Italia: así vive un refugiado en un bastión ultraderechista
2 de agosto de 2018Dembo Cisse es recogido todos los días para ir al trabajo. El joven de 21 años, originario de Guinea, se sube junto con otros dos hombres en una vieja camioneta. El vehículo va de Oleggio, una pequeña ciudad en la región de Piamonte, en el norte de Italia, a un pequeño sembradío.
Dembo y los otros jóvenes no trabajan como mano de obra barata temporal para una gran empresa agricultora. El auto en el que viaja es de Raffaele D'Acunto, conocido como "Lello". Fue el primer agricultor orgánico de la zona y, de hecho, está jubilado. Pero en realidad, Lello trabaja de nuevo en el campo. Junto con Dembo y los otros cuatro hombres, originarios de Mali, Senegal y Nigeria, fundó una empresa dedicada a la producción de productos orgánicos que se venden en los mercados locales.
"En los últimos 40 años nadie se ha preocupado por esta tierra", dice Dembo, mientras remueve los parásitos de un grupo de patatas. "Cuando comenzamos, aquí había solo piedras, y la tierra era muy difícil", recuerda.
Hace tres meses, el grupo comenzó a usar de nuevo una parte de la olvidada parcela. Los dueños no pusieron objeciones. Desde entonces, han cultivado patatas, alcachofas de Jerusalén y calabazas. Alcanzaron un acuerdo de cooperación con los centros provisionales para refugiados, a fin de poder colaborar en el huerto.
"Aquí podemos ser nuestros propios jefes", dice Dembo en buen italiano. Desde hace 18 meses se encuentra en Italia. Esperó largo tiempo para obtener una cita en la Comisión de Asilo local. Ahora espera a que le den una respuesta a su solicitud.
Proceso prolongado
Pero esto puede tardar. En la Unión Europea, a finales de mayo, más de la mitad de los solicitantes de asilo esperaban más de seis meses por una decisión. En Italia hay personas que llevan más de dos años viviendo en los Centros de Recepción, operados de manera privada y financiados con recursos del gobierno.
Los más afortunados encuentran un trabajo mal pagado en el mercado negro laboral. Reciben así más de los 2,50 euros que les paga el Estado italiano. En comparación, dichos centros reciben cada día 35 euros por cada solicitante de asilo. El dinero debe utilizarse exclusivamente en los programas de recepción e integración, así como en cursos de idiomas. Algunos realmente ofrecen esos servicios. Pero el sistema en general es caótico y vulnerable al abuso, incluso por parte de la mafia.
A Dembo le fue mejor. Tomó un curso en jardinería y agricultura y ahí conoció a Lello, que era su maestro. Pero la incertidumbre carcome a Dembo. "No me corresponde decir si continuaré con este trabajo. Todo depende de dónde me permitan vivir. No sé lo que sucederá mañana", dice.
Muchos rechazos
Dembo conoce las cifras. Las llegadas de migrantes a través de la ruta central del Mediterráneo descendieron un 77 por ciento. En consecuencia, la cifra de solicitudes de asilo descendió en 2018 un 50 por ciento en Italia, en comparación con el año anterior. En promedio, un 60 por ciento de las solicitudes son rechazadas. Italia otorga la llamada "protección humanitaria", que conlleva un permiso de residencia por dos años y pretende ayudar a quienes no obtienen asilo.
El ultraderechista Matteo Salvino, ministro italiano del Interior, escribió hace poco una carta a las comisiones locales de asilo. Les pidió verificar cada solicitud, a fin de limitar la cantidad de permisos por causas humanitarias. Organizaciones defensoras de los derechos humanos temen que esto dé pie a injusticias.
La Lega Nord, el partido de Salvini, obtuvo en las pasadas elecciones parlamentarias casi el 30 por ciento de los votos en Oleggio. Recientemente, la popularidad de la Lega ha crecido en todo el país. El ambiente se ha tornado tenso. Circulan entre la población muchas leyendas, entre otras, que cada solicitante de asilo recibe directamente los 35 euros del Estado. Por eso, los migrantes a menudo son vistos con desprecio.
Dembo lo nota. "Cuando le hablas a alguien en la calle para preguntarle algo, algunos simplemente te dan la espalda", relata. En todo caso, en la granja se trabaja con ahínco. En las pasadas semanas, los agricultores orgánicos comenzaron a vender sus productos directamente a los clientes.
Para Lello, que hace 30 años también llegó como migrante a esta región, el proyecto es una buena oportunidad para transmitir sus conocimientos y su pasión. "Conocer a estos jóvenes me ha hecho tomar consciencia de ciertos valores que no pude compartir con mis propios hijos", dice. "Eso me hace mantenerme optimista para poder decirles: 'No tenemos nada que perder.'"
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