¿Igualdad en el ingreso, menos violencia?
27 de noviembre de 2006Dos indicadores demuestran que Brasil está aún lejos de resolver sus principales problemas: la probreza y la violencia. Los índices de pobreza han logrado reducirse del 28% de la población en 2003, a casi un 23% en 2005, pero todavía afecta a 42,5 millones de brasileños. Pobre en Brasil es, para la Fundación Getúlio Vargas, todo aquel que sobrevive con menos de 43 euros al mes.
La segunda cuestión también es preocupante. Según el Ministerio de Justicia brasileño, alrededor de 55.000 ciudadanos son asesinados al año en el país. Lo que arroja una media de más de 150 muertes violentas al día. Estas cifras superan a las de tres años de guerra en Irak. Los números imponen todavía más cuando se tiene por delante una visita a Rocinha, la “gran favela” de Río de Janeiro.
Gánsteres del aeropuerto
Un poco asustado desembarqué una madrugada de mediados del octubre pasado en el Aeropuerto Internacional de Galeão, en Río de Janeiro, el Estado con mayores índices de asesinatos de todo Brasil. Control de aduanas: primera advertencia y primer shock. “Tenga cuidado con el ordenador portátil. Una banda está operando por aquí. Roban todo lo que pueden”, me dice la funcionaria.
La “Linha Vermelha" es el camino que lleva del aeropuerto al centro de la ciudad. Mientras atravesamos un mar de favelas, le cuento al taxista mi conversación con la funcionaria de aduanas. “¿Eso le ha dicho?”, pregunta el conductor. “Estaba intentando asustarle. Río tampoco es tan violento”.
Luciano Francelli, asistente del Programa de Seguridad Humana de la ONG Viva Río, le da la razón al taxista. “Sé que vivo en una ciudad con mucha violencia, pero eso no me impide hacer lo que quiero. Por supuesto que tomo mis precauciones. La inseguridad crea desconfianza en relación a todo y a todos”, dice.
Controlar la venta de armas
La ONG Viva Río se fundó en 1993 después de una oleada de secuestros, del asesinato de ocho niños y de la muerte de 21 personas en una mantaza en el barrio de Vigário Geral. Hoy lleva a cabo proyectos contra la violencia en 350 favelas y comunidades de bajos ingresos dentro del área metropolitana de Río de Janeiro, algunos de ellos financiados por la Unión Europea.
El 20% de los asesinatos perpetrados en Brasil entre 2004 y 2005 tuvieron como escenario el Estado de Río de Janeiro. Pero la tasa, que era de 66 muertos por cada 100.000 habitantes, ha bajado a 61.
Iniciativas como la de Viva Río consiguieron retirar 500.000 armas de las calles de Río en 2005. Pero en un plebiscito celebrado en octubre de ese mismo año, casi dos tercios de los brasileños votaron en contra de prohibir la venta de armas de fuego y munición a civiles. A pesar de ello, la coordinadora de comunicaciones de Viva Río, Mayra Jucá, está convencida de que “para combatir la violencia es necesario combatir primero el acceso a las armas”. Se calcula que en Brasil circulan 17,5 millones de armas. Más del 90% de ellas están en manos de civiles.
Amigos de mis Amigos
Cuando se habla de la violencia en Río, las favelas son lo que primero se le viene a uno a la mente. Sobre todo Rocinha, la mayor favela de América Latina. Marcos Rangel trabaja para la ONG Exotic Tours. Él les muestra “su” Rocinha, donde nació y vive desde hace 40 años, a periodistas y curiosos. Marcos me guía por el laberinto que es esta favela de 150.000 habitantes. “Hay muchos turistas que piensan que aquí todos somos delincuentes, pero el 99,9% somos trabajadores. Aquí dentro puedo garantizar la seguridad. Ahí fuera, no”, asegura.
Hace mucho que Rocinha se convirtió en un barrio obrero con toda la infraestructura necesaria. Hay luz eléctrica, agua corriente, alcantarillado, escuelas, tiendas, transporte público, emisoras de radio, bancos y un centro comercial. También tiene un equipo de fútbol. Y las aulas de la Escuela de Samba de Rocinha, que desfila en el carnaval de Río, sirven a centenares de adolescentes para ensayar al ritmo de sus instrumentos de percusión.
