En todo el país, las familias excavan en miles de pequeñas minas sin ningún tipo de supervisión ni control. Hombres, mujeres y niños esperan encontrar pepitas de oro que puedan vender por un puñado de pesos. En los pantanos en el centro del país, Hato, de 13 años, bucea todos los días en los pozos profundos durante horas. Respira a través de un fino tubo de plástico conectado a un compresor de aire en la barca de su padre. Un pequeño pinchazo bastaría para que muriera bajo el agua. A 800 kilómetros, en la isla de Leyte, Dennis Junior, de 14 años, se sumerge en las cálidas y transparentes aguas del mar de Bohol a unos 20 metros de profundidad. También utiliza un equipo improvisado similar. Junto con su padre, busca oro en el lecho marino, llena sacos de arena y los saca a la superficie. Según la ONG Human Rights Watch, miles de niños en todo el país ayudan a sus padres en estas minas.