Ingeniería genética: ¿poción mágica contra el hambre mundial?
24 de agosto de 2013El hambre es el mayor riesgo para la salud. En el mundo, cada año mueren más personas de malnutrición que de sida, malaria y tuberculosis juntas, y la población mundial crece más rápido de lo que aumenta la productividad de la producción alimentaria. Plantas genéticamente modificadas son la solución, dicen algunos, sobre todo, los portavoces de las grandes empresas de productos para la agricultura.
Bernward Geier, experto en políticas agrarias y ambientales, ve en cambio las cosas de una forma crítica: “Pese a las afirmaciones de querer acabar con el hambre, no hay un solo cultivo genéticamente modificado que cumpla la meta de incrementar la productividad”, dijo Geier durante una conferencia en la Universidad de Colonia, en noviembre de 2012. En Europa, la resistencia contra la ingeniería genética es especialmente fuerte.
Monopolio a través de patentes
Es un hecho que, en teoría, el cultivo de plantas genéticamente modificadas es más productivo. El tipo de maíz “SmartStax” del gigante estadounidense de productos para la agricultura Monsanto, por ejemplo, es más resistente contra insectos y herbicidas. El problema es la estructura del mercado de dichos cultivos: según Greenpeace, un 90% del mercado está en manos de una sola empresa, y esa es Monsanto.
A fines de los años 80, Monsanto empezó patentar genes e incluso métodos del cultivo selectivo convencional. Junto con una intensa estrategia de compra de empresas productoras de semillas, la empresa estadounidense consiguió dicha posición preponderante en el mercado.
“Un monopolio de tales dimensiones bloquea el progreso”, opina Christoph Then, asesor de Greenpeace. Los dueños de las patentes prohíben el uso de los productos con fines de investigación. Por otro lado, gran parte de las investigaciones de las empresas titulares de las patentes se limitan al desarrollo de productos complementarios de sus propias plantas, como herbicidas. “De esta forma, se crean vínculos de dependencia con los agricultores para asegurar los réditos, pero la productividad no aumenta”, dice Bernward Geier.
Resistencia en Alemania
A fines de junio 2013, el Parlamento alemán prohibió patentar genes convencionales y productos del cultivo selectivo convencional. De esta manera se impidió que Monsanto patentase un tipo de brocoli en Alemania. Sin embargo, no hay claridad en la legislación sobre el término “convencional”: "Todavía falta una definición exacta de lo que se considera 'producto de ingeniería genética', porque se mezclan los nuevos métodos con los convencionales", explica el ecologista Then.
De todos modos se trata de un reglamento a nivel nacional. Si la Comisión Europea permite la importación de productos de Monsanto, como lo anunció con respecto al Smartstax, el permiso será válido para todos los Estados miembros.
La otra cara de la moneda
Es indudable que las nuevas tecnologías tienen potencial, pero de la manera en que se utilizan actualmente no contribuyen a la lucha contra la escasez alimentaria en el mundo. Es más: a largo plazo, el cultivo de plantas genéticamente modificadas puede conllevar consecuencias graves para el medio ambiente: “La ingeniería genética fomenta formas de monocultivo que son muy rentables pero hace caso omiso de los grandes riesgos para el medio ambiente”, advierte la organización no gubernamental NABU (Organización Alemana para la Protección del Medio Ambiente).
De todos modos, en cuanto al hambre mundial, Bernward Geier estima que la productividad agrícola ni siquiera es el punto clave: “Tenemos alimentos en exceso, producimos tanto que cada persona podría consumir 4.000 calorías al día.” Según el experto, la distribución desigual de los alimentos constituye el mayor problema. Si bien Smartstax resiste a los insectos, no puede combatir la pobreza.