Los nuevos cauces del éxodo africano
1 de agosto de 2019Las autoridades mexicanas informaron en julio que el número de migrantes africanos en su territorio se había triplicado en poco tiempo. Se habla de 1.900 personas provenientes de Eritrea, Etiopía, Ghana, Somalia, Uganda y, sobre todo, de Camerún y la República Democrática del Congo, países golpeados por una severa crisis política. Ninguno de ellos tiene como meta quedarse en México; todos aspiran a recibir asilo en Estados Unidos o, de ser posible, llegar a Canadá. Pero, ¿a qué se debe la acentuación de su presencia en América?
Expertos en materia migratoria señalan que, tras el progresivo bloqueo de los caminos hacia la Unión Europea y dada la falta de perspectivas que sigue afligiendo a buena parte de la población joven de África, el éxodo de esa región se ha abierto otro cauce hacia nuevos destinos. La demanda atiza la oferta. Zacarías Gerrima, subdirector de la organización no gubernamental eritrea Africa Monitors, con sede en Uganda, sostiene que quienes ayudan a los africanos a movilizarse están llevando a cada vez más personas a América en avión.
Como muestra, un testimonio
En entrevista con DW, un joven de 23 años cuenta bajo condición de anonimato que huyó de su Eritrea natal aprovechando el apaciguamiento del longevo conflicto con Etiopía; ambos países firmaron un acuerdo de paz en julio de 2018. La frontera binacional, otrora vigilada tenazmente, fue abierta en septiembre del año pasado y el eritreo en cuestión la cruzó a pie sin problemas. Enseguida empezó a buscar el contacto con los traficantes de personas y consiguió uno que lo llevó en autobús hasta Uganda por unos 1.500 dólares estadounidenses.
Una puerta se cierra, otra se abre
Abundan quienes continúan arriesgando sus vidas al cruzar el mar Mediterráneo en botes muy precarios, pero poco a poco se ha ido consolidando una ruta aérea hacia el otro lado del Atlántico, explica Gerrima, quien monitoriza los movimientos de sus compatriotas eritreos a través de redes sociales como WhatsApp y Facebook. "Muchos vuelan desde un aeropuerto africano hasta Sudamérica –hasta Uruguay, por ejemplo– y, una vez allí, se enrumban por vía terrestre hacia Norteamérica evitando todos los controles”, señala Gerrima.
Estos viajes pueden durar meses y hasta años; pero el migrante aprende a ser paciente. No le queda otra opción. Hasta hace poco, los emigrantes eritreos salían de su país a través de Sudán, atravesaban el desierto para llegar a Libia y luego se lanzaban al mar Mediterráneo con miras a llegar a Europa. Pero ese trayecto dejó de ser transitado masivamente cuando los sudaneses comenzaron a detener a los eritreos y a deportarlos para demostrarle a las autoridades comunitarias que estaban cooperando con la Unión Europea, esgrime Gerrima.
El Gobierno de Sudán sabe que al repatriar a los eritreos está poniendo a muchos de ellos en peligro de muerte, subraya el operador de Africa Monitors. Desde 2015, cuando la Unión Europea recibió a una cantidad inusualmente grande de refugiados, el Club de los 28 firmó convenios con muchos de los Estados a lo largo de la ruta migratoria tradicional; en el marco de proyectos como Better Migration Management, por ejemplo, los centinelas fronterizos sudaneses fueron entrenados para cumplir su misión cabalmente.
El gran negocio
Críticos de esos programas acusan a los europeos de haber convertido a los africanos en sus cancerberos. Pero el que menos eritreos busquen refugio en Europa, no significa que la emigración eritrea se haya detenido. En 2018, 14.910 eritreos solicitaron asilo en la Unión Europea; dos años antes lo habían hecho 33.370. Mientras tanto, más y más eritreos están buscando protección en Uganda; en 2018 fueron 200.000. Por cierto, quienes antes traficaban personas a gran escala en Sudán y Libia, ahora hacen grandes negocios en Uganda.
La corrupción campea en las instituciones estatales ugandesas y eso facilita la tramitación de pasaportes. La amplia red internacional de traficantes de personas eritrea puede conseguir visas para viajar a países sudamericanos sin mayores obstáculos. Eso sí, dependiendo de las trabas por superar, un viaje transatlántico puede llegar a costar 30.000 dólares estadounidenses. Los traficantes lavan ese dinero abriendo restaurantes, hoteles y supermercados en Uganda. "Nuestro país puede estar siendo usado como territorio de tránsito”, arguye Moisés Binoga, de la Oficina para la Lucha contra el Contrabando y el Tráfico de Personas de Uganda, pero él no tiene pruebas concretas de ello. La política migratoria de la Unión Europea no consiguió su propósito de destruir las redes de traficantes de personas; lamenta Gerrima: "Lo que hizo fue conseguir que los traficantes se avisparan”.
Simone Schlindwein (erc/ers)
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