Los 85 años de Joseph Ratzinger
15 de abril de 2012Un poquito de descanso, bendiciones y salud, éstos son según Georg Ratzinger, hermano del Sumo Pontífice, lo que desea Benedicto XVI para su cumpleaños. Pero descanso, con seguridad, es lo que menos tendrá el Papa cuando celebre este 16 de abril su 85 aniversario; invitados de todo el mundo pasarán por el Vaticano a felicitarlo.
Que justo un más bien esquivo Joseph Ratzinger sucediera en el sillón de San Pedro al carismático Karol Wojtyla, después de un cónclave bastante breve, sorprendió a muchos. “Un papa de transición” se decía entonces que sería Benedicto XVI; sin embargo, logró despertar el entusiasmo, incluso en los más empedernidos críticos de Ratzinger. “¡Somos Papa!” fue el titular del diario alemán amarillista de mayor tirada. Después de siete años en el cargo, ¿qué ha quedado de la euforia del comienzo?
Ecumenismo y diálogo
Joseph Aloisius Ratzinger nació el 16 de abril de 1927 en el sur de Alemania; en la Alta Baviera, en Marktl del Inn y creció en el seno de una familia muy creyente. Después de tomar los hábitos y doctorarse en teología, fue catedrático en Bonn, Münster, Tubinga y Ratisbona. Escaló rápidamente en la jerarquía de la Iglesia Católica: en 1977, arzobispo de Múnich y Freising; en 1981, el Papa Juan Pablo II lo nombró prefecto de la Congregación de la Fe en el Vaticano. En este cargo de alta responsabilidad, su tarea era la de cuidar de la doctrina eclesiástica oficial.
Para cuando llegó a ser Benedicto XVI su visión de la Iglesia pasaba por el diálogo con el movimiento ecuménico y en la relación con las demás religiones. A comienzos de su papado, en cuanto a lo primero, pretendía no dejarlo en “sentimientos cordiales” sino convertir éstos en “gestos concretos”. Así lo anunció en su primer discurso en latín.
Proviniendo de la tierra del reformador Martín Lutero, el Papa se propuso terminar con la era glacial con el movimiento ecuménico. Esto despertó ilusiones, como la de lograr, al fin, que protestantes y católicas puedan celebrar la misa juntos. Pero las ilusiones se fueron desvaneciendo, la última vez en el viaje de Benecito XVI a Alemania en 2011. En Erfurt, la tierra de Lutero, dejó claro que no estaba dispuesto a hacer concesiones al ecumenismo. En cambio sí ha dado pasos hacia el diálogo con las Iglesias ortodoxas: en otoño de 2006, en un encuentro histórico, conversó con el Patriarca Bartolomeo I en Estambul.
Acercarse, pero no a todos
No obstante, a cada una de las olas de simpatía que ha levantado el Papa alemán, ha seguido un bajón: apenas se habían calmado las turbulencias que ocasionó su discurso en Ratisbona –en el cual relacionó al Islam con la violencia-, se provocó el siguiente escándalo.
El Pontífice intentó crear nuevos puentes hacia ultraconservadora Hermandad de Pío, escindida de la Iglesia Católica. Pero esto implicaba que los puentes hacia el judaísmo y hacia la base católica comenzaran a temblar: había autorizado un uso más extendido de la versión tradicional de la Misa Latina, cuyo ritual de Viernes Santo contiene la plegaria “Oremos también por los judíos, para que el Dios nuestro Señor les quite el velo de sus corazones…”.
Y no se quedó allí: en 2009, Benedicto XVI levantó la excomunión a cuatro obispos consagrados ilegalmente por el arzobispo Lefevre. Entre ellos se encontraba Richard Williamson, representante de una corriente que niega el Holocausto. Sobre todo en Alemania se levantó una ola de protestas que puso de manifiesto el abismo que se había abierto entre Benedicto y los católicos de base.
El peor de todos los escándalos
La crisis más grave llegó en 2010, cuando se destaparon una serie de abusos sexuales a niños cometidos en planteles escolares católicos en Alemania. El abuso cometido por sacerdotes católicos indignó a todo el país, pero Benedicto se hizo esperar con un reconocimiento de culpa. Él, quien siempre había predicado la tolerancia cero con ese tipo de faltas, dejó mucho que desear en el manejo de la crisis. Después, con encuentros con las víctimas y con pidiendo públicamente perdón, el Pontífice intentó reducir el daño que el escándalo había causado a su Iglesia.
Tradiciones en vez de reformas
Por otro lado, aunque para muchos, el Papa no es más que un anciano conservador sin conexión con el mundo real, su desempeño público en el extranjero siempre ha sido considerado bueno (incluso en Inglaterra, país tradicionalmente crítico del Vaticano); ha logrado una y otra vez despertar el entusiasmo de la gente durante sus viajes. La prueba es que en Cuba, Benedicto logró conquistar los corazones de Fidel y Raúl Castro: el Viernes Santo contará en el futuro como un día feriado.
Joseph Ratzinger quería ser un Papa que adecuara a la Iglesia católica para el futuro, la hiciera más atractiva, la orientara en un mundo plural. Esto no resulta fácil para alguien que predica “la claridad de la fe” como antídoto a toda corriente de la época. Es más, a cuestiones fundamentales importantes para los creyentes –por ejemplo, el celibato y si los divorciados pueden volver a contraer matrimonio- Roma sigue sin dar respuesta; en Alemania muchos católicos han abandonado la Iglesia.
En todo caso, entretanto queda claro que Joseph Ratzinger –a sus 85 años- no dirige su Iglesia como un “Papa de transición”; Benedicto XVI acentúa muy bien el perfil de su Iglesia, les guste o no a sus feligreses.
Autora: Antje Dechert (mb)
Editor: Enrique López