Geografía de la muerte
6 de abril de 2004En el mundo de los muertos, como en el de los vivos, reinan diferentes clases sociales. Hay muertos que parecen valer menos que otros. Mientras a los unos se les honra con manifestaciones, rememoraciones fastuosas y hasta con monumentos, otros son olvidados o, en el peor de los casos, ni siquiera tenidos en cuenta. Da la impresión de que existe una especie de "geografía política de la muerte", cuyo valor sube o baja de acuerdo a los intereses de gobiernos, la economía y hasta de los medios.
El genocidio de Ruanda es una de las guerras más olvidadas por la llamada "comunidad internacional". Este 7 de abril se cumplen 10 años de una de las matanzas más repugnantes de los últimos tiempos: la masacre de 800.000 personas en Ruanda. ¡Ochocientas mil! Mujeres, niños, ancianos y hombres que, en sólo 100 días, fueron asesinados ante los ojos del mundo sólo por pertenecer a otra etnia. 95.000 niños y niñas quedaron huérfanos. "Miles fueron víctimas de la brutalidad . No es posible exagerar las repercusiones de la tragedia", dice la Directora Ejecutiva de UNICEF, Carol Bellamy.
Un "nunca más" africano
Diez años después, los niños de Ruanda siguen sufriendo las consecuencias de un conflicto creado por los adultos. Se calcula que alrededor de 101.000 niños encabezan 42.000 hogares. Estos menores de edad han perdido a sus progenitores por diferentes razones: muchos fueron asesinados durante el genocidio, otros han muerto a causa del SIDA y otros se encuentran en prisión debido a crímenes relacionados con el genocidio. "Todavía tenemos la responsabilidad de apoyar la reconciliación y la recuperación, y asegurar que este tipo de atrocidades no ocurra nunca más", advierte Bellamy. "Nunca más significa responsabilizar a los culpables y restablecer la dignidad conmemorando o aliviando el sufrimiento".
En Bonn se trabaja de honor a todas las víctimas
Alemania ha asumido una parte de la responsabilidad para con las víctimas en Ruanda y otras partes del mundo. Para ello, se creó en la ciudad de Bonn el Centro Internacional de Conversión (BICC), por sus siglas en inglés, en 1994. Su meta: convertir los recursos militares en cosas útiles para la población civil, trátese de la lucha contra la "inundación mundial" de armas pequeñas o de la antigua infraestructura militar. En circulación hay más de 600.000 armas de este tipo. Pero el trabajo no se limita a esto. El creciente clima de hostilidad en muchas regiones ha obligado al BICC a involucrarse en la prevención de conflictos. Sin prevención no hay seguridad y sin seguridad no hay desarrollo, ni humano ni económico.
El BICC es hoy un importante centro de investigación y asistencia a las víctimas de regiones en conflicto que cuenta con el patrocinio de Naciones Unidas. "Bonn, más que sede, es socio activo de la cooperación para el desarrollo", dice la alcaldesa Bärbel Dieckmann, resaltando su apoyo al BICC, que es también un resultado de la Guerra Fría. "La conversión de inmensos recursos militares desperdiciados en la confrontación fue una de las tareas iniciales", afirma Peter Croll, director del instituto. Por encargo de la Unión Europea y la OTAN, pero también de gobiernos nacionales y organizaciones no gubernamentales se documentan y estudian aquí todos los pasos del desarme y la pacificación.
Sin Estado de derecho no hay paz
Compromiso social es en esta institución alemana una "filosofía de la casa". Afganistán, Irak, Angola, Ruanda y Colombia han sido los últimos "campos de guerra" en donde, con frecuencia, se retrocede en el desarrollo de las sociedades y los países. Algunos países, como Colombia viven desde hace décadas en "una zona gris" de permanente conflicto sin que se encuentre una salida del callejón. La inclusión de la guerrilla colombiana ELN en la lista de organizaciones terroristas decidida por parte de la Unión Europea este 5 de marzo, ha sido un paso difícil pero necesario en el fortalecimiento del Estado de derecho, sin el cual tampoco puede haber paz. Y sin paz, bien es sabido que tampoco hay equidad.