Guantánamo: 4 años injustificables
11 de enero de 2006El 11 de enero de 2002 llegaron al campo de prisioneros de Guantánamo los primeros 20 detenidos, procedentes de Afganistán. Las imágenes de los hombres esposados y con los rostros cubiertos, no pasaron inadvertidas. Pero aún estaba demasiado fresco el impacto de los atentados del 11 de septiembre. En consecuencia, el gobierno del presidente estadounidense, George W. Bush, no tuvo que responder de inmediato demasiadas preguntas incómodas, como las que con el tiempo se han ido multiplicando
Cunde la crítica en Alemania
La prisión de Guantánamo se ha convertido en el peor y más persistente veneno para la imagen de Estados Unidos. Aún permanecen internados allí alrededor de 500 hombres, de los cuales sólo un puñado ha tenido la suerte de que al menos se haya iniciado un proceso en su contra. El resto sigue esperando -más de 40 en huelga de hambre-, con el sólo consuelo de que una vez al año una comisión revise su situación, para determinar si deben seguir encarcelados.
Ya no son sólo organizaciones de derechos humanos, como Amnistía Internacional, o instituciones humanitarias, como la Cruz Roja, las que denuncian el vacío legal en que se encuentran los reclusos, prácticamente a merced de sus captores. Incluso figuras como la canciller alemana, Angela Merkel, a quien nadie podría reprochar animosidad contra Bush, ya abogan en público por el cierre del tristemente célebre campo de prisioneros. También su ministro del Interior, Wolfgang Schäuble, se manifestó decididamente contra esta cárcel. "Nunca he ocultado que en mi opinión Guantánamo no se puede justificar", señaló al periódico Handelsblatt. Y puntualizó que lo que allí ocurre "no es compatible con mi manera de entender el estado de derecho, los derechos humanos, ni tampoco los principios estadounidenses".
Presión pública
Por su parte, el encargado de Derechos Humanos del gobierno germano, Tom Koenigs, aplaude que la canciller Merkel haya sido más explícita en su crítica en los días previos a su viaje a Washington. Si bien estima que la labor estatal en este terreno discurre más bien por la vía de la diplomacia silenciosa, Koenigs considera que, en este caso, la presión de la sociedad civil resulta fundamental. A su juicio, sin las denuncias de Amnistía Internacional, Human Rigts Watch y otros grupos defensores de los derechos humanos, no se habría puesto en marcha un debate público sobre Guantánamo. Y éste es importante, porque a menudo el temor a los perjuicios de imagen y otras consecuencias inducen a tomar medidas.
En lo tocante al gobierno estadounidense, sin embargo, la presión a todas luces no ha sido aún suficiente. Las autoridades insisten en su derecho a retener indefinidamente a quienes consideren un peligro para la seguridad nacional, mientras dure esta guerra. Sólo que no se trata de una guerra convencional, sino de una batalla contra el sangriento fantasma del terrorismo, difuso y escurridizo, aunque no por ello menos real. En consecuencia, no se vislumbra por ahora el fin del triste episodio de Guantánamo. A menos que la administración Bush comprenda que en esta contienda una de las armas más valiosas es la solidez de los principios que se intenta defender.