"Qué merced, qué regalo, poder dirigirme a ustedes hoy aquí en Yad Vashem", dijo Frank-Walter Steinmeier al comienzo de su discurso en el Foro Mundial del Holocausto. De hecho, es todo menos evidente que el encargado de tomar la palabra en el principal memorial del Holocausto en Israel sea precisamente el presidente federal alemán. Él, el máximo representante del país de los autores del crimen, donde la generación de sus padres y abuelos asesinó planificadamente a seis millones de judíos hasta 1945.
Cuando se cumplen 75 años de la liberación del campo de exterminio de Auschwitz, Steinmeier expresa su gratitud por la "mano tendida de los supervivientes". Describe la "nueva confianza" en Alemania mostrada por Israel y por todo el mundo como lo que es: un "milagro de reconciliación". Palabras humildes que nunca deberían dar la sensación de ser ni rutinarias ni un simple cumplido. Steinmeier enlaza la culpa imperecedera de Auschwitz con la creciente vergüenza de estos días: el antisemitismo que vuelve a salir a luz en Alemania.
La vergüenza de Halle
El presidente alemán también podría referirse al antisemitismo en muchos otros países. Es bueno que no lo haya hecho. Podría aber sonado como si relativizara el tema. Steinmeier cumple así con su responsabilidad de forma especial cuando habla sin contemplaciones del "espíritu maligno" del antisemitismo cotidiano en Alemania. Menciona expresamente el intento frustrado de un terrorista de derecha de atacar la sinagoga en Halle durante la principal festividad judía, el Yom Kippur. El jefe de Estado alemán encuentra el tono acertado con cada palabra: "Sin duda nuestros tiempos no son los mismos tiempos. No son las mismas palabras. No son los mismos victimarios. Pero es el mismo mal".
El Memorial Internacional del Holocausto Yad Vashem es, sin duda, el sitio adecuado y digno para la expresión de la vergüenza de Steinmeier. Unos sentimientos que quizá puedan invadirlo aún más en el auténtico lugar del mayor crimen de la historia de la humanidad, Auschwitz, adonde viajará el próximo lunes. Allí se conmemorará el aniversario de la liberación del campo de exteminio por parte del Ejército Rojo de la antigua Unión Soviética.
Es una lástima que al presidente de Polonia, Andrzej Duda, no haya podido hablar en Yad Vashem. No acudió al evento porque no estaba programado que diera un discurso. En Auschwitz sí que estará. Así como Steinmeier y, entre otros, el presidente ruso Vladimir Putin. El enfado de Duda es tan comprensible como desafortunado. Porque en Auschwitz, el campo de exterminio construido por la Alemania nazi en el territorio polaco ocupado, murieron también varios cientos de miles de polacos, la mayoría de ellos de fe judía. Solo por eso, hubiera sido correcto e importante dejar que Duda hablara en Yad Vashem.
El malestar en torno a la forma supuestamente correcta de conmemorar Auschwitz muestra de manera casi trágica en qué medida las sombras del pasado vuelven a llegar otra vez, o llegan todavía, hasta el presente. Desafortunadamente, ni siquiera el notable, histórico, discurso del presidente alemán en Yad Vashem puede cambiar eso.
(lgc/er)
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