Goethe Institut celebra 60 años de difusión cultural
5 de julio de 2011“Hijo de un padre alemán emigrado a Buenos Aires a fines de los 30, creo sin embargo que soy menos alemán por sangre que por las radiaciones de inteligencia estricta que recibí en el Goethe”. Así define el escritor argentino Alan Pauls parte de su relación con el Goethe Institut.
Al igual que para muchos artistas, estudiantes y ciudadanos de éste y otros países de Latinoamérica, el Goethe no sólo ha sido una puerta de entrada al idioma alemán, sino especialmente un espacio de difusión y de encuentro entre culturas.
Desde que nació en Múnich en 1951, ha continuado abriendo sedes por todo el mundo. Hoy está presente a través de más de 170 institutos, centros y oficinas en 93 países. Sólo el 2009, unas 208 mil personas hicieron cursos en el Goethe y muchas más asistieron a charlas, exposiciones, obras de teatro y exhibiciones de películas.
Alan Pauls comenzó a ir al Goethe de Buenos Aires desde mediados de los 70. “Fui primero como cinéfilo, a descubrir el nuevo cine alemán (el primer Wenders, Fassbinder, Syberberg, más tarde Kluge), y no tardé en hacerme adicto al lugar”, cuenta.
Atraído por la arquitectura, la atmósfera del lugar y “la sensación de comunidad pequeña pero obstinada que se vivía en cada proyección, enseguida empecé a ir sin preocuparme por saber de antemano qué programaban. Me preguntaban: ¿qué hacés hoy? Y yo decía simplemente: voy al Goethe”.
Al igual que en otros países de Latinoamérica, el instituto mantuvo abiertas sus puertas a la cultura en tiempos difíciles. “Eran los primeros años de la dictadura militar en Argentina, y el Instituto se convirtió en uno de los poquísimos lugares de Buenos Aires donde nos sentíamos al mismo tiempo seguros y estimulados, protegidos y alimentados. En medio del terror, el Goethe era un asilo y una escuela, un refugio y un lugar de encuentro”, relata Pauls.
Más tarde comenzó a colaborar con algunas actividades. Presentó películas y libros, dio charlas, coordinó mesas redondas y le tocó presentar ciclos de cine. “El Goethe es una marca decisiva en mi vida como escritor, en mi vida a secas, y también en mi experiencia de la ciudad”, reconoce Pauls. “Esa es quizás una de las marcas distintivas más fuertes del Goethe Buenos Aires: el modo creativo en que siempre buscó -contra las políticas de mera exportación de cultura nacional- entrelazarse con las culturas locales”.
Gestión cultural en América Latina
Las primeras sedes abiertas en Latinoamérica fueron las de Río de Janeiro y Porto Alegre, Brasil, en 1956. Luego vinieron la de Bogotá, Colombia (1957) y Santiago de Chile (1961). La más nueva es la de Caracas, Venezuela, que fue inaugurada el 2003.
En América, como en el resto del mundo, el Goethe ha apoyado fuertemente la gestión cultural local. Este año está a cargo del programa de Explanada y Exposiciones de Alemania, país invitado de la Feria Internacional del Libro de Guadalajara, FIL, en México. “El Goethe es el gran gestor cultural de la cultura alemana en México, y en general en América Latina“, destaca Nubia Macías, directora general de la FIL.
En Santiago de Chile, por ejemplo, el Goethe organiza la Muestra de Dramaturgia Europea desde hace varios años, a la cual se han ido sumando otros países europeos, generando un espectacular encuentro creativo.
“El Goethe le ha dado un rostro y una forma de ser a la cultura alemana en México. Han sido promotores culturales que trabajan en forma muy intensa y tienden puentes en forma permanente, especialmente en relación con las artes plásticas: han traído una enorme cantidad de diseñadores, fotógrafos, artistas que difícilmente habrían llegado a nuestras ciudades si no fuera por la labor del instituto”, agrega Nubia Macías.
Hitos teatrales
Para Alfredo Castro, actor y director de teatro chileno, el Goethe Institut ha tenido un rol fundamental. “Fue un espacio emblemático para el mundo del teatro durante los tiempos horrorosos de la dictadura, donde se podía acudir a representaciones teatrales que no podrían haber ocurrido en otro espacio. Recuerdo con especial emoción la puesta en escena de “Mahagonny” de Bertolt Brecht, una creación que leída en esos tiempos cobraba una magnitud política enorme y concitó el interés y asistencia de miles de espectadores”.
Este espacio también “era uno de los únicos donde se podía mantener algún contacto con el mundo exterior y la información sobre lo que sucedía en la creación en Alemania, a través de sus ciclos de cine, artes visuales, invitados y charlas”, recuerda Castro.
El director destaca también algunos hitos vividos en el Goethe, como la visita del director Roberto Ciulli: “Ese encuentro fue fundamental en mi vida como creador. Veníamos saliendo de un traumático período histórico, por lo tanto poder contemplar esta libertad y derroche creativo, su profesionalismo, belleza, crudeza en el tratamiento de estos materiales teatrales, sirvió para permitirnos abrir nuestras conciencias y nuestros ojos a otras realidades posibles”.
Asimismo, gracias a la visita de Hedda Kage, quien trabaja en la divulgación del teatro latinoamericano en Alemania, se gestó un encuentro de teatro chileno y alemán en Berlín, para lo cual el Goethe invitó a Alfredo Castro a una estadía en Alemania, donde pudo conocer creadores y asistir a numerosas puestas en escena.
Semillero de escritores
“La medalla Goethe es uno de los premios que más aprecio en mi vida”, señala el escritor chileno Antonio Skármeta, quien recibió el 2002 esta distinción que otorga el Instituto cada año a personalidades internacionales por su trabajo cultural.
Para el autor, en tiempos de dictadura el Goethe Institut de Santiago “fue una suerte de respiradero que traía aire fresco a una ciudad que estaba con este nublado político”. Hacia 1990, Skármeta inició con el Goethe un taller de creación literaria para jóvenes menores de 30 años. “Había una gran ansia de desarrollo cultural con el retorno a la democracia –comenta-. Fue muy próspero creativamente y dio un impulso muy fuerte, formación y herramientas a jóvenes con inquietudes literarias. La mayoría son figuras que hoy animan la literatura chilena y latinoamericana, o trabajan como guionistas”.
Skármeta considera muy importante que las actividades y beneficios del Goethe puedan expandirse, por lo que lamenta que “pese a la buena labor e imagen, no ha experimentado un alza, sino una baja en su presupuesto”. A su juicio, debiera existir una política de mayor apoyo a la labor del Instituto, pues esto a la larga beneficia la imagen de Alemania. Y también, a los creadores, gestores y público de Latinoamérica, que puede seguir disfrutando la oferta cultural del Goethe Institut.
Autora: Victoria Dannemann
Editora: Emilia Rojas