Venezolanos en Brasil: "Somos tratados como animales"
24 de agosto de 2018La masiva y descontrolada inmigración de venezolanos a Brasil ha generado tensiones en la frontera. Los inmigrantes venezolanos en Pacaraima, en la frontera entre Brasil y Venezuela, están viviendo bajo una especie de toque de queda informal. Desde el 18 de agosto, cuando un grupo de brasileños expulsó con palos y piedras a unos 1.200 venezolanos instalados en el pequeño municipio, pocos se arriesgan a salir a las calles durante la noche.
"Antes de oscurecer corremos a casa, porque hay grupos de brasileños rondando y cazando venezolanos", afirma Gustavo Luces, de 36 años, que hace cinco meses abandonó la venezolana Maturín, para buscar refugio en Brasil. Él, como la mayor parte de los inmigrantes que permanecen en la pequeña ciudad fronteriza, dice sentirse amenazado por los brasileños.
"La misma Policía hace la vista gorda con los motociclistas que patrullan en busca de venezolanos”, cuenta Miguel Ángel García, quien perdió todas sus pertenencias y documentos en el incendio del campamento derribado por brasileños el sábado pasado. La conclusión de García: “Estamos siendo tratados como basura, como animales”. La Policía refuta las acusaciones y afirma que la calma ha regresado. Sin embargo, integrantes del grupo que atacó el campamento de venezolanos dicen seguir patrullando para evitar asentamientos en calles y plazas de Pacaraima.
El vigilante Wendel Lima, quien participó en la violenta protesta, afirma que “lo que estamos haciendo ahora es llamar a la PM (Policía Militar) cuando vemos a alguien queriendo invadir el espacio público”. Así lo habrían acordado con las autoridades. Fernando Abreu, el profesor jubilado que asumió el micrófono durante los ataques, afirma que “el patrullaje solo quiere hacerle ver a los venezolanos que ya no los aceptarán viviendo en las calles de Pacaraima”.
"Vamos a impedir que se queden aquí, estamos defendiendo nuestra casa, nuestra integridad física", dice Lima, quien pide mayor rigor en el control del ingreso de los venezolanos, y asegura que "casi todos eran criminales que usaban a los niños para pedir dinero".
Patrullas oficiales
Este 23 de agosto, el ministro de Seguridad Pública, Raúl Jungmann, visitó el centro de acogida a los inmigrantes en Pacaraima y refutó las acusaciones de que el gobierno federal haya ignorado el problema, anunciando que “a partir de ahora, la Fuerza Nacional patrullará las calles de la ciudad”.
"Vamos a construir un hogar de paso entre la frontera y Boa Vista", prometió Jungmann, y anunció que “la frontera no será cerrada”. El padre Jesús Bobadilla, párroco de Pacaraima, y principal defensor de los derechos de los inmigrantes en la ciudad, no cree en las palabras de Jungmann. Bobadilla siente que “la animadversión está en el aire” y cuenta que “en las noches hay grupos de motociclistas encapuchados y armados con bastones cazando venezolanos.
"Lo que llaman ‘carreras de la paz’, son realmente patrullas armadas", afirma el cura, criticado por defender a los migrantes, y quien además, dice haber perdido la mitad de sus fieles: “Pero no me importa, yo sigo el Evangelio”. DW acompañó una de esa “carreras de la paz” y pudo comprobar que la patrulla era, en efecto, liderada por motociclistas, seguidos por unos 20 autos de alta gama que circulan por los sitios de encuentro de los venezolanos, antes de ser expulsados.
La patrulla se detuvo frente al albergue de los indígenas Warao, también inmigrantes venezolanos, y un hombre se bajó a gritar: "Váyanse inmigrantes, que Brasil no los necesita". El brasileño trató a los militares como “traidores de la Patria”, por proteger a los indígenas.
Menos venezolanos cruzan la frontera
Ante la tensión, de los entre 800 y mil venezolanos que pasaba diariamente a Brasil en busca de refugio, solo pasa la mitad. "Tenemos miedo, más no dinero”, se queja José Garcéz, que va con su mujer y cinco hijos. Ahora, cientos de venezolanos sin dinero buscan comida en el día en Brasil y en la noche un techo en un estacionamiento de camiones, ya en territorio venezolano. Es allí donde los inmigrantes se están reuniendo ahora para dormir. Familias enteras, con niños y ancianos, se amontonan en ese pequeño espacio cubierto, sin baños, y pedazos de cartón como cama.
Todas las mañanas, antes del amanecer, militares venezolanos desalojan a sus compatriotas del refugio. "Es humillante, nos sentimos como animales, pero la verdad es que, a pesar de todo, aquí es mejor que en Venezuela, en donde mi hijo menor murió por falta de medicamentos”, cuenta Garcéz y sentencia: “El gobierno de Maduro me lo mató”.
Yan Boechat (jov/er)