La soledad como compañera
Marlies tiene 95 años y vive en la residencia de ancianos Marie-Seebach de Weimar. Se siente traicionada por su cuerpo y añora un diálogo que ya no puede darse. «A una edad tan avanzada, todos tenemos que lidiar con dolores y enfermedades y preferimos que nos dejen en paz.» Es una batalla constante entre su mente despierta y su cuerpo fatigado. «Estar solo no es lo mismo que sentirse solo», afirma Markus. Tras superar dos crisis en su vida, de las cuales aprendió mucho de sí mismo, hoy, que ya se siente mejor, le agrada pasar tiempo consigo mismo. «Si me basto a mi mismo, es porque he superado la soledad». Para él fue inevitable ocuparse de sí mismo y no evitar mirarse al espejo. Ulrike cría sin pareja a sus hijos y lucha con su soledad. Pese a ello, hay que cumplir las obligaciones diarias, incluso cuando los amigos y la familia vivan lejos y, muy ocasionalmente, puedan o quieran ayudarla. No le resulta fácil entablar contacto con la gente cuando se siente sola. Trabaja de payaso y en su oficio logra sumergirse en otra dimensión y percibir allí la livianidad que le agradaría trasladar a su vida cotidiana. Para superar la soledad, estas tres personas deben estar siempre activas. No obstante, esa situación también supone una dura batalla. El reportaje refleja sus pensamientos y experiencias.