Entrevista a una excombatiente del M19
6 de diciembre de 2016"Silenciar las armas no era solo dejarlas ni abandonar su dinámica. Desmontar la guerra demandaba todavía más. Ellos y nosotros creíamos a medias. Intuíamos que la confrontación en el terreno político terminaría por hablar a través de las armas para que la ronda comenzara de nuevo”, escribió usted en "Escrito para no morir. Bitácora de una militancia”, publicado en el 2000. ¿Qué diferencias hay entre esa Colombia y ésta, entre el proceso de paz sobre el cual usted escribió y el actual?
En algunos aspectos es muy diferente. Creo que en este momento el espíritu de las negociaciones de paz es mucho más conocido por el país entero, aunque no todo el mundo conozca a profundidad cada uno de los puntos. Eso en los años 90 no sucedía.
Entre 1984 -cuando tuvo lugar la tregua y el diálogo nacional bajo el gobierno de Virgilio Barco- y el 2016, uno de los cambios fundamentales es que en la negociación de estos acuerdos con las FARC hubo una subcomisión de género. Con respecto a los 1980 y 1990, las mujeres han ganado mayor campo en la participación política.
Por otro lado, se enfrentan a una dificultad. El país en el que nosotros firmamos acuerdos en los 90 todavía entendía las causas que habían llevado a la insurgencia. En el polarizado país de hoy no se quiere ver diferencia entre insurgencia, bandas armadas –las "Bacrim”de hoy en día- y las paramilitares como fueron las Autodefensas Unidas de Colombia.
"Como estaría de mal el país que la guerrilla representaba una alternativa para un niño pobre”, dice en el libro. ¿Ha cambiado esto? ¿Qué garantiza ahora que esta paz sea sostenible, que no sea la historia de nunca acabar?
Creo que aunque entre las FARC y el gobierno ha crecido la confianza, ésta no es total en el conjunto de la población. Hay mucha intencionalidad de desvirtuar los acuerdos de paz. Esa es una dificultad adicional.
En cuanto a qué triste que este país tenga como alternativa la violencia para gente menos favorecida, la de estratos más bajos, sin educación… eso ha sido una constante en las causas del conflicto armado. Aquí el desequilibrio social, las brechas, la pobreza, el enriquecimiento de unas cuentas familias sigue siendo vergonzoso. Pero hemos reevaluado el lograr el equilibrio a través de las armas. El camino será el seguir exigiendo los derechos de todas y todos a través de la lucha social y del movimiento social. Creo que ésa es la única opción en este momento.
Usted estuvo en los diálogos de La Habana. ¿Qué aportó a esos cuerdos la experiencia de la mujeres excombatientes?
Efectivamente, fui a La Habana en los segundos diálogos, en nombre de la Red Nacional de Mujeres excombatientes de la insurgencia. Basadas en nuestras experiencias recomendamos incluir a las mujeres en todos los mecanismos que surjan a raíz de los acuerdos. También resaltamos la importancia de tener un enfoque diferenciado para las mujeres indígenas, las mujeres afro y las que están en situación de discapacidad y en el exilio. Nuestro énfasis estaba en la participación política de las mujeres.
"No había espacio para mí”, dice usted cuando describe el primer tiempo después de haber dejado las armas. ¿Cómo se prepara una sociedad que ha tenido tantas víctimas para acoger a quienes hicieron la guerra? ¿Es posible?
Las FARC están hablando de una reincorporación con esquemas de control organizativo. Por eso yo diría que, en este sentido, el problema para la fase posterior a los acuerdos no serán necesariamente los ex guerrilleros de las FARC y, posiblemente, también del ELN.
El problema es que éste es un país militarizado, donde la presencia de las fuerzas militares es numerosa, donde la presencia de las bandas criminales es numerosa, donde la presencia de bandas de derecha armada es numerosa. A eso se suman los y las excombatientes. Creo que el problema de este país es realmente la militarización que ha sufrido durante más de 50 años de guerra.
¿Qué actitud cabe esperar de las víctimas del conflicto después de la reincorporación de los ex guerrilleros? ¿Borrón y cuenta nueva?
