¿Irak? No, gracias
11 de julio de 2003La cautela y la reserva imperan en los pasillos de la sede de la OTAN, en Bruselas. Las fuentes oficiales se limitan a repetir que la Alianza Atlántica no ha recibido ningún pedido formal de Estados Unidos para tomar parte en la estabilización de Irak. Por lo tanto, el tema ni siquiera se ha discutido hasta la fecha. Tras bambalinas, los diplomáticos reconocen, sin embargo, que existe considerable resistencia a una eventual petición de esa naturaleza. Difícil lo tendría en consecuencia el presidente estadounidense, George Bush, si acatara la resolución no vinculante del senado de Washington, que le instó por unanimidad a requerir la ayuda de la organización.
Alemania se resiste
El gobierno alemán asumió ya una postura clara: Berlín no considerará la posibilidad de enviar soldados a Irak, mientras no haya un mandato expreso de la ONU ni se cuente con la correspondiente solicitud de un gobierno de transición legítimo en Bagdad. Es una manera elegante de declinar la invitación de Bush, antes de que la haya formulado. Y en esto, por lo visto, también concuerda la oposición conservadora germana. Una portavoz del ministerio de Relaciones Exteriores recordó, por su parte, que de acuerdo con la resolución adoptada por el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas tras la guerra, la responsabilidad por la estabilización del país recae expresamente sobre las tropas de la coalición liderada por Estados Unidos.
Alemania no se niega en absoluto a entregar ayuda humanitaria y ya ha destinado más de 4 millones de euros a ese fin. También anunció que el instituto cultural Goethe volverá a abrir sus puertas en la capital iraquí después de 35 años de ausencia involuntaria. En síntesis, los alemanes están dispuestos a cooperar con la reconstrucción de Irak, pero no a enviar tropas en las condiciones actuales. Tampoco París quiere sumarse a las fuerzas de ocupación, sin mandato de la ONU. "Sería un poco contradictorio si Francia se incorporara a la coalición, dado que no apoyó la guerra", comentó con toda lógica el ministro de Relaciones Exteriores galo, Dominique de Villepin.
Los problemas de Bush
Se puede comprender que Washington busque un amplio respaldo para hacer frente a la situación imperante en Irak, que dista de estar controlada. Por una parte, diariamente se producen ataques contra sus soldados y, por otra, los costos de la ocupación superan los cálculos previos. Según el informe de un auditor del Pentágono, la operación está costando 3.900 millones de dólares mensuales, en lugar de los 2.000 millones estimados en abril. Al mismo tiempo, aumenta la presión sobre el gobierno desde que quedó públicamente en evidencia cómo se manejó la información para justificar la intervención militar.
Pero, justamente en estas circunstancias, resultan irrebatibles los argumentos de Berlín y París. ¿Por qué habrían de saltar a la brecha justamente ahora, cuando arrecia en Washington la controversia política que desde hace semanas sacude también a Londres? Si bien a ambos lados del Atlántico se percibe la voluntad de dejar atrás la pugna de los meses pasados, las divergencias de fondo siguen vigentes. El ministro de Relaciones Exteriores alemán, Joschka Fischer, no podrá pues zafarse del tema de Irak durante la visita que efectuará la próxima semana a Estados Unidos, por mucho que lo deseara.