Libre comercio puesto a prueba
14 de febrero de 2013Si en algo están de acuerdo Estados Unidos y la Unión Europea (UE) es en que los factores que dificultan el intercambio de bienes y servicios entre ambos deben desaparecer. El hombre fuerte de Washington, Barack Obama; el presidente del Consejo Europeo, Herman Van Rompuy; y el presidente de la Comisión Europea, José Manuel Durao Barroso, anunciaron el miércoles (13.3.2013) que a mediados de año comenzarían las negociaciones para crear la zona de libre comercio más grande del mundo.
Juntos, Estados Unidos y el bloque comunitario aportan la mitad de las prestaciones económicas internacionales y un tercio de las operaciones comerciales. Alemania espera que el tratado de libre comercio entre estos gigantes abarate el costo del proceso de intercambio de mercancías, le dé impulso a los mercados laborales a ambos lados del Atlántico y robustezca los ingresos de todos los implicados. Anton Börner, presidente de la Federación Alemana de Comercio Exterior (BGA) cruza los dedos para que esto ocurra pronto.
Obstáculos a la vista
Sin embargo, este ambicioso proyecto sólo será viable cuando se superen ciertos obstáculos, sobre todo en el ámbito del comercio de productos agrarios. Francia teme que sus granjeros no den la talla sin las medidas proteccionistas del Gobierno y Estados Unidos no se atreve a importar carne de res europea por miedo a la encefalopatía espongiforme bovina, también conocida como la “enfermedad de las vacas locas”. “Al mismo tiempo, Europa no quiere aceptar alimentos manipulados genéticamente”, comenta Börner.
Además, las trabas burocráticas vigentes –sobre todo en Estados Unidos– no deben ser desestimadas. “En ese país, las autoridades en esta materia se hayan desperdigadas en varios estados”, explica Börner. Los aranceles aduaneros entre Estados Unidos y la UE ya son bastante bajos; están entre el cinco y siete por ciento, según la BGA. Pero, como el valor de la mercancía que viaja de una costa del Atlántico a la otra supera los 500.000 millones de euros cada año, un tratado de libre comercio le permitiría a ambas partes ahorrar mucho dinero.
Lo ideal sería que el pacto en cuestión liberara a los empresarios medianos de los pesados trámites burocráticos y propiciara una mayor inversión en investigación y desarrollo, sin aislar ni a Estados Unidos ni a Europa del resto del mundo. “Las conversaciones para crear una zona de libre comercio transatlántica no deben sustituir las negociaciones multilaterales de la Organización Mundial de Comercio”, sostiene Börner. Al contrario, dice, la fuerza y la dinámica de semejante pacto debería reavivar las relaciones comerciales adormecidas entre otros actores.
Autores: Klaus Ulrich / Evan Romero-Castillo
Editora: Emilia Rojas Sasse