Ilegales en España: esperanzas ahogadas en un mar de plástico
12 de abril de 2007Mustafá tirita de frío mientras se coloca la gorra. El senegalés de 27 años espera en un cruce a las afueras del El Ejido. Son las siete de la mañana y la niebla cubre las calles. Mustafá no es el único que ha llegado. Bajo los faroles, hay varios grupos de africanos que esperan callados.
"Aquí hay gente de Gambia, Guinea, Mali… Cada mañana venimos aquí para buscar trabajo", aclara Mustafá. Algunos esperan desde las seis y media de la mañana con la esperanza de encontrar trabajo en los invernaderos.
Esperando en un mar de plástico
El Ejido es una ciudad de 75.000 habitantes sin mucho atractivo para los turistas, en medio de una de las zonas más extensas del mundo dedicadas al cultivo de hortalizas. La ciudad está a 30 km al oeste de Almería. Los tomates, pimientos y lechugas crecen bajo una capa de plástico. Cada año se cosechan 1,5 millones de toneladas de verdura destinadas a la exportación a otros países europeos. Hay trabajo suficiente. Sin embargo, Mustafá y los demás tienen que esperar a menudo durante horas: "Ninguno de los que están aquí tiene papeles. Esperamos unas cinco horas. A las dos nos vamos a comer algo y hacia las tres volvemos".
A los que esperan no les gustan los periodistas. Pueden echar a perder el negocio. Ningún agricultor se detiene para hablar ante el micrófono. Todos temen las abultadas multas con que la ley penaliza a los que emplean a inmigrantes sin papeles. Pero los inmigrantes mantienen la esperanza de que alguien llegue y les de trabajo. Y aunque a veces vuelva a casa con las manos vacías, Mustafá vuelve cada día al mismo cruce desde hace seis meses.
Siempre hacia el norte
Como casi todos los otros, Mustafá llegó a las Canarias en una frágil embarcación buscando el camino a Europa: "En África todos quieren venir a Europa. No sólo los senegaleses". Es sabido que muchos de ellos mueren. Pero en Europa, la vida es mejor que en África.
Mustafá no quiere permanecer mucho tiempo en El Ejido. Quiere seguir hacia el norte. A Valencia, Barcelona, a Francia, o quizás a Alemania. "No tengo casa. Duermo en el garaje de una construcción o en la calle". Pero la gente es buena con él, incluso la policía. Como inmigrante, el problema es conseguir los papeles.
Los papeles: el sueño inalcanzable
Continúe en la página siguiente
Los papeles: el sueño inalcanzable
Las perspectivas para Mustafá son bastante malas. Conseguir una casa es algo imposible. Y eso les pasa a miles de ellos. Viven dispersos entre los invernaderos. En el árido paraje de Nijar, donde crecen sobre todo las lechugas, habitan muchos marroquíes.
En la carretera hay un lugar al que llaman Casa Vieja. Se trata de una antigua granja en ruinas donde viven unos 50 marroquíes. Halib, de 22 años y también sin papeles cuenta: "Llegué en un camión hace dos años a través de Tánger. Desde hace ocho meses estoy aquí".
Malas condiciones laborales y poco sueldo
Con un colchón viejo, cartón y trozos de plástico, Halib se ha construido en la ruina un techo donde guarecerse. No hay electricidad ni agua. Trabaja en un invernadero que está a una hora a pie de la Casa Vieja: "El trabajo es duro. Hace mucho calor dentro de los invernaderos y pagan 31 euros por ocho horas de trabajo. Es una mala vida"
Algunos de los agricultores se aprovechan de la situación de los inmigrantes, critica Abdelkader Cacha del sindicato de trabajadores agrícolas SOC: Abdelkader, también marroquí, defiende los derechos de los inmigrantes. Se queja de las malas condiciones laborales en los invernaderos: "Hace poco vino un trabajador para denunciar al agricultor. Se había rociado el ojo con pesticida". Pero el agricultor no quiso reconocerlo como accidente laboral. Hay muchos que están enfermos. Pero el trabajador no está protegido, revela Abdelkader: "No tienen mascarillas ni ropa que los proteja. El que la exige tiene que marcharse".
La riqueza que traen los ilegales
La otrora pobre provincia de Almería no se ha enriquecido solamente debido al trabajo de los inmigrantes ilegales en los invernaderos. Muchos de ellos han conseguido legalizar su situación como el senegalés Abdul. Vino hace 18 años a España y ahora vive en la ciudad de Roquetas del Mar en un barrio llamado "el barrio de las 200 viviendas". "Casi todos los que viven aquí son inmigrantes. Antes vivían españoles, pero lo vendieron todo", cuenta Abdul.
Actualmente, Abdul se ha convertido en empresario y dirige un locutorio telefónico, una tienda de alimentación y desde hace poco tiempo regenta un bar: "Al bar viene gente para ver el fútbol y yo les sirvo comida de nuestra tierra".
Nostalgia del hogar
Abdul ha dejado atrás un camino largo y difícil. Durante años estuvo trabajando en los invernaderos para un buen jefe que le ayudó a conseguir los papeles. Sabe que tuvo suerte, pero para la mayoría de sus paisanos no ve perspectivas: "Es muy difícil decirles: aquí en Europa no hay trabajo para vosotros". No lo creerían y responderían: "¿no quieres que vaya?"
Abdul está contento con su situación. Pero tampoco cree que sea un buen ejemplo de inmigrante. No ha alcanzado la felicidad y hace doce años que no ve a sus padres. En algunas ocasiones, la nostalgia del hogar se hace insoportable. Entonces desearía no haber tomado nunca la decisión de irse a España.