La visita de la secretaria del Tesoro estadounidense a China puso en evidencia, sobre todo, que la globalización económica ha terminado. La política exhortó a sus interlocutores chinos a no seguir inundando el mercado mundial con sus productos.
China inunda el mundo con baterías, paneles solares y autos eléctricos a bajos precios, con los que nadie puede competir. Xi Jinping quiere reactivar así la economía de su país, que pierde impulso. Eso implica un vuelco político, ya que, en realidad, se pretendía que el mercado interno desarrollara un poder adquisitivo tan grande como para que China ya no dependiera del resto del mundo.
Pero esa estrategia no ha resultado. La pandemia y las devastadoras restricciones aplicadas, hicieron que la población china perdiera seguridad. A eso se suma el estallido de la burbuja inmobiliaria. La gente ya no cree en las promesas de bienestar del partido comunista. El dinero que le sobra, lo guarda. Los menos piensan en el consumo como un deber patriótico. Xi Jinping, por su parte, abomina de estímulos económicos, alivios tributarios o subsidios para los hogares en aprietos. En cambio, quiere repetir el éxito que tuvo China hace un cuarto de siglo: ha de convertirse una vez más en la fábrica que abastece al mundo.
EE.UU. y Europa deben proteger sus mercados
Pero Estados Unidos no lo secunda, porque ya tuvo malas experiencias. A comienzos de siglo, Washington apoyó el ingreso de China en la Organización Mundial de Comercio. Para ello, aceptó un trato: los productos baratos chinos causaban pérdidas de empleos estadounidenses, pero, al mismo tiempo, revitalizaban el consumo. Se estima que, en aquel entonces, se perdieron dos millones de empleos. Ahora, Yellen dejó en claro en su vista que Estados Unidos no aceptará nuevamente la pérdida de puestos de trabajo.
Washington acusa a Pekín, con razón, de distorsionar la competencia mediante la concesión de terrenos a bajo precio y de créditos estatales. Al mismo tiempo, el propio Estados Unidos y la Unión Europea crearon programas para invertir grandes cantidades en tecnologías verdes e inteligencia artificial. Para proteger dichas inversiones, EE.UU. y la UE no podrán evitar amenazar a China con nuevos aranceles para sus productos fuertemente rebajados. Yellen no quiere hablar de eso por el momento. Pero se está pensando en esa dirección, y eso dista mucho del optimismo de la era de la globalización, que daba por hecho que la mano invisible del mercado conciliaría mágicamente todos los intereses.
Quejas sobre las subvenciones chinas
China dispone entretanto de capacidades de producción que pueden competir en know-how y eficiencia a nivel global. Se ha convertido en un verdadero competidor y un desafío al que tendrá que enfrentarse, por ejemplo, Alemania, país fabricante de autos y maquinarias.
El partido comunista ya no manda producir con las reglas del mercado, sino con las del capitalismo de Estado: bancos estatales otorgan créditos a empresas (semi)estatales. La mitad de lo producido se lanza al mercado global. Allí radica la diferencia con las subvenciones e inversiones que el presidente Joe Biden plasmó en la "Ley de Reducción de la Inflación”, en Estados Unidos. Estas apuntan a la consolidación de la economía estadounidense y van dirigidas sobre todo al propio país. No está previsto inundar el mercado mundial con productos estadounidenses.
Tanto Estados Unidos como la UE, y también Brasil y México, se proponen presentar ante la OMC quejas contra la práctica china de las subvenciones. Pero la UE también se muestra preocupada, porque las subvenciones en Estados Unidos causarán pérdidas de empleo en Europa. Eso no ha pasado inadvertido en Pekín, que a su vez ha presentado quejas contra Washington.
Según la prensa, Janet Yellen fue recibida cordialmente en China. Las partes acordaron seguir conversando. Por lo menos, los gobiernos de Biden y Xi no quieren por ahora que la tensión escale. Pero no han resuelto los asuntos peliagudos, porque la base de los negocios ya no cuadra. La idea de una economía globalizada, cuyas reglas son resguardadas por la OMC, ya no es sostenida por una política que, en muchos rincones del mundo, actúa de forma progresivamente nacionalista y aislacionista.
(ers/ms)