Impresiones literarias desde Berlín
19 de septiembre de 2014El colombiano Juan Gabriel Vásquez y el guatemalteco Eduardo Halfon, nombres imprescindibles de la actual literatura latinoamericana, de paso por Alemania como invitados al Festival Internacional de Literatura de Berlín, son dos de esos escritores que han logrado traspasar las todavía muy selectivas puertas del mundo editorial europeo y sobre la experiencia de verse traducidos a varias lenguas en Europa, entre otros temas, conversaron con la DW.
Narrador de las pequeñas historias
A Juan Gabriel Vásquez se le lee mucho en Europa, especialmente desde que obtuvo el prestigioso Premio Alfaguara en 2011 con la novela El ruido de las cosas al caer, que acaba de ser editada en Alemania por la editorial Schöffling, y que justo este 2014 se alzó con el Premio IMPAC Dublín que se concede en el Reino Unido a la mejor traducción de una novela.
“Estoy muy satisfecho de estar publicado acá, desde mi novela Los informantes, en una editorial de prestigio, Schöffling, cuyo trabajo respeto mucho, y especialmente de que mis libros hayan sido llevados al alemán por una traductora tan respetable como Susanne Lange, que entre otros méritos ha traducido a un joven escritor llamado Cervantes, que parece que promete”, dice y sonríe de su broma por el orgullo que siente de haber sido traducido por la misma persona que tradujo al alemán a Miguel de Cervantes, el más grande clásico de la lengua española.
Ante cada oleada de nuevos escritores latinoamericanos suelen preguntarle sobre la existencia de un nuevo boom: “pero creo que ya los lectores y editores europeos han ido abandonado el concepto de que la actual literatura debe repetir los clichés y esos pasos maravillosos que dio el boom de los años 60. En el caso de un colombiano como yo, cobra doble valor en esos análisis la figura tutelar de García Márquez, creador de una visión de América que se nos quiere imponer a los que vinimos después”. Y aunque suele repetir que Cien años de soledad es junto al Ulysses, de James Joyce una de las novelas que lo decidieron a hacerse escritor tiene claro que “jamás pienso en escribir como lo hizo el boom, sería algo paralizante: mis circunstancias de vida, de época, mis intereses, mi mundo y mi entorno es absolutamente distinto”.
Colombia y la violencia han sido, desde los años 70, palabras muy cercanas, tema central de su novela El ruido de las cosas al caer: “Empecé a escribirla 12 años después de haber salido de Colombia”, contesta, “y fui yo el primer sorprendido de estar escribiendo sobre la terrible época del narcotráfico porque no fue nunca parte de mis preguntas vitales, justamente por lo difícil de los recuerdos, del miedo, de una vida incompleta. Pero también es cierto que mi generación fue marcada de un modo especial por la violencia, el lado público de esa violencia había sido publicado de modo suficiente, pero las pequeñas historias, los traumas íntimos generados por ella, que son el material verdadero de las novelas, no había sido develado como debía serlo”.
La obra que se construye a sí misma
La crítica internacional destaca de Eduardo Halfon el poderoso mundo de reflexión de sus breves novelas: El boxeador polaco, La pirueta y Monasterio, que acaba de ser publicada en la editorial alemana Hanser. Una búsqueda incesante en sus raíces familiares, históricas, o del idioma, que tiene mucho que ver con su salida de Guatemala siendo un niño, con su regreso años después, casi olvidado el español, y con el curioso hecho de que “puede decirse que redescubrí mi idioma natal escribiendo, cuando a los 28 años decidí hacerme escritor”.
“Mi obra se construye a sí misma, no es cerrada. El boxeador polaco se publica en español, en el 2008, tiene seis cuentos, pequeñito. En el 2010 sale La pirueta, que es la continuación, en Serbia de un cuento, “Epístrofe”, de ese primer libro. Pero en Alemania, y en la versión inglesa para Estados Unidos, esos dos libros forman uno solo con el título El boxeador polaco. En Italia, a la versión original de El boxeador… le incluí tres cuentos inéditos, y en Cuba tiene sólo un cuento inédito más; es decir, dos libros distintos. Son historias que me van surgiendo y veo que sólo tienen lugar en algún sitio de esas novelas antes escritas”.
Su concepto de la literatura como zambullida en los mundos internos de cada ser humano es evidente en la saga novelada que ha ido escribiendo: “es una vuelta hacia mí, hacia mis identidades, es tratar de darle sentido a este conjunto humano que soy”, asegura, consciente de la necesidad de entenderse hurgando en sus raíces judías y árabes, en las pérdidas y ganancias del exilio, en la postura rebelde de no formar parte de la complicidad social con la que en Guatemala la gente asume la violencia. “Hay mucha violencia en mi obra, pero otra. Esa Guatemala violenta no me interesa, e incluso cuando escribo de ella, lo que me ocupa es la ruptura que provoca, el hilo que conduce de un estado violento a otro, de cómo la violencia genera un comportamiento violento, el lado pequeño pero más terrible de las cosas”.
A una absoluta verdad: todos los escritores guatemaltecos, desde clásicos como Miguel Angel Asturias o Augusto Monterroso hasta los más jóvenes de hoy, han tenido que irse de Guatemala para encontrar el reconocimiento internacional, responde categórico: “sucede más con Guatemala que con otros países centroamericanos. Es una cultura del miedo, donde la gente no dice lo que piensa, es el miedo a decir las cosas, y como escribir es decir, quien quiere ser escritor tiene que irse del país y luchar por ser reconocido desde afuera”.