Improvisación y cerebro
28 de octubre de 2011Improvisación versus imitación. El cerebro reacciona de manera diferente ante dos formas distintas de tocar una melodía, pero ¿cómo se llegó a esta conclusión? Y, ¿cuáles son las consecuencias de este hecho? Annerose Engel participa habitualmente en investigaciones que involucran música y neuropsicología. En declaraciones para Deutsche Welle, ofreció detalles sobre el estudio del Instituto Max Planck sobre los efectos de la improvisación en el cerebro.
Deutsche Welle: Antes de comenzar su investigación, ¿tenían alguna idea de cuáles podrían ser los resultados?
Annerose Engel: Partíamos del hecho de que la experiencia musical podría tener un papel importante a la hora de detectar si una música es improvisada o no. Por ello, para el estudio no escogimos participantes cualquiera, sino músicos que tocaban habitualmente jazz.
DW: ¿Qué pruebas realizaron?
A.E.: Pedimos a un pianista profesional de jazz, Andrea Keller, que compusiera para nosotros secuencias de acordes de un swing, de una balada de blues y de una pieza en estilo bossa nova. Él mismo se ocupó de grabarlas al piano. Invitamos después a otros pianistas de jazz a que improvisaran una melodía sobre la grabación de Keller. Después pedimos a los mismos pianistas que imitaran las melodías que otros habían improvisado previamente. De esta manera, conseguimos fragmentos similares originados de manera distinta. En una segunda fase del experimento, quisimos descubrir si esos músicos eran capaces de reconocer auditivamente qué melodías eran improvisadas y cuáles eran imitaciones. Para ello observamos su reacción cerebral, poniéndoles un extracto de 10 segundos. Finalizado el estudio, llegamos a la conclusión de que en su mayoría eran capaces de discernir entre ambas posibilidades. Sobre todo dieron en el clavo quienes estaban acostumbrados a tocar en grupo y aquellos que en un cuestionario previo se autodefinieron como empáticos, capaces de ponerse fácilmente en la piel de los demás. Nos dimos cuenta de que las melodías improvisadas eran rítmica y dinámicamente más variadas que sus imitaciones; estas eran menos expresivas. La amígdala cerebral, que procesa y almacena las emociones, reaccionaba de manera más sensible ante estas cualidades de la música improvisada: la variación rítmica y dinámica.
D.W.: ¿Qué consecuencias tienen esas conclusiones?
A.E.: Nuestro estudio supone un primer paso para investigar la percepción de la espontaneidad, pero necesitamos nuevos estudios para llegar a resultados más consistentes. La investigación en otras disciplinas, como la danza, nos puede ayudar a refrendar nuestras conclusiones. Por ejemplo, en danza, ¿distingue el cerebro entre movimientos improvisados o coreografiados?
D.W.: A través de su estudio ¿se pueden deducir aspectos aplicables a otras áreas? Por ejemplo, en política ¿tendría alguna consecuencia el hecho de que un discurso esté siendo leído o sea improvisado?
A.E.: De nuestro experimento no se puede deducir tal cosa. Me consta que se están realizando investigaciones en el área de la lingüística que tratan de analizar el discurso libre, pero no concretamente su distinción respecto al que es leído o aprendido previamente.
D.W.: ¿En qué investigación se encuentra enfrascada actualmente?
A.E.: Estoy trabajando en un proyecto sobre transferencias inter-modales, es decir, cómo interactúan las distintas áreas cerebrales en acciones recientemente aprendidas. En ese estudio enseño a personas que no son músicos a tocar melodías cortas al piano. Aprenden a tocarlas “a ciegas”, esto es, escuchándolas sin ver mover las manos de la persona que toca, o de forma “muda”, es decir, sin escuchar sonidos, tan solo observando cómo los dedos del intérprete se mueven en silencio. Pretendemos saber si en el cerebro se produce de forma automática una transferencia de información entre las áreas audio-motoras y las visuales.
Autora: María Santacecilia
Editora: Claudia Herrera Pahl