Sin concesiones ni posturas trémulas: las miles de personas de Guatemalaque se han tomado las calles de su país para protestar pacíficamente contra un golpe de Estado en cierneshan hecho un acto épico. Quiero eliminar dudas por si el adjetivo deja alguna: es heroico, inspirador, contundente, revolucionario.
Desde hace más de una semana, decenas de miles de indígenas Xincas, K'ichés, universitarios, taxistas, empleados públicos, ancianos, adolescentes, se han tomados las calles en diversos puntos del país. Han paralizado el tráfico y, sí, con ello, gran parte de la economía nacional. Lo han hecho en aras de algo más urgente: la democracia. Digámoslo con un ejemplo: esos indígenas que padecen históricamente el olvido estatal y el hambre cotidiana han dejado sus cultivos y se han sentado en carreteras luchando por no despertar en un autoritarismo como el que ya padecieron a punta de masacres en el pasado. Digámoslo con otro ejemplo: esos estudiantes han renunciado a la moralista y simplona lírica del nacionalismo inculcado por años y han tomado acción para decir que el patriotismo no es meter un voto en una caja cada cuatro años, sino ser parte de una decisión de país. Visto de otra forma, han entendido que ser demócrata es una actitud diaria y no una eventual oración a la bandera o el grito enardecido y dominguero del himno nacional en un estadio de fútbol.
Los políticos demagógicos de Centroamérica se llenan la boca en sus discursos con esas cuatro sílabas: de-mo-cra-cia. Las carreteras de Guatemala y las calles de sus ciudades se han paralizado gracias a personas que han sabido sustanciar esas letras y entienden esa palabra como una obligación esforzada: eligieron a un presidente, le guste a quien le guste, a ese quieren, y a ese defenderán. Más allá: lo que pasa en ese país que se sacude no tiene que ver solo con un hombre o una bandera política; tiene todo que ver con el deseo de una forma de vida mínima, imperfecta, pero necesaria para construir algo más. Sí y solo sí se respeta un punto de partida: la mayoría decidió, sin trampas ni trucos. Esto es importante recalcarlo en esta Centroamérica: sin trampas ni trucos. Punto. Punto. O calle. Calle.
El trono contra la plaza
La coyuntura es complicada. El Ministerio Público, punta de lanza de un pacto de corruptos que recoge a lo más enquistado y vetusto de la política de ese país, a la clase empresarial más acaudalada y cínica, a grupos del crimen organizado y a algunas organizaciones de derecha radical, ha violado gran parte de las leyes que prometió defender para sacar a un hombre de espíritu democrático de la presidencia ganada en las urnas. La coyuntura, vista así, quizá no es tan complicada. Se trata de los de siempre contra el cambio. El trono contra la plaza. Guatemala.
No me interesa en esta columna entrar en los detalles de esta revuelta popular. Hay vasta información para quien quiera leer. Quiero justificar, a la luz de lo que ha pasado en Guatemala y en la región, por qué esto es épico.
Es épico porque hablamos de un país que tiene tatuadas en su memoria décadas de represión militar, de masacres indígenas perpetradas por militares que aún manejan hilos en el poder. Un indígena cerrando una carretera en una Guatemala que masacró a sus ancestros en décadas pasadas es un pronunciamiento firme en sí mismo: no lograron que el miedo lo consumiera. Ni a él ni a los otros miles.
Es épico porque hablamos de un país donde entre 2019 y junio de 2022 se reportó oficialmente la desaparición de 6,891 mujeres, un país que tiene una de las tasas de femicidio más altas del mundo. Una universitaria durmiendo en una calle de la capital para cerrar la arteria en protesta por lo que considera un atropello a lo que la mayoría eligió es un acto individual de peso y un pronunciamiento estoico en sí mismo: no lograron que la violencia la paralizara. Ni a ella ni a las otras miles.
La impunidad congela, cansa, desgasta, apaga. El hartazgo mueve, espabila, renueva, enciende.
Es épico, dejando de lado lo individual y lo local, porque lo de Guatemala ocurre en una región donde la vecindad espanta: un El Salvador camino a la dictadura, una Nicaragua en dictadura plena, una Honduras que ante la confusión recurre a la militarización, paso indispensable para quebrar una democracia que aún no encuentra su camino.
Las estrategias del poder establecido en Guatemala, de los poderosos que se resisten a ceder, seguirán. En Centroamérica, los poderosos no reculan, aplastan. Hasta que ya no pueden hacerlo. Así es la historia álgida de esta región angosta. Un bucle entre los pocos con poder y los muchos con hartazgo.
Mañana y pasado mañana y dentro de un mes, los pocos con poder en Guatemala intentarán ejecutar su verbo: aplastar. Hoy, ayer, desde hace más de una semana, los muchos con hartazgo han salido a las calles de Guatemala y ejecutan su verbo: resistir.
Si resisten o son aplastados otra vez, la lección queda ahí, una lección necesaria y épica en esta Centroamérica apachurrada: lo intentaron. Pese a todo, a la historia de su país, al miedo diario, a la democracia raquítica, al exilio que volvió hace años, a la cárcel que padecen quienes no se dejaron aplastar, lo intentan. Los estamos viendo mientras lo intentan. Hay quienes no lo olvidaremos. Gracias. Pase lo que pase.
(ers)