Los desafíos de la nueva diáspora venezolana
24 de agosto de 2017A partir del 1º de octubre, los ciudadanos venezolanos requerirán una visa estampada en sus pasaportes para poder ingresar a Panamá: tras pagar 50 dólares y someterse a estrictos controles, deberán esperar un mes para saber si su solicitud ha sido aceptada o no. A los 25.000 venezolanos con permisos limitados de permanencia en el país centroamericano se les dará la oportunidad de regularizar su estatus migratorio –un gesto de buena voluntad del presidente Juan Carlos Varela–; pero, quizás buscando tranquilizar a sus compatriotas, el ministro panameño de Seguridad, Alexis Bethancourt, ha dejado claro que no todos reunirán los requisitos…
Los 35.000 venezolanos que emigraron regularmente hacia Panamá no corren riesgo alguno de ser expulsados; ellos sólo deberán seguirle haciendo frente a la xenofobia cotidiana. Muchos panameños parecen estar convencidos de que su país ha sido invadido por los “venecos” y de que éstos les quitan el trabajo a los lugareños. Esa percepción ha sido promovida por quienes rechazan la política de puertas abiertas del Ejecutivo de Ricardo Martinelli (2009-2014) y hasta por el Gobierno de Varela, quien suele describir “la ruptura del orden democrático en Venezuela” como un riesgo para la seguridad, la economía y el mercado laboral local.
Solidaridad con solidaridad se paga
¿Se les cierran las puertas a los venezolanos cuando apenas comienza el éxodo? Claudia Zilla, de la Fundación Ciencia y Política (SWP), de Berlín, lo cree poco probable. “Puede que en Panamá piensen distinto, pero, en el Cono Sur, muchos recuerdan bien cuán generosa fue Venezuela al recibir a los exiliados de las dictaduras militares, e intuyen que este es el momento para demostrar su gratitud. Además, los países latinoamericanos no ejercen un dominio férreo sobre sus fronteras”, comenta la experta en entrevista con DW. El Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR) comparte esa opinión.
A mediados de julio, William Spindler, portavoz de ese organismo, señalaba que, “gracias a una larga tradición de solidaridad”, los ciudadanos venezolanos podían ampararse bajo distintas formas de residencia temporal para asentarse en los países que colindan con Venezuela. Sin embargo, Spindler advertía que muchos venezolanos optaban por no regularizar su permanencia en territorio extranjero a causa de los obstáculos burocráticos. Según ACNUR, ese puede ser el caso de buena parte de los 300.000 venezolanos radicados en Colombia, de los 40.000 que están en Trinidad y Tobago, y de los 30.000 que viven en Brasil.
Los refugios más codiciados
El récord de solicitudes de asilo presentadas por venezolanos en el mundo entero en 2016 (27.000) fue alcanzado y superado en los primeros seis meses de 2017 (52.000). Así lo indican las estadísticas de ACNUR. “Y estos datos representan sólo una fracción del total de venezolanos que pueden necesitar protección internacional, dado que muchos no se registran como solicitantes de asilo, a pesar de que huyeron [de su país] a causa de la violencia, de la inseguridad y de su incapacidad para sobrevivir”, alertaba Spindler. Los principales destinos de quienes han solicitado asilo en 2017 son Estados Unidos (18.300), Brasil (12.960) y Argentina (11.735).
Les siguen en ese ranking: España (4.300), Uruguay (2.072) y México (1.044). Por el grado de urbanización y la consecuente porosidad de la frontera binacional, Colombia es el Estado latinoamericano que más venezolanos ha recibido. El Ejecutivo de Juan Manuel Santos ha anunciado que trabajará con entidades de cooperación multilateral para atenderlos; pero también le ha pedido a la comunidad internacional que envíe ayuda humanitaria a Venezuela para frenar el flujo migratorio. El problema radica en que el Gobierno de Nicolás Maduro se niega a recibir esa ayuda, alegando que su país no la necesita.
Una crisis humanitaria inocultable
“En Venezuela todavía quedan organizaciones independientes con capacidad para evaluar la situación del país objetivamente y los reportes que emiten al respecto son muy desalentadores. Pero otro indicador fiable es el éxodo de venezolanos; un fenómeno cuyas causas no pasan inadvertidas en los países vecinos: mucha gente sale de Venezuela porque lleva años padeciendo represión política y privaciones de todo tipo. Cada vez menos personas toleran las dificultades para satisfacer sus necesidades más básicas, sobre todo las alimentarias y las sanitarias. Y la esperanza en que las cosas mejorarán se agota rápidamente”, explica Zilla, de la Fundación SWP.
“En este instante, hablar de emigrantes venezolanos es un eufemismo; ellos son refugiados. Y la Unión Europea tiene que ir buscando la manera de socorrerlos en los países que los acogen, ya que Maduro se rehúsa a aceptar la ayuda”, argumenta Pedro Morazán, experto en problemas de desarrollo y pobreza del Instituto Südwind, un think tank con sede en Bonn que promueve la justicia social y ecológica desde una perspectiva económica. Morazán coincide con Zilla en que la migración masiva de venezolanos es un indicio claro de la dramática situación que se registra en Venezuela y duda que se trate de un fenómeno pasajero.
Coyotes y campos de refugiados
“En algunos países, los migrantes venezolanos tienen acceso a servicios públicos gratuitos y reciben apoyo voluntario de la sociedad civil; pero, hasta ahora, no existen programas de acogida sistemática en los Estados que comparten fronteras con Venezuela. Creo que, a estas alturas, sería conveniente crear un fondo con aportes de la comunidad latinoamericana para darle a Venezuela la ayuda humanitaria que necesita. Y si el Gobierno venezolano no la acepta, habrá que organizar servicios de asistencia a los migrantes venezolanos en las zonas fronterizas, sobre todo en lo que respecta a alimentos y medicinas”, dice Zilla.
“Colombia sopesa instalar campos de refugiados a lo largo de la frontera porque la situación política de Venezuela empeora y la de Colombia, que acaba de negociar la paz con las FARC, todavía no se ha estabilizado del todo. Funcionarios de migración colombianos han ido a Turquía para ver cómo administran allí los campos de refugiados sirios”, asegura Morazán, añadiendo que el tráfico de personas podría empezar a jugar un papel importante en la crisis migratoria venezolana si el rechazo a los refugiados crece en el vecindario latinoamericano y la presión popular aumenta para que los Gobiernos endurezcan sus políticas migratorias. Como lo hizo Panamá.
Evan Romero-Castillo (VT)