"La NSA espía con permiso"
28 de julio de 2013DW: Sr. Foschepoth, el escándalo de espionaje de la NSA sigue levantando olas en Alemania. Usted afirma, como historiador, que esas prácticas de vigilancia han existido desde los inicios de la República Federal de Alemania. ¿No lo sorprendieron las revelaciones de Edward Snowden?
Josef Foschepoth: No, en realidad no. Me sorprendieron las primeras reacciones, sobre todo del ámbito político. Daba la impresión de que esto ocurría por primera vez, de que era algo terrible y sin precedentes. Y eso no es así. Debido a mis propias investigaciones, sé que estas cosas, u otras similares, han ocurrido en innumerables ocasiones en los sesenta años de historia de la República Federal de Alemania.
¿Cómo se explica la reacción más bien moderada del gobierno?
Estos escándalos son siempre muy desagradables, porque sacan a relucir lo que hasta el momento funcionaba en secreto. No se quiere perturbar ese funcionamiento y por eso se minimiza el asunto. Pero eso ya no se logra en este caso, porque se trata de una vigilancia muy intensa. Y, sobre todo, porque se trata de un país amigo.
Esos procedimientos de vigilancia tienen lugar, según usted dice, desde hace muchas décadas; en realidad, desde la fundación de la República Federal de Alemania, en 1949. ¿Qué derechos tenían las fuerzas de ocupación –entre ellas las estadounidenses– en esa época?
Tenemos que tener claro que las potencias vencedoras llegaron en ese entonces a Alemania para ocupar el país. Querían velar porque no volviera a emanar de aquí un peligro como el de la dictadura nacionalsocialista. Poco después de la victoria sobre la Alemania nazi, se sumó otro conflicto, con la Unión Soviética, y estalló la Guerra Fría. Había pues un doble conflicto que requería de Estados Unidos una nueva estrategia. Así se desarrolló de la doble política de contención: contención de la Unión Soviética y también de Alemania. Un instrumento clave de esa política era la vigilancia.
Pero en el año 1955 entró en vigor el tratado que dio la plena soberanía a Alemania. ¿Qué significó eso para la estrategia estadounidense de vigilancia?
Esas formulaciones siempre suenan bien y son concebidas sobre todo para la opinión pública. En ese tiempo –diez años después del término de la II Guerra Mundial– los alemanes anhelaban volver a tener un Estado soberano. Pero eso no fue así, ya que en los tratados de 1955 hubo anexos secretos en virtud de los cuales los aliados occidentales mantuvieron derechos sustanciales de la época de la ocupación. Entre otros, también el de vigilar las comunicaciones telefónicas y postales.
¿Cuál era la motivación subyacente por la parte alemana?
Los estadunidenses ejercieron en ese entonces mucha presión. Naturalmente no querían renunciar a este territorio de importancia geoestratégica para sus medidas de vigilancia. Los políticos alemanes, en cambio, tenían interés en poder decir que habíamos recuperado un poco de soberanía. Lo que no se dijo fue: tuvimos que aceptar, a través de tratados y anexos secretos, que las potencias vencedoras siguieran haciendo lo mismo que hasta entonces. Estos acuerdos están vigentes hasta el día de hoy y son vinculantes para cada gobierno alemán.
¿Cómo pudieron mantenerse estos acuerdos adicionales más allá de la reunificación de Alemania, que en el fondo representa el término definitivo de la época de la ocupación?
Esos acuerdos eran secretos. Los mayores bastiones de las tropas estadunidenses en Europa estaban en Alemania, porque aquí gozaban de generosos derechos especiales. Erigieron aquí un pequeño Estados Unidos, donde el gobierno alemán no podía inmiscuirse. Y no querían renunciar a este espacio. El entonces canciller federal alemán, Helmut Kohl, tenía un interés primordial en consumar cuanto antes la reunificación. ¿Y qué se hace en ese caso? Se deja por lo pronto de lado ese tema conflictivo. En consecuencia, no se siguió negociando sobre esos derechos reservados. Por eso, dichos acuerdos adicionales siguen en vigor, pese a lo cual se calificó a la nueva Alemania de estado soberano en materia interna y exterior.
¿Y qué podría o debería suceder ahora, tras las revelaciones de Snowden?
Hay dos opciones. Una es no hacer nada. Entonces se repetirá todo lo ocurrido en el pasado. Es decir, en algún momento decaerá el interés de la opinión pública. Esa sería la peor alternativa. La segunda posibilidad, que es la que yo espero que tenga lugar, es que la presión pública se mantenga con tanta fuerza que el sector político tenga que hacer algo después de las elecciones parlamentarias. En tal caso, habría que revisar todas las leyes, normas y acuerdos secretos al respecto. Y habría que llevar a cabo un debate público. Porque el mayor valor de nuestra Constitución son los derechos fundamentales y no lo que los servicios secretos siempre definen como la “seguridad”.
El Dr. Joseph Foschepoth es historiador de la universidad de Friburgo y autor del libro “Alemania vigilada; vigilancia postal y telefónica en la antigua República Federal”.
Autora: Petra Lambeck / Emilia Rojas
Editora: Rosa Muñoz Lima