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La libertad de expresión está en peligro

1 de noviembre de 2019

La sociedad alemana deja cada vez menos espacio a la diversidad de opiniones y va hacia una peligrosa unificación del pensamiento. Así, la democracia está socavando sus propios fundamentos, opina Christoph Hasselbach.

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Símbolo de la prohibición de expresarse.
Imagen: picture-alliance/imageBROKER/C. Ohde

"No estoy de acuerdo con lo que usted dice, pero lucharía hasta el final para que pueda decirlo". Quienes causaron disturbios durante la ponencia de Bernd Lucke, el fundador del partido populista de extrema derecha Alternativa para Alemania (AfD), deberían tomarse en serio esta frase de Voltaire, el genio de la Ilustración. La frase describe justamente uno de los pilares de la democracia: la libertad de expresión, un derecho que hoy corre peligro en Alemania, más de lo que muchos piensan.

Ciertamente, en este país, aquel que represente posiciones que no condicen con las corrientes dominantes no va a parar a la cárcel. Formalmente, la libertad de expresión está garantizada. Pero quien piensa diferente se ve rápidamente amenazado por el desprecio de la sociedad, al menos, por aquella parte de la sociedad que dicta las tendencias.

Christoph Hasselbach, periodista de DW.
Christoph Hasselbach, periodista de DW.

Peligro en las universidades

El caso de Bernd Lucke es particularmente extremo. Aquí ni siquiera se trata de su disertación sobre Economía, que ya fue interrumpida dos veces y solo pudo llevarse a cabo bajo vigilancia policial. A los activistas les basta con saber que Lucke fue uno de los mentores del AfD. Sin embargo, hace tiempo que Lucke abandonó ese partido, justamente porque vio que era de extrema derecha. Pero, si fuera por los manifestantes, este hombre ya no podría hablar más en público, sin importar sobre qué tema.

De modo similar a Lucke le fue, recientemente, al exministro democristiano Thomas de Maizière. Su planeada clase magistral en la Universidad de Gotinga tuvo que ser cancelada, después de un bloqueo por parte de una agrupación de izquierda. Si ya ni siquiera en las universidades se puede debatir abiertamente, ¿a dónde hemos ido a parar?

En general, el espectro de opinión que es aceptado se vuelve cada vez más estrecho. Eso también lo siente una gran parte de la población alemana. En diversas encuestas de opinión, una clara mayoría de los encuestados afirmó que debe tener cuidado con lo que dice respecto de ciertos temas, ya que, de lo contrario, se ve amenazado por la discriminación y el aislamiento, ya sea entre colegas, amigos o vecinos. Y se le obstaculiza cualquier forma de ascenso profesional y laboral.

En primer lugar, la mayoría cita temas relacionados con la migración. El rescate en alta mar de inmigrantes en el Mediterráneo es un ejemplo clásico de que cualquiera que exprese la más mínima duda acerca del asunto, es tachado de monstruo. Empero, todos saben que la emergencia en alta mar es consecuencia de actos conscientes, y forma parte del tráfico criminal de personas desde África hacia Europa. Incluso el ministro alemán del Interior, Horst Seehofer, cedió ante la presión y dio un giro en ese tema, y eso que siempre fue uno de los rebeldes de derecha dentro de los partidos democristianos CDU y CSU.

Mordazas al pensamiento

Las mismas normas estrictas e implícitas dictan la temática en el área del cambio climático. Quien mencione, aun cuidadosamente, que también se deben tomar en consideración las consecuencias que tendría un cambio radical en nuestro estilo de vida, ya se vuelve muy sospechoso, porque, supuestamente, le está restando dramatismo a la situación. Y el que confiese comer carne sin arrepentimiento alguno, ser pasajero de vuelos al extranjero y hasta conducir un vehículo deportivo, pierde toda aceptación como figura pública. A protectores radicales del clima, como Roger Hallam, de "Extinction Rebellion", o la capitana del SeaWatch3, Carola Rackete, se les permite, por el contrario, cuestionar la democracia como forma de gobierno sin que se los margine en absoluto.

Las opiniones convertidas en tabú no figuran en ninguna lista de prohibiciones. Pero todos las conocemos. Y la mayoría de la gente se atiene, en sus declaraciones en público, por buenas razones, a lo que dicta el espíritu de la época. Pero eso es lo fatal, ya que de ese modo nos estamos amordazando a nosotros mismos. A todo esto, la democracia vive del debate, de la libertad de opinión. Si el espectro es demasiado pequeño, porque los que piensan diferente tienen miedo de expresarse, la sociedad se vuelve indolente. Y, al final, se está despojando a sí misma de uno de los derechos fundamentales de la democracia: la libertad de expresar también puntos de vista incómodos.

(cp/lgc)

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