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Conflicto y conservación

6 de mayo de 2014

Las investigaciones muestran que la mayoría de los conflictos armados ocurren en áreas ricas en biodiversidad. Aunque resulta dañino para la flora y fauna, algunos creen que también tiene sus ventajas.

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Imagen: picture-alliance/dpa

El vínculo entre conflicto y conservación nunca ha tenido un lugar prominente en la lista de prioridades en la investigación medioambiental. Pero esta situación cambió hace unos pocos años, cuando un estudio del grupo Conservation International descubrió que más del 80 por ciento de las contiendas armadas en la segunda mitad del siglo XX tuvieron lugar en hotspots de biodiversidad.

Los expertos señalan que el armamento convencional es capaz de dejar terrenos y ecosistemas desolados durante décadas. Además, la naturaleza cambiante del conflicto conlleva consecuencias ecológicas igualmente desastrosas, y está tornando regiones ricas en biodiversidad en auténticos campos de batalla.

“Durante los últimos 50, 60 o incluso 70 años, la mayoría de los conflictos han sido internos: una lucha entre el gobierno contra grupos rebeldes a los que les falta infraestructura”, explica Thor Hanson, biólogo conservacionista que tomó parte en el estudio inicial, en entrevista con Global Ideas. “Por ello, estos grupos tienden a refugiarse en terrenos salvajes, en particular las áreas de densa vegetación, que ofrecen el mejor escondite.”

Entre estos grupos se encuentran las FARC en Colombia, o los militantes islamistas Boko Haram en Nigeria, que a menudo buscan ganar una ventaja estratégica sobre sus enemigos basando sus operaciones en zonas boscosas. Esto significa que los conflictos internos a menudo se desarrollan en áreas de gran valor natural, y suponen, por tanto, gran peligro para la biodiversidad.

“Una vez que hemos establecido esta conexión, podemos empezar a ver otros vínculos entre recursos naturales y el conflicto mismo”, añade Hanson, que ha participado en varias investigaciones posteriores en el campo conocido como “ecología de guerra”. El experto mencionó la invasión de áres protegidas, la deforestación masiva de zonas boscosas y el impacto de grandes comunidades de refugiados como algunos de sus efectos negativos en la naturaleza.

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El conflicto interno de un país a menudo supone daños para las zonas ricas en biodiversidad.Imagen: Luis Robayo/AFP/Getty Images

Caza furtiva, gran problema

Pero quizás los mayores problemas y también los más extendidos son la caza furtiva y el saqueo de recursos, que a menudo también sirven para agravar las hostilidades. Muchos de los minerales más valorados, madera, y también algunas de las especies de animales salvajes más codiciadas son víctimas de bandos que, durante la guerra, buscan medios para financiar la continuación de la violencia.

En los últimos años, la inestabilidad en partes de África, incluyendo Zimbabwe y la Comunidad Económica de los Estados de África Central, ha llevado al incremento de la caza furtiva de elefantes y rinocerontes, decimando su población. A su vez, esto ha llevado a un aumento del comercio ilegal de marfil.

Los ecologistas avisan desde hace tiempo que las ventas de marfil ayudan a financiar redes militantes tales como al-Shabaab, en Somalia. Andrea Crosta, director ejecutivo y cofundador de la organización Elephant Action League (EAL), yNir Kalron, fundador y presidente de la empresa de asesoramiento Maisha Consulting, han pasado casi dos años investigando los terroristas vinculados a al Qaeda a través de una red de colaboradores, fuentes e informadores dentro de la comunidad somalí en Kenia.

Crosta explica cómo él y Kalron entrevistaron y filmaron en secreto a cazadores furtivos, comerciantes, grandes traficantes y antiguos jefes militares para recopilar lo que el experto describe como “pruebas sólidas”: “Tras revisar detalladamente cada punto de información, pudimos confirmar la participación de al-Shabaab, un importante comprador en la región”, dice. “Comprendimos su modo de operar y descubrimos que sus ingresos podían llegar a al menos varios cientos de millones de dólares cada mes”.

A pesar de que estas actividades no son la principal fuente de ingresos de al-Shabaab, Crosta dice que el grupo sigue siendo un cliente preferente, y que con ello estimula la caza furtiva y el comercio dentro de determinadas redes.

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La caza furtiva y el lucrativo comercio de marfil en todo el mundo hace que los conflictos continúen.Imagen: Roberto Schmidt/AFP/Getty Images

Ecologistas en la zona de conflicto

A pesar de que la caza furtiva es un tema recurrente en la comunidad ecologista y se debaten a menudo las ventajas y desventajas de luchar contra saqueadores y cazadores con armas de fuego, el papel de los grupos ecologistas en conflictos bélicos no ha recibido mucha atención hasta ahora.

Aún así, la experiencia demuestra que merece la pena tener a grupos ecologistas trabajando en zonas de conflicto durante todo el tiempo que sea posible. No solo porque ayudan a proteger estas áreas de saqueos indiscriminados, sino también porque su labor afecta al estado en que quedan las áreas protegidas tras el cese de las hostilidades. Si una región se deja abandonada en ese estado de liquidación, tendrá menos probabilidades de tenerse en cuenta en algún programa de gestión posterior al conflicto.

Un ejemplo de ello es Ruanda, donde grupos de conservación internacionales continuaron financiando a los empleados de la reserva forestal Nyungwe y el parque nacional Volcanoes durante la guerra civil y el genocidio. Esto ayudó a que se mantuvieran intactas los límites de la reserva y la población de ungulados y gorilas de montaña del parque. Y en el volátil período de posguerra, ONGs ayudaron al parque a restablecer el turismo y la investigación, y a evitar los proyectos de calzadas y terrenos de pastoreo que se propusieron.

¿Puede la guerra ser buena para la biodiversidad?

Sin embargo, algunos expertos también afirman que la biodiversidad se puede beneficiar en determinadas ocasiones del conflicto armado. “Esto es a menudo el tema más controvertido, porque nadie quiere decir abiertamente que la guerra puede tener un efecto positivo”, dice Thor Hanson. “Pero al igual que los politólogos, los biólogos no deberían dejar pasar ninguna oportunidad que surja de un conflicto”.

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Algunos expertos creen que los conflictos armados también pueden tener consecuencias positivas para el medio ambiente.Imagen: CC BY 2.0/Christian Haugen

Estas oportunidades van desde el cambio de patrones de asentamiento de las comunidades hasta la suspensión de ciertas actividades de tala y caza, que a su vez dan la oportunidad a animales y plantas para reproducirse y crecer a su ritmo natural.

Hanson menciona también como ejemplo positivo la creación de los llamados “parques de paz” en territorios crónicamente disputados. Uno de ellos es la zona desmilitarizada entre Corea del Norte y Corea del Sur, que según el experto “rebosa den especies amenazadas”. El enorme territorio que llega de costa a costa pasa por todos los ecosistemas posibles y elevaciones en la península, y es un ejemplo único de hábitat abandonado por la sociedad y el desarrollo industrial por parte de ambos lados de la frontera.

“Los ecologistas en Corea llevar insistiendo desde hace años que cualquier proceso de reconciliación entre el Norte y el Sur debería incluir algún tipo de parque de paz permanente en una buena parte de ese territorio”, concluye Hanson.

Autor: Tamsin Walker / lab

Editor: Pablo Kummetz