En un país que ha vivido décadas en guerra hablar de víctimas y victimarios es de nuevo partir el mundo en dos, en blanco y negro, los buenos y los malos, la "gente de bien” como la llama el ex presidente Urib, y los malvados. Es una polarización con la que no estoy de acuerdo. En Colombia, la población está en medio de esta guerra a veces pasa la frontera, y son víctimas y a la vez son victimarios. La guerra no la han hecho solamente los que han estado en armas, aquí hay sectores económicos de donde salen las órdenes para los asesinatos de los líderes. Tenemos muchos "victimarios” en este país.
Con todo, hay que subrayar que las víctimas están en el centro de los acuerdos de paz. Las FARC han pedido perdón. Se habla de las comisiones de la verdad y se habla también de reparación económica. Creo que hay que mirar esto con otros ojos, abandonar el blanco-negro y hacer un análisis de grises, con las comisiones de la verdad, con justicia en caso de crímenes atroces.
Exceptuando a las excombatientes, se suele decir que las mujeres se encargan de la paz después de que los hombres han hecho la guerra. ¿Cómo se preparan las mujeres de Colombia para este proceso?
Creo que las mujeres nos hemos fortalecido en estos últimos años. Las organizaciones de mujeres, con liderezas populares, hacen una denuncia permanente de lo que sucede. Es cierto, las más desprotegidas son ellas, las defensoras de derechos humanos en los territorios rurales. A eso hay que ponerle especial atención. Son muchos los asesinatos.
¿No temen ustedes otra vez asesinatos selectivos como en procesos de paz anteriores?
Sí, Es más, en estos últimos días comunidades indígenas han sido atacadas. Creo que nuestra fortaleza está en lo organizativo. Pero también necesitamos todo el apoyo y solidaridad de los organismos internacionales, no sólo de Naciones Unidas. Para que estas denuncias pasen a hallar responsables y a la sanción.
¿Cómo conceptúa usted la paz para Colombia?
La paz es un proceso y es un camino, una utopía. Sé que va a ser muy difícil en un país donde se han dirimido los conflictos a través de la fuerza de las armas. Yo esperaría que esta paz como proceso la fuéramos construyendo desde lo cotidiano, poco a poco.
No hay que poner muchas expectativas en que sean los acuerdos los que nos resuelvan una situación estructural de país que lleva tantos años con una sociedad inequitativa y excluyente. Creo que tenemos que esforzarnos más por consolidar un país en donde la paz pase por la apertura democrática. Aunque sí se ha avanzado en la defensa de derechos, nuestra democracia es imperfecta, debe ser ampliada para que las luchas y los conflictos sociales puedan dirimirse de una manera distinta sin tener que matarnos.
Hay un premio Nobel al presidente Santos de por medio. ¿Lo percibe usted como un aporte a la paz de su país?
Creo que sí, a Santos el Nobel le dio un respaldo internacional que necesitaban los acuerdos. Sin embargo, en este país la polarización es tan fuerte y es tan fuerte el poder de las derechas consolidadas en los últimos diez años que todavía tenemos mucho que recorrer para que el apoyo sea más decidido, más masivo. Creo que no va a ser nada fácil. Todavía no es fácil siquiera refrendar los acuerdos para legitimarlos. Va a ser muy difícil sobre todo porque se viene la contienda electoral y las dos grandes fuerzas están en una pugna feroz.
Su libro acaba cuando usted decide dejar el M19. Poco después el movimiento guerrillero se convierte en fuerza política, en el partido Alianza Democrática-M19. ¿Cómo evolucionó su vida desde que dejó de ser combatiente?
Yo nunca sentí que los partidos fueran un espacio para mí, por su estructura patriarcal que empieza en el lenguaje. No me sentaba bien esa camisa de fuerza después de haber salido de un ejército. He hecho política desde la acción social, creo en la acción colectiva. Para mí fue muy importante salir de las filas y haber encontrado una nueva causa en la defensa de los derechos de las mujeres, de las mujeres populares fundamentalmente.