Lula, el pragmático
1 de octubre de 2006Cuando, hace cuatro años, Lula se disponía a conquistar la presidencia, muchos inversionistas temieron por sus dineros. Esos temores resultaron ser infundados. Con Lula como Presidente, el Brasil aplicó una política económica orientada hacia la estabilidad más de los que el Fondo Monetario Internacional había osado recomendar.
Nadie ha ganado en Brasil bajo el izquierdista Lula más dinero que los bancos. El Bovespa, el índice más importante de la bolsa las acciones brasileñas, se ha multiplicado por cuatro durante el gobierno del Partido de los Trabajadores (PT) y el valor del real se ha duplicado respecto al dólar desde la crisis financiera del 2002.
La serie de escándalos que han sacudido al PT no han hecho prácticamente mella en el carismático ex mecánico y líder sindical, el Walesa brasileño. Al igual que en el caso de escándalos anteriores, Lula ofrece una explicación clásica: él no sabía de nada. Y el pueblo le cree. Defenestrados fueron los responsables: el Presidente ha cambiado ya a la mayor parte de los ministros y la cúpula del PT.
Y Lula puede ganar las elecciones porque habla el lenguaje de la gente y se gana su corazón. Entonces como ahora, la oposición presenta como alternativa un deslucido candidato. El médico Geraldo Alckmin, del nominal Partido Sociademócrata del Brasil (PSDB), en realidad liberaldemócrata, no ofrece claras opciones a la política de Lula.
Votar al original
¿Para qué votar entonces una mala copia si se puede votar al original? Y entre el pueblo, el doctor no tiene ni la sombra de popularidad de Lula, que de pobre inmigrante del Nordeste en San Pablo, llegó a jefe del poderoso Sindicato Metalúrgico, antes de conquistar la Presidencia. Lula es uno de ellos, así lo entiende la gente.
La mayoría de los brasileños pasa por alto que el balance económico del gobierno Lula no es el más brillante. El crecimiento del PIB permaneció en promedio por debajo del 3 por ciento anual, mientras países emergentes comparables alcanzaban tasas de crecimiento del doble e incluso tres veces, como por ejemplo la India, con 8 a 9 por ciento anual y la de China, que ronda el 10 por ciento anual.
Sin el fuerte crecimiento de esos otros países emergentes y la consecuente gran demanda de soya, azúcar y celulosa y mineral de hierro en los mercados internacionales, el desarrollo económico brasileño hubiera sido bastante más modesto.
Un cuerno de dinero
A pesar de ese crecimiento no muy espectacular, Lula ha vertido sobre la sociedad brasileña un cuerno de dinero, que ha beneficiado a extensos sectores y proporcionado notables impulsos a la demanda interna.
El sueldo mínimo aumentó considerablemente y con él aumentaron también, automáticamente, las jubilaciones. Los fondos para el programa de asistencia social “Bolsa Familia” (Beca Familiar) fueron incrementados considerablemente. En el ínterin, una de cuatro familias se beneficia de la beca, que se concede cuando los niños son enviados a la escuela.
De esa forma se asegura que no falten el arroz y los fríjoles en la mesa de quienes viven por debajo de la línea de pobreza, que en el Brasil es más del 50 por ciento de la población. En el Nordeste, pueblos enteros viven de la “Bolsa Familia”.
Los problemas de fondo quedan
Otro gran impulso al consumo y a la popularidad de Lula dio una reforma del sistema crediticio, simple, pero sumamente eficaz. Hace dos años, el gobierno creó la posibilidad de que los bancos puedan descontar directamente del sueldo los intereses y la amortización de créditos privados.
A pesar de los altos intereses, de hasta más del 40 por ciento, muchos brasileños recurren a ese dinero, al que antes no tenían acceso. Ganadores son también el consumo, los bancos y el comercio.
Brasil es además hoy menos dependiente de los flujos internacionales de capital. El dinero proviene ahora de la propia balanza comercial, ampliamente superavitaria. El gobierno devolvió incluso por adelantado 15.000 millones de dólares al Fondo Monetario Internacional y pagó créditos privados por 10.000 millones de dólares.
No obstante todos esos éxitos, los problemas de fondo del país continúan, prácticamente igual que antes. En la solución de la falta de educación –casi 20 millones de brasileños, algo más del 10 por ciento de la población, no saben leer ni escribir–, los déficit de infraestructura y la enorme economía informal, los progresos han sido insignificantes. Y la corrupción ha adquirido dimensiones grotescas. ¿Una tarea para cuatro años más de Lula? Las urnas tienen la respuesta.