Masacre de la Candelaria: postal siniestra de Río de Janeiro
20 de julio de 2018En el atardecer del 23 de julio de 1993, Yvonne Bezerra de Mello tuvo un presentimiento. "Le di una moneda a tres de los chicos para que me llamaran por si pasaba algo”. Luego dejó al grupo de 70 chicos en situación de calle, que dormían delante de la iglesia de la Candelaria, en el centro de Río de Janeiro. En ese entonces, Bezerra se ocupaba de los niños a los que el Estado había abandonado a su suerte. Los más pequeños tenían seis años, los más grandes habían cumplido los 20.
"Esa noche recibí las llamadas”, cuenta Bezerra. Los chicos me llamaron diciendo: "Nos están matando”.
Yvonne Bezerra es hoy, un cuarto de siglo más tarde, una pedagoga de renombre internacional. Pero la historia de ese viernes por la noche marcó su vida. Es la historia de la masacre de la Candelária, que causó conmoción en todo el mundo. También porque mostró la otra cara de Brasil: un país despiadado, brutal y socialmente dividido. "Un país”, dice Yvonne Bezerra "como el que es hasta el día de hoy”.
Bezerra, de 61 años, cuenta la historia de la masacre en su departamento, en el barrio carioca de Flamengo. Allí saca algunas fotos antiguas. "Cuando llegué a la Candelária, media hora después, los cadáveres de los niños yacían delante de la iglesia”, recuerda. Los otros chicos estaban muertos de miedo.
Esa noche fueron asesinados ocho chicos de entre 11 y 19 años. Como se supo poco después, los asesinos fueron policías del 5º batallón de la Policía Militar de Río de Janeiro, en el cual funcionaba una especie de "escuadrón de la muerte” cuyos miembros también se dedicaban al narcotráfico.
Crímenes por venganza
Existen varias versiones sobre los motivos que llevaron a los policías a asesinar a los niños. Según Yvonne Bezerra, estaban irritados porque unos jovencitos habían arrojado una piedra a un patrullero. Pero más allá de eso, Bezerra está segura de que se trató de una venganza. "Los policías traficaban cocaína y algunos de los chicos que vivían en la calle los ayudaban”, dijo en entrevista con Deutsche Welle. Los policías querían vengarse porque hubo cuentas sin pagar.
En el juicio que siguió a los crímenes contra siete sospechosos, tres policías fueron condenados. Un acusado fue asesinado durante las investigaciones, aparentemente, para borrar huellas. Los tres condenados, sin embargo, hoy están en libertad. Dos lograron incluso salir antes de cumplir su pena. El acusado principal, Marcus Vinícius Emmanuel Borges, por el contrario, huyó de la cárcel. Había sido condenado a 300 años de prisión, pero solo cumplió 18.
"En esta sociedad, los pobres y los negros no cuentan”, dice Yvonne Bezerra. En esa época fue acusada de ser cómplice de los "vagabundos”. Así se llamaba a los niños indigentes, de los que mucha gente se quejaba. La masacre fue vista por esa gente incluso como "una limpieza social necesaria”, subraya.
Para ella, el 23 de julio fue decisivo porque, a partir de ese día, decidió dedicar su vida a trabajar por los niños menos favorecidos. Creó el famoso proyecto Uerê, que hoy cuenta con una escuela propia en el complejo de favelas Maré. Pero justamente por ese compromiso con los chicos, Yvonne Bezerra sigue recibiendo amenazas.
"Ninguno llegó a los 50 años”
Bezerra piensa que todos los chicos de la Candelária están muertos. Durante años mantuvo el contacto con algunos de ellos. Pero el último del grupo fue asesinado recientemente en el complejo Maré por una bala perdida. "Ninguno de esos niños llegó a cumplir 50 años”, dijo a DW. "Su vida estuvo siempre marcada por la violencia”. Uno de esos niños, ya un hombre traumatizado, Sandro Barbosa, secuestró un ómnibus con un revólver en el año 2000 y fue estrangulado por varios policías. El film "Ómnibus 174”, del director José Padilha, cuenta su historia.
Sin embargo, hay un sobreviviente de aquella noche terrible: Wagner dos Santos, quien fue víctima de la masacre más bien por casualidad. Luego de que los policías habían asesinado a tiros a seis chicos cerca de la iglesia Candelária, siguieron buscando otras víctimas en las inmediaciones. Dos Santos se hallaba cerca de dos niños que vivían en la calle, y los policías también quisieron matarlo. Cuatro balas impactaron en su rostro, pero sobrevivió y se convirtió en uno de los testigos más importantes del juicio contra los policías. Por eso, más tarde fue el objetivo de un atentado: otras vez, cuatro balas fueron disparadas contra él, y una vez más, sobrevivió.
Hoy, Dos Santos tiene 45 años y vive en Suiza por razones de seguridad. "Está ciego y sordo de la mitad de la cara donde le dispararon y totalmente traumatizado”, cuenta a DW su hermana, Patrícia Oliveira, de la organización "Rede de Comunidades e Movimentos contra Violência”, en el centro de Río. Ella misma fundó dicha organización.
Relata que su hermano no cree en la Justicia brasileña. Las condiciones por las cuales se produjo esa masacre no han cambiado. La Policía sigue matando a niños y jóvenes de raza negra, sin que haya ningún tipo de consecuencias. Wagner dos Santos recibe actualmente cerca de 420 euros de pensión del Estado brasileño. "Quiere dejar atrás la masacre de una vez”, dice Oliveira. "Pero, ¿cómo va a poder olvidar la violencia?”.
"Un genocidio silencioso”
También Yvonne Bezerra cree que en Brasil no ha cambiado nada desde 1993. "El Estado y la sociedad toleran que se masacre a los pobres”, afirma. De hecho, un escuadrón de la muerte asesinó, solo un mes después de la masacre de la Candelária, a 21 personas en la favela Vigário Geral. De los 52 acusados, solo siete fueron juzgados, y finalmente solo uno de ellos fue a prisión.
Hasta el día de hoy, la Policía brasileña, sobre todo en Río de Janeiro, sigue perpetrando asesinatos de niños y jóvenes negros y pobres. A eso se suma la violencia debida a las drogas en las favelas, que el Estado ve como algo normal. Yvonne Bezerra aporta una cifra: en 1993, cerca de 11.000 jóvenes fueron asesinados en Brasil. Hoy ya son cerca de 28.000 jóvenes por año. Un genocidio lento y silencioso.
Autor: Philipp Lichterbeck, desde Río de Janeiro (CP/ERS)