Libertad de prensa: espejismo en “la dictadura perfecta”
3 de mayo de 2015Escribo desde uno de los países más mortíferos para la prensa. Un país que no tiene una guerra abierta declarada y sin embargo tiene tantos periodistas asesinados como en Afganistán, Libia, Irak o Siria. Un lugar donde se mata periodistas con la misma violencia, crueldad e impunidad que lo hace ISIS en el mundo árabe. Un lugar donde cualquier persona teme ser tocada por la violencia desatada contra la población civil.
Soy periodista de investigación desde hace tres lustros, y por el sólo hecho de ejercer mi profesión de manera responsable, independiente, y con un estricto código de ética en el que no hay concesión para la mínima tolerancia a la corrupción, he debido pagar un costo muy alto: amenazas, agresiones, persecución, acoso judicial, exilio y más.
En 2012 me convertí en la primera periodista mexicana en exilio en Alemania. Permanecí más de dos años en el programa de protección de la Hamburger Stiftung für politisch Verfolgte (Fundación de Hamburgo para Perseguidos Políticos) y del programa Writes in Exile (Escritores en Exilio) de la delegación alemana del PEN Internacional.
"El reino de la penumbra eterna"
Aún cuando el exilio representa una posibilidad de salvaguardar la vida, enfrentar este proceso es tan complicado y duro, que solamente quienes así se encuentran o lo han vivido pueden comprender. La colega Bashana Abeywardane, de Sri Lanka, lo definió con sus palabras de poeta: “¿A quién se le hubiera ocurrido preguntar cómo sería el cuarto en el que se dormirá en el exilio? Es el reino de la penumbra eterna.”
Aunque lo cierto es que esa penumbra y destierro me libró del horroroso sumario: 103 periodistas asesinados y 25 desaparecidos en mi país en el ejercicio de su profesión en los últimos 15 años. Ahora a mi vuelta puedo comprobar que la situación para la prensa sigue siendo igual de ominosa.
Quien desde fuera de México lea sobre la tierra del tequila, las playas y el sol eterno, el país de las “reformas estructurales” donde su jefe de Estado y familia conviven con la realeza en Buckingham o en el Palacio de la Zarzuela, supondría que en México se vive en "normalidad" dado que su régimen de gobierno es oficialmente una democracia y que aparentemente hay una prensa libre, pero no todo es lo que parece, y desde aquí les digo que para mantenerse como tal, la "dictadura perfecta" de la que habló Mario Vargas Llosa, controla, amordaza, incide, dicta la línea editorial a la prensa, y si ésta le resulta demasiado incómoda, o contestataria, simplemente la elimina.
Periodistas: "blanco de criminalidad"
México es hoy paradigma de un país que no garantiza la libre expresión, tampoco la seguridad para sus periodistas, y por tanto ni el derecho de la sociedad a estar informada. México es un país que involuciona en el cumplimiento a los acuerdos internacionales en materia de libertad de expresión y derecho a la información, sin embargo ha ratificado protocolos y tratados en la materia.
Organizaciones como Reporteros Sin Fronteras, Freedom House, o el Comité para la Protección de los Periodistas lo identifican no sólo como uno de los países con mayor incidencia de crímenes contra comunicadores, sino también de secuestros, periodistas desaparecidos y ataques a los medios de comunicación.
En medio de los vacíos de poder que se vive en muchas regiones de México, los periodistas somos blanco del abuso del mismo y de la criminalidad, frente a una autoridad que, en el mejor de los casos, es omisa, pero casi siempre responsable o cómplice de esos ataques.
La forma de censura más cobarde
Está comprobado que los ataques no provienen únicamente del crimen organizado, sino y en su mayor parte, de funcionarios públicos, actores políticos o particulares, que ven en el trabajo de los comunicadores el “peligro” que les representa una sociedad informada, educada, que exija rendición de cuentas, que diga un ‘no' rotundo a la corrupción. Quienes atacan a los periodistas, enemigos de la libertad de expresión, enemigos de la sociedad, lo son también de la democracia.
En cualquier sociedad el homicidio de un periodista es la más aberrante y cobarde forma de censura. Se mata al mensajero para que no cuestione, indague o publique. Se mata al mensajero para callar al portavoz de la sociedad. Se mata al mensajero y desgraciadamente en la misma sociedad tampoco hay conciencia de la pérdida que ello representa.
Cada caso de un periodista asesinado o desaparecido es un daño irreparable para la sociedad en su conjunto, y si se calla al periodista se silencia a la sociedad. Sin embargo, y aunque en la mayoría de los crímenes y agresiones contra comunicadores priva la impunidad, aún no se hace conciencia de lo que ello significa. Aquí no se toman las calles en protesta para defender a la prensa –como ocurrió en París, luego del atroz atentado al semanario Charlie Hebdo, que volcó a millones de ciudadanos europeos a manifestarse–, y eso es porque en México, donde el Estado mismo es la corrupción, la voz conciente de la sociedad aún es demasiado queda.
Frente al aciago panorama que vive México en materia de libertad de expresión, cada ataque a un periodista es un agravio al corazón de la sociedad, porque sin una prensa libre y desinhibida, la democracia y la libre expresión son mera utopía.
Ana Lilia Pérez es periodista de investigación y autora mexicana. Entre sus libros se encuentran: Camisas Azules, Manos Negras; El Cártel Negro; y Mares de cocaína, editados por Penguin Random House. Ha recibido en tres ocasiones el Premio Nacional de Periodismo que otorga la prensa mexicana. En 2012 recibió el Leipziger Medienpreis. En 2005 el Premio Unicef, entre otros.