La masacre de Winnenden: diez años después del crimen
10 de marzo de 2019Nina Mayer estaba a punto de cumplir 25 años aquel 11 de marzo de 2009. La joven, como maestra en prácticas, enseñaba alemán, religión y arte en el Instituto Albertville de Winnenden, cerca de Stuttgart, en el suroeste de Alemania. En su tiempo libre, tocaba el piano y cuidaba a personas discapacitadas. "Tenía una fe inquebrantable en el bien de este mundo y en que, de una u otra forma, siempre se arreglaría", dice su madre, Gisela.
Pero ese 11 de marzo fue el día de la muerte de Nina Mayer. Un antiguo alumno de 17 años entró a la escuela a las nueve y media de la mañana con una Beretta en la mano, la pistola de su padre. Este, tirador deportivo, no tenía guardada el arma en una caja fuerte, como ordena la ley, sino escondida entre la ropa de su armario. Tim K. abre fuego contra alumnos, maestros y, luego, transeúntes. Ese día mata a 15 personas, incluyendo a Nina Mayer, hiere a otras 13 y, finalmente, se dispara a sí mismo.
El odio se torna pena
Gisela Mayer primero sintió "ira infinita, odio infinito" contra el asesino de su hija. Con los años, sin embargo, esto ha cambiado. "Hoy lo considero un pobre joven devorado por el odio", dice Mayer. "Alguien que nunca había sentido la alegría de vivir y que, por eso, odiaba a quienes sí la tenían; hoy lo veo más como un niño del que sentir lástima".
Junto con otras víctimas, Mayer fundó unas semanas después de la muerte de su hija una asociación que posteriormente se convertiría en la Fundación contra la Violencia en las Escuelas. Su objetivo: prevenir sucesos como el de Winnenden. Desde entonces, ha estado informando, promoviendo la prevención en las escuelas, hablando con padres preocupados por sus hijos. "Fue la acción de un individuo y no se puede echar la culpa a nadie más", dice Mayer. "Pero está la responsabilidad de todos aquellos que no prestaron atención, que miraron para otro lado".
Psicólogos escolares y puertas automáticas
Gisela Mayer y sus compañeros han estado haciendo campaña por un endurecimiento de la legislación sobre armas desde 2009. No han podido cambiar que los tiradores deportivos puedan almacenar sus armas en casa o que las pistolas de gran calibre estén admitidas para uso deportivo. Sin embargo, la política ha hecho mucho desde entonces, dice Mayer. Hoy, a los tiradores se les hacen controles no anunciados para comprobar cómo guardan sus armas en casa. Además, hay más programas de prevención en las escuelas. "Y se han contratado psicólogos escolares", dice Mayer. "Todavía no es suficiente, pero se ha conseguido bastante".
También en la escuela secundaria de Albertville se han cambiado cosas desde aquel 11 de marzo de 2009. La escuela fue ampliada. Ahora un aula conmemora a las víctimas de la masacre. Y todas las puertas ahora se cierran automáticamente mientras se está dando clase, para evitar que un potencial atacante pueda irrumpir en la forma en que lo hizo Tim K.
"Podemos aprender de lo sucedido"
"Por supuesto que puede volver a ocurrir, no podemos descartarlo", dice Sven Kubick, director del Instituto Albvertville desde 2010, en conversación con DW. "Solo podemos aumentar los estándares de seguridad de forma que podamos afirmar que nuestros estudiantes disfrutan de las máximas medidas de seguridad".
Aunque ahora hay una nueva generación de estudiantes aquí, las consecuencias del crimen todavía están presentes, según Kubick. En la memoria, pero también con vistas al futuro. Los alumnos participan en numerosos proyectos contra la violencia y por la integración social. "Podemos aprender de lo que ha sucedido, podemos tratar de trabajar con los estudiantes de tal manera que se relacionen pacíficamente. Eso es lo que está dentro de las posibilidades de la escuela".
Una imagen que permanece
Como en los años anteriores, los estudiantes de Albertville Realschule también recordarán este año con un servicio religioso, con velas, flores y discursos en recuerdo de los fallecidos aquel día. Para los familiares como Gisela Mayer, el dolor se ha convertido en parte de la vida. "Él siempre está ahí", dice. Un gran consuelo para ella es la imagen que le queda de su hija, su ligereza, su amor por la vida. "Hoy, incluso, cuando pienso en ella, a veces logro sonreír y no solo llorar".
(lgc/eal)
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