Feria de La Habana: no fiesta de lectura, sino mercadillo
25 de abril de 2022El sol pica sobre la piel de las cientos de personas que aguardan para entrar a la fortaleza de San Carlos de la Cabaña en la bahía de La Habana. En el recinto, que fue cuartel militar en la época colonial, y más tarde cárcel, con su paredón de fusilamiento, abrió sus puertas este abril la Feria del Libro, un evento que pudo haberse convertido en una de las principales fiestas de la lectura en América Latina, pero derivó en un simple mercadillo.
Después de suspenderse el pasado año debido a la pandemia, el regreso de la Feria del Libro de La Habana ha estado marcado por cuestiones más políticas y económicas que editoriales. Entre su última edición y esta, la Isla se ha hundido aún más en el abismo de la inflación, la falta de combustible y el desabastecimiento de productos básicos. De ahí que muchos de los que llegan hasta La Cabaña lo hagan, no para comprar libros, sino para adquirir accesorios escolares, algunos panes o, simplemente, un poco de refresco.
Esta es, además, la primera Feria del Libro tras la desaparición del peso convertible, de ahí que los precios de los volúmenes muestren con toda crudeza el poco valor de la moneda nacional y su caída en los abismos de la devaluación. En cifras que pueden significar el salario de una semana se venden muchos de los libros extranjeros que han llegado a Cuba para la ocasión, pero también el caudal de títulos importados es muy pobre en relación con los que llegaban hace dos décadas.
Las razones para esta sequía de títulos son disímiles. Las casas editoriales foráneas se cansaron de estar presentes en una Feria de la que apenas salen contratos que signifiquen beneficios económicos futuros para sus sellos. La censura hizo también su parte, excluyendo por años a cuanto autor hubiera emitido alguna crítica contra el régimen cubano, tuviera talante anticomunista o hubiera escapado de la isla.
La lista de los excluidos cada día se hizo más larga. Junto a escritores foráneos, como Milan Kundera y Mario Vargas Llosa, quedaron prohibidos en los anaqueles de la feria nombres nacionales al estilo de Guillermo Cabrera Infante, Rafael Rojas y Amir Valle. Hace unos años, algunas editoriales españolas o latinoamericanas lograron colar algún que otro ejemplar proscrito con sus firmas, pero ahora la revisión es minuciosa y el filtro ideológico, infalible.
Como alivio, este año el país invitado es México, con su impresionante catálogo de letras. Sin embargo, ni siquiera la presencia de esta potencia literaria logra rescatar a la Feria del Libro de La Habana, que actualmente se parece más una tienda con largas colas para alcanzar unos lápices de colores, obtener un póster colorido que colgar en la pared de una habitación infantil, o regresar a casa con algunas artesanías de cerámica.
Para reanimarla, no solo se precisan recursos o invitados que prestigien el evento y atraigan al público. No basta con convencer a los editores de que la cita literaria cubana es una plaza a la que vale la pena asistir. Tampoco se solucionan los principales problemas del evento mejorando el, ahora colapsado, transporte hacia sus instalaciones o ampliando la oferta gastronómica. La Feria del Libro de La Habana necesita libertad. Urge que las tijeras de la censura dejen de cortar tantas de sus páginas.
(cp)