientras mira cómo se levantan los paquetes en la plataforma de carga. "Ahora con la crisis, la necesidad ha aumentado, y la furgoneta se quedó chiquita", suspira la mujer de 58 años.
La lista de donantes es larga: supermercados, mercados mayoristas y restaurantes son los primeros de la lista. Principalmente, regalan alimentos perecederos y aquellos cuya fecha de caducidad está próxima. Las donaciones en especie y en dinero también provienen de las empresas industriales y manufactureras de la región, las universidades o el club de fútbol local, que justo ahora visita el Banco de Alimentos para entregar un cheque. Pero la recesión que se avecina abre un gran signo de interrogación sobre la cantidad de donaciones en los próximos años.
Hasta ahora, el Banco de Alimentos ha atendido principalmente al 8% de los poblanos que viven en la pobreza extrema. En la pandemia se trata de evitar también que otras familias sufran hambre, dice Rojas. Debido a que quienes viven demasiado tiempo por debajo del nivel de subsistencia sufren problemas de salud, sus hijos se atrasan en la educación, y la pobreza se convierte así en una trampa permanente.
(jov/cp)
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