En medio de un embrollo de barracas y casuchas, Edson da Silva y Paulo Mendes trabajan en la Estación del Futuro, financiada por la Unión Europea. Aquí se ofrecen cursos de informática, servicios electrónicos y conexión barata a Internet.
Un poco más arriba, en la Casa de Paz, la población tiene acceso a servicios públicos como asistencia médica, ayuda a la hora de resolver papeleos y a una biblioteca. “Aquí el Estado está presente. Prestamos un servicio neutral incluso a personas que vienen de otros barrios. Hasta los hijos de los mafiosos son atendidos”, explica el funcionario André Brouck.
El Estado está presente en Rocinha. También representado por un coche de la policía. “Está prohibido fotografiar el vehículo”, grita desde lejos uno de los cuatro agentes y se acerca corriendo, pistola en mano, para asegurar que el reportero no tome la foto. Fue el momento de mayor peligro de toda mi visita.
Marcos me enseña otros lugares de la favela en los que también está prohibido fotografiar y es mejor no entrar. Son las llamadas “bocas de fumo”, donde los traficantes venden su mercancía. Mafiosos de la organización Amigos de mis Amigos, que vigilan la marcha del negocio armados hasta los dientes.
Buena vecindad
Isaura Paulino da Silva tiene 62 años. Desde hace 40, vive en Rocinha. Para mantenerse vende helados por las calles de Río y en la vecina playa de São Conrado. Isaura me revela el secreto para convivir en paz con los traficantes: “yo no me meto en su vida, ellos no se meten en la mía”. No quiere abandonar su favela. Lo único que lamenta es que su hijo más joven no hiciera caso de sus consejos. “Se metió con la gente de las drogas. Desapareció hace 17 años y nunca he vuelto a saber nada de su vida”.
Daniel Vinicius ha tenido mejor suerte que el hijo de Isaura. Es uno de los 450 alumnos de la Escuela de Música de Rocinha (EMR). A sus 18 años, cuenta que gracias a la EMR resistió a “las tentaciones del narcotráfico” y hoy sueña con dar el salto: salir de la favela, y llegar hasta la facultad de música.
La EMR se financia con donaciones que llegan de Alemania. El coordinador de la Escuela, Gilberto Figueiredo, asegura que aquí se hace un gran trabajo preventivo para sacar a los chicos de las calles. “La gente no siempre gana. También ha habido ex alumnos que acabaron metidos en el tráfico de drogas o en la prostitución”. Pero en el caso de Daniel Vinicius, el coordinador asegura que la Escuela ha vencido. “Tiene talento con el violín”, dice.
Invertir en la juventud
Proyectos como el de Rocinha se están exportando a otras partes del país. En la favela de Mont Serrat, el padre Vilson Groh dirige una ONG que trata de crear oportunidades de empleo para los jóvenes. Sólo durante 2005, el proyecto Aroeira consiguió que 500 chicos de de las favelas encontraran un empleo. Otros 400 regresaron a la escuela. “El número de homicidios también se redujo”, cuenta Groh.
El proyecto Aroeira forma parte del llamado Consorcio Social de Juventud, un programa del Gobierno federal destinado a cualificar a jóvenes de edades comprendidas entre los 16 y los 24 años, procedentes de familias de bajos ingresos. El objetivo es lograr que 60.000 chicos encuentren ocupación hasta finales de 2006.
“La posibilidad de sacar a los jóvenes de la miseria y la criminalidad existe. El problema es que a la juventud nunca se le ha dado una oportunidad”, afirma Groh. “Un joven del Consorcio Social de Juventud le cuesta al Estado 100 euros al mes. Un joven en prisión, 350 euros”.
Un estudio llevado a cabo por el IPEA, el Instituto de Estudios de Economía Aplicada, proyectó que una reducción del 2% de las desigualdades en la renta de los brasileños provocaría una bajada del número de asesinatos en un 11,6% entre 2001 y 2006. Todavía es pronto para hacer balance, pero puede que los expertos del IPEA tengan razón cuando dicen: "sólo una mejor redistribución de la renta hará disminuir los índices de criminalidad en Brasil".