La guerra olvidada
24 de octubre de 2002Fue precisamente la "mano dura" que Vladimir Putin blandió contra los separatistas de Chechenia lo que cimentó su popularidad, llevándolo a suceder a Boris Yeltzin al mando del Kremlin a comienzos del 2000. Después de casi tres años de gobierno, el presidente ruso se ve confrontado con la prueba fehaciente de que la rebelión chechena no ha sido aplastada. La estrategia de la intervención militar, en el marco de la cual se han denunciado múltiples atropellos de los derechos humanos, tampoco ha tenido esta vez el éxito esperado.
Malos presagios
La toma de rehenes en un teatro moscovita recuerda inevitablemente otros secuestros masivos cometidos en la década del 90 por los rebeldes del Cáucaso, que en la mayoría de los casos cobraron numerosas víctimas. No son precisamente buenos presagios para la situación actual, máxime porque parece impensable que Moscú acceda a la demanda de retirar a sus tropas de Chechenia en el plazo de una semana.
De acuerdo con estimaciones de observadores independientes, aún permanecen allí aproximadamente 200 mil soldados rusos, mientras que la versión oficial cifra su número en 95.000. Aunque controlan ampliamente las zonas llanas, los rebeldes siguen actuando en las montañas y aún están en condiciones de provocar bajas al ejército, en una guerra de guerrillas que parece interminable.
Silencio occidental
Putin, por su parte, se ha negado sistemáticamente a negociar con los separatistas, mientras sus combatientes no capitulen. Si bien al comienzo esa actitud de "halcón" le valió reiteradas críticas de parte de los gobiernos occidentales, que abogaban por buscar una solución política, éstas se fueron acallando a medida que el Kremlin demostraba su voluntad de hacer causa común con Occidente en materias claves; por ejemplo, deponiendo su férreo rechazo a la ampliación de la Unión Europea hacia el Este o transigiendo en lo tocante a los planes estadounidenses de crear un escudo espacial antimisiles.
Tras el 11 de septiembre del 2001, Moscú se alineó claramente en la alianza internacional contra el desafío de los extremistas islámicos. Y en Occidente se llegó a mostrar incluso comprensión con los argumentos del Kremlin, según los cuales en Chechenia se libra una batalla contra el terrorismo.
Vinculaciones internacionales
No sorprende en este contexto que el presidente ruso se haya apresurado a especular sobre vinculaciones entre el comando que irrumpió en el teatro moscovita y los autores de los atentados cometidos hace casi dos semanas en Bali. Pero aunque haya conexiones con el fundamentalismo islámico, no se deberían perder las perspectivas y convertir ahora a Chechenia, sin más, en otro vértice del "eje del mal". Las raíces del conflicto checheno son de muy antigua data y de otra índole histórica.
Para Putin, en todo caso, la situación es difícil, y debilitará probablemente su posición en el escenario político internacional, si no logra manejar la crisis con habilidad. Los secuestradores chechenos, por su parte, consiguieron que el mundo recordara que la guerra sigue desangrando su terruño, pero al precio de desprestigiar su causa, incurriendo en un acto injustificable de terrorismo. Algo con lo que de seguro no lograrán el deseado apoyo de la comunidad internacional.