Renacer en Guyana, el país con más suicidios en A. Latina
9 de septiembre de 2020"Bienvenida", sonríe Meena Wattie mientras sale de la pulcra casa de madera pintada de blanco. Esta mujer menuda y de cabello oscuro lleva gafas y emana tanta calidez y confianza como sugiere el nombre de su centro: "Sunrise Center" (o Centro Amanecer). El optimismo está en el centro del programa aquí, porque el centro en Zorg-en-Vliet, un pequeño nido en la costa norte de Guyana, la excolonia británica entre Venezuela y Surinam, trata a personas suicidas.
Hace unos años, su ahora tan confiada líder se hundió también en las tinieblas y estuvo a punto de suicidarse. Hoy, ayuda a los demás. Guyana, un país con 780.000 habitantes en la costa norte de América del Sur, tiene una de las tasas de suicidio más altas del mundo. Según las estadísticas de la Organización Mundial de la Salud (OMS), 44 de cada 100.000 personas se suicidaron en Guyana en 2014. En ese momento, el país ocupó el primer puesto en ese triste ránking. El promedio mundial es de 16.
Hay muchas razones para esto: "Abuso de alcohol y drogas, violencia intrafamiliar, pobreza, poca cohesión social en una sociedad racialmente polarizada, homosexualidad criminalizada, estigmatización de los enfermos mentales y falta de infraestructura de tratamiento, especialmente fuera de la capital, Georgetown", enumera la psicóloga Caitlin Vieira.
A Meena, fueron la muerte de su esposo alcohólico y las rígidas y misóginas reglas dentro de su comunidad indoguyanesa las que la desviaron del rumbo. La pareja había vivido en una casa en la propiedad de sus suegros. “Mi esposo murió en la medianoche, y a las seis de la mañana sus padres me echaron”, cuenta. “Caes en un agujero negro y no ves más luz. Pero, afortunadamente, tenía gente con quien hablar y eso me ayudó".
Escuchar y trabajar manualmente como receta para el éxito
La psicoterapia y la discreción son la receta del éxito del Sunrise Center, que se inauguró en 2016 y fue financiado por exiliados guyaneses adinerados de la Fundación Guyana. Las visitas domiciliarias forman parte de la oferta terapéutica, tanto como el yoga y cursos de formación avanzada en costura, cocina, artes y manualidades o cosmética.
El trabajo artesano en comunidad no solo relaja la mente y crea una atmósfera amistosa y segura, sino que también aporta una formación profesional y permite a los participantes ser más independientes económicamente. Especialmente las mujeres aprovechan la oferta. "Son más abiertas y se dejan ayudar más", ha notado Meena.
Una de las participantes es Natiefah John, una atractiva mujer afroguayanesa de 20 años. Vino hace tres años, tras escuchar sobre el centro en la radio. Poco antes, se había cortado las venas de las muñecas, pero sobrevivió. Fue abusada sexualmente por primera vez a los 13 años y por segunda a los 17. Su madre tuvo que huir de la capital debido a un marido que la golpeaba. Su hermano mayor era adicto a las drogas. Y no tenían suficiente dinero.
“Aquí por primera vez pude hablar con alguien sobre mi experiencia, y fue un alivio increíble”, confiesa Natiefah. La joven madre recién casada completó un curso de cosmética en el Sunrise Center y está ahorrando para montar un salón de belleza en su casa.
Un problema oculto
El Estado guyanés, uno de los más pobres de América del Sur, ni siquiera había notado la alta tasa de suicidios. Las familias a menudo ocultaban los suicidios de parientes por vergüenza y los certificados de defunción se emitían con eufemismos.
No fue hasta la encuesta de la OMS que la nación despertó. Se descubrió que la población indoguyanesa que vive de la agricultura es la más afectada, con el 75% de los casos. La Región 2, en la que se encuentra Zorg-en-Vliet, tiene la tasa más alta del país. El envenenamiento y el ahorcamiento son las formas más comunes de muerte.
Según Vieira, los valores familiares conservadores de los indoguyaneses, los matrimonios concertados y la poca privacidad son parte de los motivos socioculturales tras este problema. Su colega Anthony Autar estima que una cuarta parte de los residentes del país sufren de estrés postraumático no diagnosticado, lo que genera violencia y altas tasas de suicidio.
Después del estudio de la OMS y los informes de agencias internacionales de noticias, la prensa local comenzó a informar sobre el fenómeno. Pero esto también tuvo efectos secundarios: “Al principio describimos cómo la gente se suicidaba, lo que luego generaba efectos de imitación”, admite la periodista Reema Natram. También se mencionaron los nombres de las víctimas, lo que estigmatizó a familias enteras y llevó a otros miembros a la muerte.
Eso cambió con un taller para periodistas. El Gobierno estableció además una línea directa contra el suicidio en 2015, que Vieira administraba hasta hace poco. El trabajo del centro, la línea de ayuda y el trabajo de relaciones públicas de psicólogos como Vieira están mostrando éxitos visibles: el año pasado, Guyana se deslizó al cuarto lugar en las estadísticas internacionales de suicidios.
¿Recaída por la pandemia?
Pero la pandemia y disputas políticas están poniendo hoy en peligro el progreso. Durante meses, Guyana se vio envuelta en un conflicto electoral, y el programa de salud mental se estancó. Hasta la fecha, solo hay dos centros de terapia suicida en todo el país y solo siete psicólogos. Las donaciones están disminuyendo debido a la crisis económica.
El centro Sunrise inicialmente fabricó máscaras faciales para financiarse. Sin embargo, "ahora estamos cerrados, y más gente que nunca necesita apoyo psicológico", escribe Meena Wattie vía WhatsApp. Ella y su equipo se mantienen en contacto con los pacientes por teléfono. "Si se vuelve muy crítico, también hacemos visitas a domicilio", explica.
La psicóloga Vieira, por su parte, se siente frustrada: "Ahora mismo, cuando todos estamos bajo tanto estrés, me cancelaron las tareas, y nuestro trabajo como psicólogos ha sido declarado como sistémicamente irrelevante", se queja en Facebook. Y se pregunta: "¿Qué más necesita nuestra sociedad para darse cuenta de la importancia de la salud mental?"
(rml/cp)