Merkel: acuerdo, con o sin Polonia
22 de junio de 2007Un sube y baja de expectativas sin precedentes sacudió la cumbre de la Unión Europea con la que Alemania se despide de la presidencia rotativa de la entidad. Tenacidad y voluntad de coronar su gestión con el éxito no le han faltado a la canciller alemana, Angela Merkel, que una y otra vez se reunió con el presidente polaco, Lech Kaczynski, intentando desatar el nudo gordiano de la repartición de votos entre los países de la UE. No lo consiguió. La respuesta a las nuevas propuestas, como la de mantener en vigencia el sistema actual de ponderación de votos para la toma de decisiones hasta el año 2014, siguió siendo nie.
En vista de las circunstancias, sólo quedaba cortar por lo sano: seguir adelante sin Polonia. Al fin y al cabo, de lo que se trata es de llevar a cabo una conferencia gubernamental para elaborar el Tratado de Reforma que sustituirá a la fallida Constitución. Y, para convocarla, basta una mayoría simple. Además, el gobierno de Varsovia podrá adherir más adelante al acuerdo, según aclaró el portavoz del gobierno alemán, Friedrich Wilhelm.
Adiós al ministro de RR.EE.
Merkel intentó demostrar que la UE aún tienen capacidad de acción, tras el lastimoso espectáculo de tira y afloja que la cumbre dio a sus sufridos ciudadanos. Pero una cosa quedó clara: en aras del realismo, no hay sacrifico que no se haya pedido a los clásicos europeístas. Por lo pronto, quedó en claro que el viejo sueño de contar con un ministro de Relaciones Exteriores de la UE se ha terminado de esfumar. No habrá pues un Mister Europa, como aquel que pedía ya hace años Henry Kissinger, echando de menos un interlocutor único del Viejo Continente en materias internacionales. Una realidad dolorosa para los más vehementes partidarios de la integración política.
Puede que el Alto Representante de la política exterior y de defensa de la UE tenga en el futuro más atribuciones que hasta ahora, incluyendo algunas de las facultades que le asignaba el proyecto de Constitución. Pero lo cierto es que Europa avanza a paso de tortuga artrítica. Y, mientras tanto, cada Estado seguirá corriendo con colores propios en el momento en que la situación se complique demasiado, como ocurrió cuando el presidente de Estados Unidos, George W. Bush, buscaba aliados para lanzar la guerra contra Irak. Quizá el recuerdo de esa experiencia ayude a comprender un poco más por qué Tony Blair insistió tanto en su rechazo a un ministro de Exteriores conjunto.
Los límites de Europa
Amenazas de veto polaco, desazón entre quienes veían estirar la cuerda de las concesiones hasta extremos dolorosos, una canciller alemana a la que se le corta la paciencia... La cumbre de Bruselas ha dejado de manifiesto en primer plano los límites de la integración. Cualquiera sea el acuerdo al que finalmente se llegue, la realidad dista de la idea original de la Constitución que, dicho sea de paso, no salió de la pluma de un inspirado Giscard d'Estaing, sino que fue producto de largos meses de reflexiones y negociaciones.
Cada avance hacia la integración tiene su precio. Y queda a la vista que éste sube, mientras mayor es el número de países que hay que convencer. Hoy ha sido Polonia la que blandió la amenaza del veto. Mañana quién sabe. Pero la idea de fondo una Europa unida es demasiado atractiva para olvidarla en el fragor de la discusión por unos votos más o menos, y así lo ha entendido Angela Merkel, empeñada en no terminar la presidencia alemana con una derrota.