Entrevista con Lucía Lacarra
26 de abril de 2013Casi todo el mundo que se dedica a la danza ha visto el drama psicológico Cisne negro. Natalie Portman, su protagonista, se llevó un Óscar por el papel de estoica bailarina que es capaz de soportar todo con tal de realizar su sueño de ser solista principal. Sexo, envidia, drogas, manipulación y violencia son los ingredientes de un título que ha popularizado hasta cotas inimaginables el ballet. Pero ¿hasta qué punto se dan en la vida real situaciones como las que plantea la película? Podríamos concluir que mucho, si atendemos a un suceso que ha conmovido recientemente al mundo: el ataque con ácido sufrido por Sergei Filin, director artístico del ballet del Teatro Bolshoi de Moscú.
Lucía Lacarra (Zumaya, España, 1975) tiene otra opinión. Si el baile de Natalie Portman -o su doble en la película- le resultó conmovedor, no se pierda a Lacarra. El gran público descubrió sus alados movimientos en 2007, cuando los televisores de todo el mundo transmitieron el Concierto de Año Nuevo desde Viena. La española deleitó entonces a la audiencia interpretando en directo El Danubio azul por los pasillos y estancias del palacio de Schönbrunn. Gracias a su poderosa expresividad ha logrado los papeles principales en numerosos ballets, así como el puesto de primera bailarina en el Ballet Estatal de Baviera y el título honorífico, ostentado por muy pocas artistas, de Kammertänzerin (bailarina de cámara) de Baviera.
DW: ¿Cómo recuerda su paso en 2007 por el Concierto de Año Nuevo en Viena?
Lucía Lacarra: Una gran experiencia. Cuando yo era pequeña, esa era la cita anual para poder ver ballet en televisión. Trabajamos horas interminables para poder hacerlo en directo. Toda la Navidad ensayamos con horarios extraños, de 7 a 9 de la mañana y de 6 a 12 de la noche, ya que el palacio estaba abierto a las visitas del público. Fue laborioso y muy emocionante.
En esos momentos merecerá la pena haber abandonado su país hace tantos años por el ballet…
Yo no salí de España obligada, ya que estaba bailando en la Compañía de Danza de Víctor Ullate, sino porque tenía ansia de conocimiento. Con 18 años me fui a Francia, después a EE. UU., luego a Alemania… Ha sido una evolución. Hay gente que prefiere quedarse en el mismo sitio toda su vida. Yo necesité una experiencia de búsqueda. A veces es más difícil, pero uno aprende mucho más, tanto de su profesión, como de sí mismo.
Hace unos años, quienes salían de España eran artistas y científicos en pos de nuevas oportunidades. Ahora también se van informáticos, arquitectos, médicos, enfermeros, profesores, etc…Desde su experiencia ¿qué podría decir a todas aquellas personas que deben salir de su país?
Lo ideal es tener la elección de poder quedarte. Es duro que, para desarrollarte, no tengas otra opción que marcharte. Yo me fui cuando tenía 18 años. Para mí lo más difícil no fue dejar España entonces, sino cuando me separé a los 13 ó 14 años de mi familia en Zumaya, un pueblo del País Vasco, para marcharme a Madrid. Cada persona conoce su valía, su talento, la cantidad de trabajo y tiempo que ha invertido en su profesión y pienso que, por muy duro que sea, uno debe respetarse a sí mismo. Si en el extranjero se va a conseguir lo que no se logra en el propio país, lo mejor es lanzarse a por ello, aunque sea difícil. Con la experiencia se aprende mucho y siempre existe la esperanza de volver algún día con una carrera hecha en otro lugar.
¿Usted misma se ve en España en el futuro?
Yo nunca he estado cerrada a volver, pero nunca he tenido la oportunidad, porque no ha habido ofertas. Este año he comenzado a bailar con la Compañía Nacional de Danza, que dirige ahora José Carlos Martínez, porque les estoy apoyando en este nuevo comienzo, en el que están tratando de reintroducir el repertorio de danza clásica, ausente en los últimos 20 años. Los jóvenes que ahora se preparan tienen la esperanza de poder quedarse en España para hacer ese repertorio. Tengo mucha experiencia y he visto cómo muchas compañías grandes se desenvuelven en varios continentes, con mentalidades diferentes. Si un día pudiera con mi experiencia ayudar a que en España se consiga que exista lo que no ha habido hasta ahora, yo estaría dispuesta.
Imagino que conoce el boom de las orquestas en Latinoamérica y la labor que desempeñan. ¿Cree que es una experiencia extrapolable a la danza, que esta puede llegar a hacer una labor social?
Creo que sí, pero hay que empezar a cambiar la mentalidad. Hay personas que piensan que para ir un espectáculo de danza uno tiene que saber de baile. Eso no tiene ningún sentido. Pocos comprendemos, por ejemplo, la parte técnica del teatro, la ópera e incluso el cine. Sí sabemos, en cambio, si nos ha gustado o no. En Alemania se intenta educar a la gente joven al respecto. En nuestra compañía se organizan proyectos en los que participan escuelas. Los jóvenes llevan a cabo coreografías y se los ve muy motivados, disfrutando de lo que hacen. Con la danza aprenden disciplina, respeto y coordinación. Además trabajan en equipo y memorizan cosas.
¿El repertorio actual - no hablo del neoclásico - resulta más atractivo a los jóvenes?
Depende. El problema es que hoy día se pone la etiqueta “contemporáneo” a cualquier cosa. Yo misma, como espectadora, he visto cosas que no pueden ser consideradas danza: personas que gritan, dan vueltas, se insultan, se desnudan…Es más bien una especie de teatro. En el caso de que verdaderamente nos encontremos ante danza, es cierto que la contemporánea impone menos a los jóvenes que sentarse a ver tres actos con tutús. Pero he constatado en nuestros ensayos abiertos al público que, en ocasiones, también se apasionan por los ballets clásicos.
El cine también puede hacer mucho por llevar el ballet a la gente. La película Cisne negro fue un gran éxito de taquilla, pero quizá da una imagen distorsionada del mundo de la danza…
No tiene nada que ver con la realidad. Me hace gracia el enfado que produjo en los bailarines. Todos vimos la película y muchos se lo tomaron de manera personal. A mí me hizo gracia. Han cogido todos los clichés posibles: celos, bailarinas con obsesiones, etc…y los han llevado hasta el extremo. Me parece bien que, aunque sea de forma tan exagerada y extraña, haya dado mucha publicidad al ballet. Al final, en todas las entrevistas acabo hablando del Cisne negro…
Sin embargo, la realidad supera la ficción, porque mire lo que ha sucedido en Rusia: el director artístico del Teatro y del Ballet del Bolshoi de Moscú fue quemado con ácido, presuntamente por un miembro de la compañía.
Es terrible. Conozco muy bien a Sergei Filin y me ha conmocionado lo que ha ocurrido. La ficción, sin duda, está tomada siempre sobre pequeños ejemplos de realidad. Los bailarines estamos entrenados para sobrepasar el dolor. Yo misma hace dos años estuve actuando toda la temporada con un dedo del pie roto. No es algo que uno deba hacer y sufrí mucho por ello, me dolía… Sencillamente no creí que estuviera roto… Pero de ahí a bailar todo un ballet entero con un trozo de espejo dentro del cuerpo, es una exageración completa. He vivido situaciones difíciles, pero hasta el extremo de la película, no.
Autora: María Santacecilia
Editor: José Ospina-Valencia