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La muerte acecha a los narcotraficantes en Filipinas

Adrián Foncillas
23 de marzo de 2018

Son tiempos duros para los narcotraficantes. Donald Trump pidió esta semana la pena de muerte para ellos. Pero en ningún rincón del mundo se lucha contra los narcos con tanta saña como en Filipinas.

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Imagen: DW/A.Foncillas

El cadáver de Tano sigue en la calle tal como cayó por la ráfaga de balas media hora antes. Los agentes señalizan la decena de casquillos sobre el piso, los niños se fotografían sonrientes más allá del cordón policial y el cocinero del pequeño restaurante saltea los fideos en un wok. Es una escena cotidiana en este arrabal de Manila. Un vecino lo relata: cuatro tipos sobre dos motos se acercaron a Tano y vaciaron sus pistolas. La policía lo completa: los motoristas enfilaron calle arriba y repitieron la acción una cincuentena de metros más allá. Los agentes, ya en la comisaría, se encogen de hombros cuando se les pregunta por los autores de los dos asesinatos: identificarlos será imposible porque llevaban cascos y las motos carecían de matrícula. "Dos camellos menos en el barrio", resume una mujer entre la multitud.

Son tiempos duros para los narcotraficantes. Donald Trump, presidente estadounidense, ha pedido esta semana la pena de muerte para ellos. En México, la policía de Veracruz ha sido acusada de utilizar escuadrones de muerte para matar a una quincena de informantes y mulas de los cárteles del narco. Pero en ningún rincón del mundo se lucha contra ellos con tanta saña como en Filipinas.

Más información:

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Detrás está Rodrigo Duterte, presidente filipino, al que nadie puede acusar de incumplir sus promesas electorales. Ya avanzó que llenaría la bahía de Manila de narcotraficantes. "Si gano, abran funerarias. Estarán llenas. Va a ser una guerra sucia y sangrienta", prometió.

La policía ha matado a casi 4.000 drogadictos y traficantes desde julio del pasado año, según cuentas oficiales. Otros 2.000 han muerto en crímenes relacionados con la droga y unos mil más fallecieron en circunstancias no aclaradas. Cuesta orientarse en una tipología tan variada como confusa. La policía alega que sólo dispara a los criminales que se resisten al arresto, las organizaciones de derechos humanos hablan de ejecuciones extrajudiciales de vigilantes o escuadrones de la muerte y la oposición política denuncia crímenes contra la humanidad.

Las víctimas viven en los barrios pobres

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Imagen: DW/A.Foncillas

Las víctimas se concentran en "barangays" (barrios) como los que abundan en Navotas o Caloocan, en el norte de Manila. Las chabolas de madera y uralita fueron reconstruidas por los lugareños después de que un incendio las arrasara meses atrás. Son un puñado de metros insalubres sin agua corriente que subliman el aprovechamiento de espacios con bolsas colgantes y literas. Alpargatas desparejadas, plásticos, troncos y pedruscos se mezclan en el lodazal. Niños semidesnudos juegan entre gallinas y perros huesudos. Los hombres se asean en la calle con cubos.

Basta con la llegada de motoristas con la cara cubierta para que se desate el pánico y los lugareños corran en desbandada a buscar un inútil refugio tras las portezuelas de madera. Otras veces no son los escuadrones de la muerte, sino policías uniformados en alguna de sus frecuentes operaciones de limpieza. Sólo en la noche del último miércoles hubo 13 sospechosos muertos y más de un centenar de detenidos en la provincia de Bulacan.

"Las drogas destrozan vidas y familias" 

Jocelyn Bellarmino confiesa con su hija en brazos en su cuchitril que duerme con dificultad después de haber perdido a sus dos parejas en menos de un año. Ambos fueron tiroteados por desconocidos que llegaron a su barangay en busca de drogadictos y narcotraficantes. Del primero no guarda ningún recuerdo y del segundo apenas su gorra, una foto, el reloj aún ensangrentado y el informe forense. "Las drogas destrozan vidas y familias pero Duterte no debería matarlos. Son sólo gente humilde que intenta salir adelante en sus duras vidas y cometen un pequeño error", señala.

Pero Jocelyn es solo una comprensible excepción en una sociedad que apoya con entusiasmo la campaña contra las drogas. Duterte desoye las críticas internacionales (sólo Trump ha aplaudido su labor) mientras disfruta de índices de popularidad que envidiaría cualquier líder occidental. Los filipinos han padecido durante décadas presidentes anodinos y débiles que han desatendido los problemas enquistados en uno de los países más pobres del sudeste asiático y hoy perdonan las formas del actual.

También la policía defiende a Duterte y desdeña los ataques de organizaciones de derechos humanos y gobiernos por ignorantes. "Esto es una verdadera guerra. Cada vez va a peor, cada día hay más violencia, más armas y más drogas. He visto a varios colegas morir", desvela en una noche cálida en la Comisaría Central de Manila el agente Benítez, de 26 años. Poco después llega un aviso por radio de un tiroteo, se introduce en el vehículo y se pierde a toda velocidad en las calles de la capital.

Adrián Foncillas desde Filipinas (VT)

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